El suplicio de Símone Weinstein con el cáncer empezó de la manera más banal: estaba cansada. Se le dificultaba levantarse por la mañana, y ni siquiera tenía energía para salir con sus amigas. Simone tenía catorce años. Su madre pensó que simplemente era una adolescente típica.

«Me decía: ‘No sé qué hacer contigo'», dijo Weinstein, hoy una estudiante de 20 años en Whittier College, en California, quien finalmente recibió un diagnóstico de cáncer de la sangre llamado leucemia linfoblástica aguda.

«Ella pensaba que yo era una adolescente normal, sí bien un poco perezosa».

No es algo inusual, a pesar de que uno de cada 333 niños desarrolla un tumor maligno antes de los 20 años, y la enfermedad produce más muertes en el grupo de quince a 19 años que ninguna otra enfermedad.

Los expertos dicen que como los adolescentes tienden a no pedirles ayuda a los adultos ni a confiarles cambios físicos vergonzosos, es probable que reciban sus diagnósticos mucho más tarde en el curso de su enfermedad que los niños pequeños. Y eso normalmente significa que requerirán tratamientos más agresivos y prolongados que pueden conducir a efectos secundarios para toda la vida.

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