Filósofo de discurso compulsivo y belicoso, Slavoj Žižek es el director internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades (Birkbeck College, Londres). Miembro fundador de la escuela lacaniana de Eslovenia, su compromiso político lo llevó a presentarse como candidato a las elecciones presidenciales de su país en 1990. Respecto a su obra podría decirse aquello de “quien no lee a Žižek, no sabe lo que se pierde”: no solo porque su reflexión filosófica posee una gran inmediatez política, sino también porque combina la interrogación filosófica y eso que, tradicionalmente, nunca ha aceptado la (santa) academia de los filósofos: la cultura popular. “Había un obrero del que sospechaban que robaba: cada día al anochecer, cuando salía de la fábrica, los vigilantes inspeccionaban la carreta que llevaba, pero no encontraban nada. Siempre la llevaba vacía. Finamente, se dieron cuenta: lo que robaba el obrero eran precisamente las carretas”. Con esta historia graciosa, sutil y profunda, empieza uno de los últimos libros de Slavoj Žižek, de título nada cómico: Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales (Paidós, 2009). Como ya es habitual en su inmensa bibliografía, el pensador esloveno vuelve a descubrir las trampas, las inercias y los esquematismos del pensamiento que impera en nuestras sociedades. La tarea de Žižek consiste, pues, en identificar y revelar aquello encubierto que determina y define nuestras convicciones: la ideología. ¿Cómo no ver entonces que a menudo criticamos y queremos castigar los brotes de violencia subjetiva que nos muestran a diario los medios de comunicación –para nada inocentes–, mientras no nos preocupamos por identificar otras violencias más invisibles pero más profundas: la violencia del sistema capitalista? Escuchar a Žižek, leer su obra, desestabiliza las convicciones más íntimas y que creíamos naturales. Su pensamiento materializa aquel verso de Virgilio, citado por Freud al principio de La interpretación de los sueños: “Acheronta movebo” (moveré las regiones infernales). Así es como, con Žižek, la filosofía activa su esencia revolucionaria.
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