Hace ya más de dos décadas que el concepto de Inteligencia Emocional se hizo presente en el panorama de la gestión de recursos humanos y, sin embargo, continúa representando un modelo fuertemente innovador dada su escasa, insuficiente o inadecuada aplicación en el seno de nuestras empresas y organizaciones. Aún hay mucho por hacer al respecto, máxime si consideramos que la Inteligencia emocional es un factor significativo que representa entre el 24 y el 69 por ciento del éxito en el rendimiento y en el desempeño funcional, según el puesto de trabajo al que hagamos referencia. Lo sorprendente, es que una buena parte de nuestros empresarios, emprendedores o directivos ni tan siquiera son capaces de enunciar, en su forma más básica, el propio concepto de Inteligencia Emocional. De ahí, que sigamos considerando su potencial innovador, sobre todo en el marco de la empresa dos punto cero.
Aceptamos que Inteligencia Emocional es la capacidad para percibir y reconocer sentimientos propios y ajenos, y la consiguiente destreza para gestionarlos. Desde este planteamiento elemental, parece razonable afirmar que su relación es estrecha e intensa con un modelo de innovación en el que cobran especial relevancia la inteligencia colectiva y el trabajo colaborativo. Es obvio, que la Inteligencia Emocional se encuentra íntimamente relacionada con las actitudes cotidianas y con los comportamientos de interacción más usuales que se registran en toda empresa estructurada con criterios de innovación organizativa. A este respecto, cabe destacar tres aspectos o variables con especial trascendencia, siempre tomando como base el paradigma de la Inteligencia Emocional:
Auto-conocimiento y auto-regulación
El profesional entiende las necesidades y deseos que le motivan, y también cómo afectan estos a su comportamiento. Esta habilidad, relacionada con la Inteligencia Emocional permite la regulación de las propias emociones y evita situaciones de inestabilidad, tanto individuales como colectivas. Permite evitar la creación de un posible clima de tensión incompatible con el trabajo colaborativo.
Percepción de nuestra influencia en el comportamiento de los demás
El profesional es capaz de discriminar cómo sus propias palabras y acciones influyen en las emociones, en las actitudes o en el comportamiento de su equipo de trabajo o de sus compañeros.
Capacidad de aprender de los errores
Cada profesional es capaz de reconocer sus propios errores, reflexionar sobre ellos y modificar su comportamiento y sus emociones a partir de esta experiencia.
Una buena proporción de los casos en los que un profesional no llega a integrarse en una empresa pueden ser fácilmente atribuibles a estas habilidades implicadas en la Inteligencia Emocional. Si hacemos memoria y tratamos de recordar casos en los que se prescinde de un empleado o en los que dos socios entran en conflicto irreversible, con toda probabilidad los relacionaremos con un incorrecto o insuficiente manejo de los factores reseñados.
Esta triada de factores tendría que ser objeto de máxima atención desde el momento mismo en el que se diseña un futuro puesto de trabajo y se desarrolla el necesario proceso de reclutamiento y selección. De igual forma, estas variables poseen alcance más que suficiente para ser tomadas en consideración en los programas de formación ‘in company’, con carácter transversal. De poco sirve que aprendamos a gestionar nuestro tiempo, a desarrollar reuniones eficaces, a ser creativos o a liderar equipos de proyecto, si antes no contamos con un nivel efectivo básico en el desempeño cotidiano de estas tres destrezas.