Han hecho falta 50 años para colocarte en tu sitio, Minerva Mirabal. Medio siglo para que a ti y a mis tías, Patria y María Teresa, se les reconociera su papel de activistas políticas, de luchadoras concienzudas por la libertad y por la democracia de su tiempo. Por la calidad de la democracia de todos los tiempos.
Hicieron falta 50 años para que las Hermanas Mirabal dejaran de verse sólo como tres mujeres «y entonces madres» y esposas abnegadas que sacrificaban sus vidas y las de sus familias por enfrentar el círculo de represión y oprobio que vivía la República Dominicana con Rafael Leonidas Trujillo. Tuvo que pasar medio siglo para que tú, Minerva Mirabal, por ejemplo, no fueras vista sólo como la muchacha irresistiblemente bella a la cual el tirano echó más que el ojo e, insultado por tu categórico rechazo, te mandara a apalear junto a todo lo que tuvieras al lado.
50 años y todavía cuesta colocarte en el sitio donde tú -por tus propios pies y sabiendo clarividentemente lo que hacías- estabas, cuando Trujillo mandó a asesinarte.
El tiempo es sabio, pone todo en su sitio, pero también -sobre todo cuando se trata de asuntos de mujeres- hay que ayudarlo. Justo lo que hizo tu hermana Dedé desde aquella madrugada del 26 de noviembre de 1960 cuando llegó a nuestra casa la noticia terrible. En lugar de derrumbarse, Dedé puso el primer y más definitivo ejemplo. Marcó, sin medidas ni treguas, el único paso que debíamos seguir: el de la desobediencia.
Medio siglo de heroico trabajo ininterrumpido. Dedé, viva de milagro e inmortalmente herida por el asesinato de ustedes tres de golpe, un mismo día. Dedé, primero gritando «¡asesinos!» frente al cuartel de la policía desde donde siguió por la calle con el telegrama en la mano repitiéndolo sin que nadie se atreviera a detenerla o a callarla; a trocha y mocha repitiendo «¡Las mataron!» entre médicos y enfermeras aterrados en la morgue donde tú, tía Teté y Nina Patria yacían apaleadas; gritando «¡asesinos!» mientras inútilmente procuraba acicalarlas un poco; luego vociferando «¡asesinos!» sobre la cama de la camioneta que llevaba los féretros y que a ella nadie -convertida en un trueno de búfalo como estaba- pudo impedirle que subiera para, tentando sus ataúdes como quien intenta planchar con la mano un tachón mal hecho, voceara más fuerte todavía «¡asesinos!» durante todo el recorrido hasta el cementerio.
Sí, sí, definitivamente, es invaluable que Dedé, rota para siempre y para siempre viva con su misión heroica de contar lo que había sucedido y por qué había sucedido, durante 50 incesantes años nos arrancara la más mínima posibilidad de olvidarlo.
Así iniciamos este medio siglo de esfuerzos para mantenerlas eternamente vivas en el querer y en el hacer del pueblo: una tras otra, causas plurales que desencadenaron los juicios, los reconocimientos formales, la declaración de Heroínas Nacionales, nuestra casa convertida en Casa Museo extensión del Panteón Nacional, la Resolución del Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, los libros, los murales, las películas, las entrevistas, los seminarios… Todo lo que nos ha servido, madre, durante estos últimos 50 años, para aproximarnos -más ahora que entonces- a comprenderte como lo que realmente eras y te mereces: una líder política de tu tiempo y de todos los tiempos a la que hoy, apenada, le confieso que, en estos 48,000 kilómetros cuadrados en los que descansas sin paz a 50 años de tu desaparición, siguen vivitos y coleando los miedos, los autoritarismos, las nostalgias dictatoriales, las impunidades públicas, las complicidades privadas, la dedocracia… Los estertores del trujillismo, en fin.
Porque, y no me eximo de culpas, no hemos podido sostener en la mira la democracia como único norte. No hemos podido construir la República Dominicana que tú, mi papá, mis tías y toda tu generación tenía en mente. Una República Dominicana como el jardín donde insistimos en anunciar que ustedes tres siguen vivas: el jardín que se supervisa a diario, se barre a diario, se libra de malezas a diario, se recorta a diario, se riega a diario, se siembra a diario, se le dedica tiempo de calidad a diario. Porque así y sólo así serán buenos sus hijos y sus cosechas; porque sólo así mariposearán la igualdad, la tolerancia y la justicia; sólo así la democracia contará con prácticas sociales, económicas y políticas que la harán lucir bien de cara al presente y al futuro.
Precisamente por todo esto, mami, nuestros propios y actualísimos retos son cada vez más los mismos tuyos: más democracia, más democracia, más democracia. Y aunque te empeñaste en ello para que todas las dominicanas y dominicanos saliéramos de la violenta opresión en que nos encontrábamos, tu esfuerzo, tu legado, medio siglo después, sigue quedándonos grande. Porque continuamos negándonos a aceptar que bastaría con, un día a la vez, actuar comprometidos con una conducta éticamente bella, como la tuya.
Así estarán ustedes sanas y salvas de la indiferencia y del olvido. Vivas para siempre en donde único pueden ser eternas: en el ámbito universal de nuestro pacto con la dignidad de nuestro desarrollo, de nuestros hombres y mujeres, de nuestras democracias.
Vivas en el compromiso, vivas en la memoria, vivas en nuestros corazones.
Ahora más que nunca estás en tu sitio, Minerva Mirabal, a la cabeza de la lucha política por los derechos humanos de las humanas, en la primera fila de la lucha a nivel internacional de la democracia que todos y todas en el mundo entero todavía estamos necesitando.
Porque sus muertes no fueron en vano, sus vidas, ahora oficiales, públicas, seguirán iluminándonos todos los días como un norte común, corriente. Y abonarán el jardín de la patria toda. Te lo juro.