Grapas bajo la piel, una nueva forma de autolesión

Las imágenes radiológicas ponen los pelos de punta. En ellas pueden visualizarse clips, grapas, minas de lápiz y fragmentos de vidrio bajo la piel de las manos, los brazos o los pies de un grupo de adolescentes. Son la primera prueba visual de lo que los especialistas han bautizado como conductas de autoimplantación y que acompañan a un estudio pionero llevado a cabo en EEUU.

Publicado en la revista ‘Radiology’, en él se detallan los casos de 11 adolescentes admitidos en el Hospital Nacional Infantil de Columbus, en Ohio, para extraerles los objetos extraños que ellos mismos se habían introducido bajo la piel mediante la realización de pequeños cortes.

William E. Shiels, jefe de Radiología del mencionado hospital y autor del ensayo, relata a Patricia Matey de elmundo.es los que más le llamaron la atención. «Se trataba dos casos. Una chica de 16 años que se insertó clips desplegados, en ambos músculos bíceps (derecha e izquierda) y un segundo caso, de otra adolescente con cuatro episodios en los que se insertó vidrio y metal, en el cuello, junto a su vena yugular y la glándula tiroides.

César Soutullo, director de la Unidad de Psiquiatría Infantil y del Adolescente de la Clínica de Navarra, reconoce que «las autolesiones son relativamente frecuentes en chicas adolescentes con dificultades de autorregulación del humor debido principalmente a un trastorno del humor (depresión) o por estrés postraumático (tras sufrir un trauma como abuso físico, sexual o emocional). Es un problema que suele pasar desapercibido porque ellas no lo cuentan y se dañan zonas ocultas de la piel».

De hecho, el porcentaje de universitarios canadienses y estadounidenses que se autoagrede se sitúa ya entre el 13% y el 24%. «No obstante, estas cifras son aproximadas dado que muchos casos permanecen ocultos porque las víctimas temen ser socialmente rechazadas o por sentimientos de vergüenza», defienden los autores.

El doctor Shiels y su equipo revisaron los casos de 600 pacientes que participaban en un estudio sobre el uso de técnicas de imagen, ecografía y fluroscopia (técnica para visualizar estructuras internas de los pacientes), para extraer cuerpos extraños pequeños de los tejidos blandos de los participantes.

En la mayoría, el objeto se introdujo por accidente, pero el doctor Shiels y su equipo identificaron 19 episodios de lesiones por autoincrustación en 11 menores (nueve niñas y dos niños) de 15 años a 18 años.

Mediante el uso de técnicas de imagen extrajeron un total de 52 objetos de brazos, tobillos, pies, manos y cuello.

Entre el material extraido destacan, agujas y grapas de metal, clips, vidrio, madera y plástico.

Según argumentan sus autores, estas autoagresiones se «llevaron a cabo cada dos días, lo que desconocemos es durante cuánto tiempo, dado que los pacientes insistían en que no recordaban el momento en el que iniciaron este tipo de comportamiento».

Ni los médicos de Urgencias ni los pediatras habían detectado los casos de autolesión que fueron «derivados a Radiología ante la presencia de síntomas de infección o inflamación en la piel», agrega el doctor Shiels.

«Los radiólogos estamos en una posición única para detectar las conductas de autoincrustación, hacer el diagnóstico adecuado y aprovechar el sistema de salud para una pronta y efectiva intervención y tratamiento», asevera el investigador principal del estudio. Insiste en que «la extracción es el primer paso de la terapia, que debe continuar con la asistencia mental de los pacientes».

Por qué lo hacen

De hecho, los 11 menores tenían antecedentes de enfermedades mentales, entre las que se incluyen trastorno bipolar, depresión, trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico, y estrés postraumático. Y 10 de ellos admitieron tener pensamientos suicidas. «Todos acabaron con medicación y tratamiento psiquiátrico», aclara el autor principal del ensayo.

El doctor Soutullo reconoce que la autoagresión se produce «porque el adolescente se siente aturdido, vacío, como anestesiado. Haciéndose daño cree que es la única manera de poder sentir ‘algo’, aunque sea dolor».

También existe «otra hipótesis que apunta a que debido a que se trata de un mecanismo de defensa para poder manejar el trauma, las personas que se autolesionan tienen el umbral del dolor más alto (y sienten, por lo tanto, menos molestias). Otra explicación apunta a la autolesión como forma de castigo porque la persona, al estar deprimida, cree que es inútil y se siente culpable», agrega el especialista de Navarra.

Patricia Matey | elmundo.es