Para finales de 2009, Gartner Inc. espera que el volumen de mensajes instantáneos en todo el mundo alcance 3,28 billones (millones de millones), frente a los 2,47 billones registrados en 2008. Buena parte de estos mensajes es enviada por adolescentes, quienes sólo en Estados Unidos enviaron y recibieron en promedio 2.272 mensajes al mes en 2008. Añada a esto las comunidades virtuales como Facebook, el email, los blogs y otros medios electrónicos y se dará cuenta de qué tipo de sistema de comunicación frenético y permanente experimentan los jóvenes de hoy.
Desafortunadamente, casi todas estas herramientas de comunicación se limitan al intercambio de palabras escritas. Los teléfonos permiten la transmisión de tono de voz, pausa e inflexiones. Pero esas pistas no aparecen en un mundo dependiente de la palabra escrita. Los usuarios insertan caritas felices en los correos, pero no ven los verdaderos rostros de cada uno. Leen comentarios en Facebook, pero no «leen» la postura del otro, los gestos corporales, los movimientos de los ojos, los cambios en el espacio personal y otros comportamientos (y expresiones) no verbales.
En 1959, el antropólogo Edward T. Hall llamó estas expresiones humanas como «un lenguaje silencioso». Hall falleció en agosto a la edad de 95 años, pero sus escritos sobre la comunicación no verbal merecen una continua atención. El antropólogo argumentaba que el lenguaje corporal, las expresiones faciales y los gestos funcionan en «yuxtaposición a las palabras», imprimiendo sentimientos, actitudes, reacciones y juicios.
Esta es la razón, explicaba Hall, por la que los diplomáticos estadounidenses podían ingresar a un país extranjero completamente fluidos en el idioma local, y aún así tambalear de un error de comunicación a otro, ya que fallaban en la decodificación de los gestos y los protocolos sutiles que acompañan las palabras. Y ¿cómo podrían? si el «lenguaje silencioso» se aprende a través de la aculturación, no en un salón de clases. Dentro de las culturas, Hall asumió, las personas más o menos «hablaban» el mismo lenguaje silencioso. Pero, gracias a la avalancha de comunicación basada en el texto, puede que este ya no sea el caso. Los Angeles Times reportó en 2008 que en Silicon Valley algunas empresas han recurrido a la prohibición de computadoras portátiles y teléfonos inteligentes en las reuniones para contrarrestar un nuevo problema: «atención parcial continua». Con un aparato en la mano, los asistentes a reuniones laborales simplemente no pueden mantener la concentración. Es demasiado fácil revisar el email, el precio de las acciones y Facebook.
Aunque para un empleado joven una visita rápida a uno de estos sitios Web es un pausa inofensiva, otros en la reunión pueden interpretarlo como un rechazo silencioso, una señal de que uno no está interesado en lo que se está discutiendo. Así que estas herramientas electrónicas no deberían ser bienvenidas.
Puede que los empleados mayores entiendan la prohibición más que los empleados jóvenes. Leer un mensaje de texto en medio de una conversación no es para ellos un lapso, es completamente normal.
Vivimos en una cultura donde los jóvenes, equipados con iPhones y computadoras portátiles y quienes dedican horas durante la noche a enviar mensajes de texto de una forma u otra, son menos propensos que nunca a desarrollar la «fluidez silenciosa» que resulta de la interacción frente a frente. Es una habilidad que todos debemos aprender, en ambientes sociales reales, de personas que son expertas en el idioma. A medida que la mensajería centrada en el texto aumenta, estas oportunidades disminuyen. Los que han nacido en la era digital mejoran su habilidad en el teclado, pero cuando se trata de «leer» el comportamiento de otros, son muy torpes.
Nadie sabe hasta dónde llega el problema. Es demasiado pronto para calcular el efecto de los hábitos digitales y las herramientas cambian tan rápido que la investigación no puede mantenerse al día. Para cuando los investigadores diseñan un estudio, la tecnología ha cambiado y el estudio queda obsoleto.
A muchos les molesta el retraimiento, la autoabsorción y en general la falta de comunicación de la Generación Y. La próxima vez que enfrente a un veinteañero que no lo mira a los ojos, que parece indiferente a la frustración de las personas que lo rodean mientras responde feliz a un mensaje de texto no debería pensar «que niño tan grosero». Sino debería pensar que es otro «texteador» que no se da cuenta de que en ese momento se está comunicando, con cada gesto y movimiento, y que los demás lo están leyendo completamente.
—Bauerlein es profesor de literatura inglesa en la Universidad de Emory y publicó en 2008 un libro sobre cómo la era digital entorpece a los jóvenes y pone en riesgo su futuro.
Mark Bauerlein | Wall Street Journal