El infanticidio, común en las culturas precristianas, está de vuelta, y hay «bioéticos» promoviéndolo. Por compasión y ahorro, claro
Los provida durante años se esforzaban en demostrar que «eso que hay en el seno materno» es un niño, pensando que así salvarían la vida del bebé. Pero estamos entrando en otra fase cultural: «es un niño, sí, ya lo sé, ya lo veo en la ecografía, pero ¿y qué?, matarlo es bueno, compasivo, necesario».
Cualquiera puede probarlo entrando en un foro de Internet a debatir sobre el aborto. Durante un ratito, el contertulio pro-aborto puede que dedique un rato a dudar de la humanidad del feto, pero después de aportar las ecografías en 4-D (sonido, movimiento, relieve gráfico, etc…), los datos genéticos (el ADN del bebé es distinto del de los padres, no forma parte del cuerpo de la madre), o simplemente, como en la película «Juno», recordando que «tu bebé tiene uñas» (o corazón, o ojos…) queda claro que hablamos de un ser humano.
Eso no basta ya. Es humano… ¿y qué? Interfiere en mis necesidades y debe morir. Porque nuestra cultura occidental post-cristiana, como la pre-cristiana, está dispuesta a matar bebés. Los que están por nacer y los ya nacidos. Nuestra cultura ya está madura para volver al infanticidio.
El infanticidio, un viejo conocido de la humanidad pre-cristiana
El infanticidio, como la esclavitud, ha acompañado a la raza humana durante milenios. Tiene cierta lógica: la de los fuertes sobre los débiles y la lógica del beneficio/ahorro de costes.
El filósofo estoico Séneca, maestro hispano de Nerón, defensor de virtudes como el esfuerzo, la sobriedad, el trabajo, la magnanimidad, etc… veía bien el infanticidio, matar bebés débiles, o enfermizos o simplemente niñas. También le parecía lógico -al menos, útil y razonable- deformar aún más a los niños enfermos y usarlos para mendigar.
De la Roma pagana del siglo I conservamos la carta del soldado Hilarión a su esposa Alis, embarazada, lejos en otra ciudad; trata con cariño a su mujer pero le escribe: «Si das a luz un bebé, si es varón consérvalo; si es mujer, abandónala».
Los atenienses criticaban el infanticidio cuando lo practicaba el Estado (como Esparta o los bárbaros escitas, que mataban a los niños débiles para reforzar la raza) pero les parecía normal y correcto cuando era el padre de familia quien mataba a sus hijos. No lejos de la Acrópolis se han encontrado infinidad de esqueletos de bebés abandonados a la muerte.
Aristóteles, el compilador de las 4 grandes virtudes (fortaleza, justicia, templanza, prudencia) estaba a favor del infanticidio por dos «razones» (por llamarlas de algún modo), para eliminar enfermos y para evitar superpoblación: «Debe haber una ley que dictamine que ningún niño imperfecto o defectuoso debe ser criado. Y para evitar excesos en la población, algunos niños deberán ser expuestos [abandonados para que mueran]. Debe ponerse un límite a la población del estado».
Fue el judeocristianismo quien prohibió el infanticidió allí donde se implantó. Por supuesto, igual que había robos, asesinatos y violaciones pese a estar prohibidos, también había infanticidios clandestinos. Pero en el Occidente cristiano eran actividades delictivas, ocultas, algo de lo que no podías estar orgulloso y por lo que se te podía castigar. Algo contrario a la cultura y la sociedad occidental.
Aún hoy se practica el infanticidio como algo «normal» en algunas sociedades no cristianas. En los pueblos nativos del Amazonas brasileño es bastante común. Brasil aún es un país bastante pro-vida y que no hace dogmas del relativismo cultural, así que allí ha surgido una ONG especializada en combatir el asesinato de los bebés indígenas (ATINI-Voz Pela Vida).
La muerte del bebé a veces la decreta el brujo de la tribu, o los ancianos, o el padre, porque el bebé «tiene un espíritu», o está enfermo, o no interesa criarlo, o nacen gemelos y uno de los dos debe morir. A veces la madre lo asume, otras veces abandonar o matar al bebé la destruye. En África el pueblo konkomba de Ghana sólo alimenta a los bebés fuertes; los bassaris de Togo sacrifican a los bebés discapacitados; los chakalis de Costa de Marfil dan prioridad a la vida de los bebés varones.
En China faltan 17 millones de niñas. En India, 10 millones de niñas, desaparecidas en los últimos 20 años (son muchas más, pero contamos las niñas desaparecidas por comparación con los varones… es decir, con los varones no-abortados, porque los varones abortados también son algunos millones). Muchas niñas son asesinadas mediante el aborto. Pero un porcentaje son asesinadas después de nacer.
Occidente: los bebés que sobreviven al aborto… y los dejan morir
En España, el juzgado de instrucción número 47 de Madrid está investigando el caso de los fetos de más de siete meses encontrados por el Seprona de la Guardia Civil en febrero de 2006 entre la basura de Clínica Isadora. Según publicaba ABC el 24 de diciembre, «se investiga si entre la docena de fetos por encima de los siete meses de gestación encontrados, varios de ellos, al menos siete, tenían aire en los pulmones.» Si los cadáveres tenían aire en sus pulmones se demostraría que los bebés murieron fuera de la madre, es decir, una vez ya «nacidos» (o extraídos, o expulsados).
En un artículo de ForumLibertas se calculaba sobre bebés que sobreviven al aborto, aplicando los datos de un estudio británico a las estadísticas de los 100.000 abortos del 2006 en España, que ese año probablemente fueron unos 166 los bebés que salieron vivos en el aborto… y se dejaron morir en las clínicas abortistas. Se trataría de simples infanticidios.
Recientemente y por primera vez en el Reino Unido, una entidad gubernamental lo reconocía: según el informe CEMACH del NICE (National Institute for Health and Clinical Excellence, un centro de bioética utilitarista y pro-aborto ligado al gobierno) durante el año 2005 hubo al menos 16 bebés ingleses de entre 22 y 24 semanas, y otros 50 de menos de esa edad, que sobrevivieron al aborto que se les realizó y nacieron vivos.
Todos estos bebés supervivientes del aborto se dejaron sin cuidar, para que murieran, abandonados por ejemplo sobre una superficie de metal frío. La mitad agonizó apenas una hora aunque se sabe del caso de al menos un bebé que tardó 10 horas en morir.
Una cosa es que el médico abortista deje morir a los bebés que salen vivos: de su moral y ética médica poco cabe esperar, se gana la vida matando niños, y le da lo mismo que estén dentro que fuera. ¡Nadie le paga por salvar al bebé! (O quizá sí: existe el tráfico de bebés en algunos países).
Otra cosa es que los bioéticos, los pensadores, los filósofos, los políticos, vean bien el infanticidio. Y empiecen a promoverlo. Y esto es lo que está empezando a pasar.
Singer y la eutanasia infantil holandesa: el mal ejemplo crea cultura
John Jalsevac en un reciente editorial del noticiario LifeSiteNews.com, especializado en temas de «Cultura de la Vida», recordaba como en el 2006 entrevistaban al profesor de Princeton, Peter Singer, famoso por su ética utilitarista, en la que da más valor a la vida de ciertos animales «superiores» que a ciertos seres humanos «que no deben vivir». «¿Mataría usted a un niño minusválido, incapaz?», le preguntaban. «Sí, si fuese en beneficio del bebé y de la familia como conjunto», respondía.
«Hace no mucho, Peter Singer era una figura salvaje, solitaria, en los márgenes de la comunidad ética, de la que se avergonzaban tanto los liberales sociales como los conservadores», comenta Jalsevac.
Y sin embargo «las antaño impactantes opiniones de Singer sobre el infanticidio ahora saltan al mainstream con la publicación de una defensa de 10 páginas, sobria pero entusiasta, de la eutanasia a recién nacidos, en el prestigioso boletín de bioética Hastings Center Report. Con la aparición de este artículo, el infanticidio ya no es algo extremo, marginal, sino que sube a la cúspide de lo ético y lo progresista».
Sí, por el momento la idea de matar bebés recién nacidos como algo «ético» (por compasión y para ahorrar costes y sufrimientos, claro) sólo gana adeptos en las castas de élite de los «expertos en bioética» (especialmente los de las corrientes pro-eutanasia y eugenesia y abortistas) pero aquello que se impone en las élites pronto llega a las masas, y en la época digital va mucho más rápido.
El infanticidio, aquella práctica previa al cristianismo, que dábamos por marginal, igual que la esclavitud, está llamando a la puerta. Se apoya en el aborto: si ya matamos 100.000 bebés españoles al año, de los cuales al menos 166 los matamos fuera del vientre materno… ¿por qué no matar otros bebés ya nacidos, defectuosos, por supuesto?
Pero la pendiente peligrosa está ahí. Con la excusa de permitir unos pocos abortos de «bebés muy seriamente malformados», España se abrió a matar niños simplemente porque tienen enanismo, síndrome de down, o pie zambo, defecto menor corregible con cirugía. O matarlos, simplemente, porque «si nadie los va a cuidar…». Se hace una previsión de futuro (con la misma seriedad que la gitana te lee la mano) y se decide matarlo, como si supieras algo de la vida de un bebé dentro de 30 o 60 años.
El Protocolo Groningen: 6 años matando niños con bata blanca en Holanda
El Protocolo Groningen es la serie de medidas que guían «éticamente» a los médicos holandeses que matan niños enfermos. En ForumLibertas se publicó una explicación de cómo funciona este protocolo «ético» para matar niños. Se permite matar a los niños que sufren mucho. O que sufrirán en el futuro. O que, en general, no tendrán suficiente «calidad de vida». Nadie duda de que son humanos. Pero ya no pasa nada por matar humanos, si se trata de humanos sin «calidad de vida».
La «ética de la muerte» usa dos juegos de argumentos: por un lado, hay humanos que no son personas (como los fetos, o ciertos enfermos, o los negros, judíos o esclavos, según a quién preguntes). Tienen humanidad biológica, innegable, pero les falta la «personidad», por lo tanto no tienen derechos. [No está claro quién regala los carnés de personidad, quién define qué es eso: parece que lo decide el poder Estatal, o votaciones en parlamentos, o en comités, o «bioéticos» de bata blanca que no se sabe bien quién les autorizó a repartir «personidades»].
Por otro lado, la «vida» no importa tanto como la «calidad de vida». Vale la pena matar -ahorrando costes y sufrimientos- a quien no tiene -ni tendrá, suponemos- «calidad de vida».
Es deber de la gente que aún piensa que matar bebés es inmoral, que es intrínsecamente e inherentemente malo, encontrar herramientas intelectuales -¡y emocionales!- para desmontar el retorno del infanticidio.
En el 2002 se aprobó en el Parlamento de Holanda una ley que permite a los médicos practicar la eutanasia o colaborar en el suicidio de pacientes mayores de 18 años que la soliciten en forma “explícita, razonada y repetida”.
Luego se autorizó a pacientes de 16 a 17 años que formularan esta petición en forma escrita, con un informe a los padres, pero sin que sea necesario su consentimiento; y en menores entre 12 y 16 años con la aprobación de los padres. La mayoría de la gente «eutanasiada» en Holanda (unas 20.000 personas al año, según algunos cálculos, muchas sin registrarse como eutanasia) no lo ha pedido: son niños o ancianos o enfermos inconscientes. Otros (padres, hijos, médicos) deciden por ellos. Deciden matarlos.
La eutanasia no estaba permitida en menores de 12 años en ningún caso en el mundo. Actualmente en Holanda se puede aplicar a todos los nacidos sin ningún tipo de consentimiento informado por parte del interesado (para el caso de los niños, lactantes y recién nacidos). Y sus órganos son muy útiles y deseados para trasplantes, todo un incentivo.
Todo está abonado para el retorno del infanticidio si una fuerte Cultura de la Vida no lo frena.