La sala de espera del hospital Pérola Byington muchos días parece una guardería. Niñas juegan sobre los fríos pisos de mosaico o se mecen de forma hiperactiva en sillas de plástico, mientras que sus madres miran fija y pensativamente el indicador digital rojo en la pared, que señala su lugar en la fila.
Ésta es una clínica de salud para mujeres, especializada en tratar a víctimas de la violencia sexual. De los quince casos de este tipo que el hospital atiende en promedio cada día, casi la mitad involucra a niñas menores de doce años.