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Crear juegos nuevos, desmontar juguetes existentes para crear otros distintos, diseñar algo a partir de la nada… Son actividades que se convierten en imposibles para niños con una agenda sobrecargada. Un pequeño paréntesis de aburrimiento es imprescindible para ellos.
El juego es la forma de expresión más evidente e inmediata que tiene un niño a su alcance. Así lo indican la mayoría de los expertos en pedagogía que han estudiado la cuestión. Hay dos factores que lo convierten en un elemento educativo útil: la imitación de la vida humana (en todos sus aspectos) y el desarrollo de la creatividad.
Soy consciente de que muy pocas personas como yo han tenido la fortuna de poder obtener una formación universitaria tanto en ciencias naturales como en ciencias humanas. Inicié mis estudios universitarios en la facultad de arquitectura, donde cursé cuatro años completos. Allí aprendí los fundamentos básicos de cálculo, álgebra, geometría y mecánica, además de otras disciplinas relacionadas con la estética y el diseño, el urbanismo o la ingeniería de construcción.
Después de cursar los cuatro primeros años, obteniendo buenas calificaciones, decidí abandonar arquitectura e iniciar mi formación en psicología. A pesar de toda la ilusión puesta en esta decisión, mis primeros encuentros con los estudios de psicología me desconcertaron ya para siempre. Casi no podía creer lo que estaba viendo y oyendo. En arquitectura tuve alguna que otra discusión con algún profesor en relación a la falta de rigurosidad en determinados planteamientos. Pero lo que ocurría en la facultad de psicología era muchísimo peor. Enseguida me di cuenta de que había ido a parar a otro mundo, un mundo en el que la ciencia, tal y como yo la conocía, no existía, por mucho que los profesores no parasen de afirmar el carácter científico de la disciplina.