Sin un lugar donde vivir, pero con una página en Facebook

Brian L. Frank | Wall Street JournalComo la mayoría de residentes de San Francisco, Charles Pitts, de 37 años, tiene acceso a Internet. También tiene cuentas en Facebook, MySpace y Twitter. Además, dirige un foro en Yahoo, lee las noticias en Internet y se mantiene en contacto con sus amigos a través del correo electrónico. El único inconveniente de su actividad digital es su residencia, debajo de un puente.

“Uno no necesita un televisor, un radio, ni siquiera un periódico”, dice Pitts, un aspirante a poeta quien asegura que vive en la calle desde hace dos años. “Pero sí necesita Internet”.

La experiencia de Pitt muestra hasta qué punto las computadoras e Internet han impregnado la sociedad. Hace unos años, a algunos les preocupaba que la “brecha digital” separaría a los que tienen acceso a la tecnología y a los que no. Los más pobres no tienen recursos para comprar computadoras o pagar por una conexión a Internet. Aún así, incluso algunas personas sin una dirección fija se sienten obligadas a tener una dirección electrónica.

En Estados Unidos, el municipio de la Ciudad de Nueva York ha colocado 42 computadoras en cinco de los nueves albergues para indigentes que opera y planea conectar al resto este año. Cerca de la mitad de otros 190 refugios en la ciudad ofrece acceso a computadoras. El director general de Central City Hospitality House, una organización sin ánimo de lucro, estima que la mitad de los visitantes a su centro de cómputo (que tiene ocho máquinas) son indigentes. La demanda de acceso a las computadoras es tan alta que los usuarios están limitados a 30 minutos.

La reducción en los precios de las computadoras y el acceso gratis a Internet alimentan el fenómeno. Así como una población con mayor conocimiento de computación. Muchas solicitudes de trabajo y vivienda deben ser presentadas electrónicamente.

Algunos defensores de los indigentes dicen que la recesión económica está golpeando a más miembros de la clase media que han crecido con Internet.

Paul Weston, de 29 años y aspirante a programador de computadoras, dice que su portátil Macintosh ha sido un “salvavidas” desde que fue despedido en diciembre de su empleo en un hotel y se mudó a un albergue. Sentado en una de las mesas de un supermercado de comida orgánica que ofrece Wi-Fi gratis, Weston busca trabajo y escribe un programa informático que espera vender. Weston les ha escrito a funcionarios de la ciudad pidiendo mejores condiciones en los refugios.

Mantenerse conectado mientras se vive en la calle requiere de cierta determinación. La electricidad y el acceso a Internet pueden ser esquivos. Amenazas, incluyendo la lluvia y el robo, son otro problema.

Robert Livingston, de 49 años, ha cargado su netbook Asus a todas partes desde que perdió su apartamento en diciembre. Dice que el año pasado renunció a un trabajo como agente de seguridad y no ha podido encontrar otro empleo.

Cuando se dio cuenta de que no tenía dónde vivir, Livingston compró un maletín resistente para guardar su equipo, un candado para su casillero en el refugio y abrió una cuenta por US$25 al año en Flickr para subir las fotos que toma.

Una mañana reciente, se sentó en un café que algunas veces permite a los clientes usar su conexión inalámbrica a Internet y mostró su página personal, con enlaces a clases de chino. Dice que su computadora lo ayuda a sentirse más conectado y humano. “Vivir en la calle es aterrador”, señala. “Cuando me siento acá, soy igual que el resto de la gente”.

Para Skip Schreiber, un filósofo aficionado de 64 años que vive dentro de una furgoneta, conseguir una conexión eléctrica es su mayor desafío. Schreiber trabajaba en reparación de sistemas de ventilación y calefacción antes de que el estrés laboral y la depresión lo dejaran desempleado hace unos 15 años, dice.

Cuando cumplió 60 años, usó parte de su pensión mensual por discapacidad para comprar una laptop, la conectó a la batería de su auto y aprendió a usarla. “Me gustó el concepto de Internet”, dice. Es una fuente ilimitada de opinión y pensamiento”.

Pitts, el hombre debajo del puente, mantiene una lista en su mente de los lugares donde puede cargar la batería de su computadora y conectarse a Internet, incluyendo una esquina desierta de una estación de metro y de cafés con Wi-Fi. Pitts aspira a reunir pronto el dinero para comprar una computadora. Calcula que puede conseguir una por menos de US$200.

Phred Dvorak | Wall Street Journal