El Times Higher Education World University Ranking, que consigna las 400 mejores universidades del mundo y que fue dado a conocer en Londres el 3 de octubre, revela que —pese al hecho de que Brasil es la sexta economía del mundo, y México la decimocuarta— no hay una sola universidad latinoamericana entre las 100 mejores del mundo, y apenas cuatro entre las 400 mejores del mundo.
La universidad de la región que ocupa la mejor posición es la Universidad de Sao Paulo, Brasil, situada en el puesto número 158. La Universidad Estatal de Campiñas, Brasil, está en el grupo genérico donde se amontonan las universidades que van del puesto 251 al 275, mientras que la Universidad de Los Andes, Colombia, y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), están el grupo que va del puesto 351 al 400.
No hay ninguna universidad de Argentina, Chile, Perú, ni Venezuela entre las 400 mejores del mundo en este ranking. En comparación, hay 22 universidades asiáticas entre las 200 mejores del mundo, y 56 instituciones asiáticas entre las mejores 400 del mundo.
A escala mundial, el ranking sigue encabezado por universidades de Estados Unidos —el Instituto de Tecnología de California es la número 1 del mundo, y siete de las primeras 10 son universidades estadounidenses— , pero las instituciones asiáticas están ascendiendo con rapidez. Varias instituciones chinas, japonesas y surcoreanas están ascendiendo en el ranking, mientras que 51 universidades estadounidenses perdieron terreno cuando se comparan con sus posiciones del año pasado.
Otros dos respetados rankings internacionales publicados este año revelan resultados igualmente deprimentes para las universidades latinoamericanas. Ni el QS World University Ranking de Londres, ni el de la Universidad Jiao Tong de Shanghai, China, incluyen a alguna universidad latinoamericana entre las primeras 100 del mundo, donde también predominan las universidades estadounidenses.
Phil Baty, editor del ranking de Educación Superior del Times, me dijo en una entrevista telefónica que el motivo por el que hay tan pocas universidades latinoamericanas en los rankings es, entre otras cosas, porque los países latinoamericanos ofrecen poco apoyo económico a sus universidades, y estas últimas no hacen suficiente investigación.
Con pocas excepciones, como la ayuda financiera que otorga el estado de Sao Paulo a sus universidades, casi todas las instituciones latinoamericanas reciben escasos fondos. Mientras Estados Unidos y Corea del Sur invierten el 2.6 por ciento de su PBI en la educación superior, Chile invierte el 2.5 por ciento, y México y Argentina el 1.4 por ciento respectivamente, dice Baty.
“Los países asiáticos están invirtiendo mucho en sus universidades”, señaló. “Las universidades de primera línea cuestan dinero. Y en Latinoamérica, vemos una concentración de recursos en universidades que tienen un enorme número de estudiantes, y requieren mucho gasto en infraestructura, lo que les hace difícil invertir en investigación de avanzada”.
Muchos gobiernos latinoamericanos objetan estos rankings, alegando que la docena de indicadores que emplean —incluyendo encuestas de profesores universitarios de todo el mundo y publicaciones académicas reconocidas — tienden a favorecer a los países angloparlantes.
Varios países latinoamericanos están trabajando en un proyecto apoyado por la UNESCO con el propósito de poder producir un nuevo ranking que solo incluya a universidades latinoamericanas.
Pero, según Baty, la encuesta mundial que sirve como uno de los 13 indicadores del ranking del Times está geográficamente equilibrada e incluye a muchos académicos latinoamericanos y españoles. Además, el idioma no es excusa para no publicar en las mejores revistas académicas del mundo, dijo.
“Las universidades asiáticas publican mucho en inglés, porque quieren que sus investigaciones tengan un público mayor y un impacto más grande”, dice Baty. “En Latinoamérica eso no está pasando”.
Mi opinión: Estoy de acuerdo. La tendencia de muchos gobiernos latinoamericanos a desestimar a los principales rankings mundiales de universidades, y el proyecto de producir un ranking regional hecho a medida de las universidades latinoamericanas, son recetas para la autocomplacencia, la parálisis y el atraso.
Alegar, como lo hacen varios ministros de educación de la región, que las universidades latinoamericanas tienen metas diferentes —tales como dar educación gratuita a los pobres— no es excusa para no competir a escala mundial. Es como si se decidiera participar en un campeonato vecinal de fútbol en lugar de jugar en la copa mundial.
En vez de ser desestimados o ignorados, los rankings de las mejores universidades del mundo deberían ocupar las primeras planas en Latinoamérica (y también en Estados Unidos), aunque no sea más que para recordarnos que los países asiáticos están escalando posiciones rápidamente en la economía del conocimiento, y muchos de nuestros países se están quedando cada vez más atrás.