De la inutilidad (relativa) de los colegios privados

Una de las señas de identidad de las familias de clase media-alta y alta son los colegios privados. Los padres, preocupados por la educación de sus retoños, desconfían de esa educación universal, generalista y gratis, y a grito de “you get what you pay for“, se apresuran a matricular a sus niños en algún prestigioso centro de enseñanza de esos que cuestan un montón de dinero. El chaval seguro que sale más culto, refinado e inteligente, con una formación de esas que lo deja como un elegido para la gloria.

Lo divertido de todo esto, sin embargo, es un pequeño secreto: los colegios privados no sirven para nada, al menos desde un punto de visto puramente educativo. Felix Salmon lo mencionaba el otro día, hablando de la obsesión de la gente con dinero de Nueva York de gastarse $32.000 al año en colegios superespeciales y superelitistas; un niño de clase media o media-alta aprende exactamente lo mismo en una escuela pública que en una muy exclusiva y privada institución de enseñanza. Si un chaval viene de una familia de renta media con padres atentos que tienen un montón de libros en casa (un indicador de cultura/ educación, por cierto), la mayoría de estudios señalan que no importa a qué colegio vaya, el resultado educativo será bastante similar. El colegio importa poco; lo importante es el entorno familiar y nivel educativo de los padres. No sólo eso, este es un resultado que aparece en múltiples estudios.  La diferencia se mantiene, de hecho, incluso entre centros educativos públicos “buenos” (digamos, concertadas de prestigio) y otros más pobres.

¿Por qué sucede esto? Empecemos por el lado educativo, por qué la calidad del colegio parece no tener demasiada relación con lo que aprenden los alumnos de clase media. La respuesta básica es socialización; un niño que está acostumbrado a ver a sus padres leyendo, manejando números o escuchándoles decir una y otra vez que ir a la universidad es muy importante y que tienen que pensar qué quieres se de mayor. No es sólo cuestión de disciplina, preocupación por las notas que sacan o ayudarles a hacer los deberes (aunque también ayuda), es simple cuestión de crecer en un entorno familiar en el que estudiar y leer es algo natural y cotidiano. Si a esto le añadimos estabilidad familiar, un entorno tranquilo, saludable y sin conflictos y un poquito de amor de madre, la misma naturaleza curiosa de cualquier renacuajo de siete años hará el resto del trabajo.

Queda explicar, sin embargo, por qué la gente insiste en gastarse cantidades absurdas de dinero en colegios que realmente no hacen demasiado para mejorar la educación de sus hijos. La respuesta, en este caso, no es tanto sacar buena nota en selectividad, sino asegurarse que sus hijos tengan las amistades “correctas”. No me refiero a eso de no mezclarse con la chusma de la pública, o algo parecido; la idea en este caso es contactos,  relaciones sociales y asegurarse que tu familia se mueve en el círculo de amistades que hace que la carrera profesional del chaval vaya bien encaminada. Es por este motivo que parece que media clase política catalana parece haber salido de un par de institutos de Barcelona (Escolapios de Sarrià y La Salle Bonanova), y la mitad de los banqueros de Connecticut parecen haber salido de Taft o Hotchkiss. Por el mero hecho de haber ido a un determinado instituto de la ciudad, uno acaba por tener en su agenda unos cuantos diputados autonómicos a poco que estuviera despierto. En el fondo es un buen negocio.

En cierto sentido, esta clase de decisiones son una señal muy clara que la igualdad de oportunidades es algo mucho más complicado y ambicioso de lo que parece en un primer momento. No basta con tener escuelas públicas decentes; uno necesita colegios públicos lo suficiente maravillosos para que los ricos decidan bajar a la tierra y mezclarse con la chusma de clase media. Segundo, y no menos importante, la calidad del colegio parece no importar para los niños que viven en familias medianamente acomodadas, pero eso también implica que la calidad del centro educativo tiene una importancia descomunal para los alumnos de familias pobres.

También, por cierto, explica uno de los secretos del éxito de lugares como Finlandia, Holanda o Corea para conseguir resultados tan buenos de movilidad social: tener relativamente poca gente pobre (y un estado de bienestar estupendo) realmente hacen las cosas bastante más fáciles. Esto de la igualdad de oportunidades que tanto me gusta mencionar sale realmente muy caro. Pero eso es para otro día.

Roger Senserrich | Politikon