¿Conspirando con un amante lejano? Pruebe un mensaje de texto. ¿Perdido en el bosque la jungla el Mar Jónico? Use su Sistema de Posicionamiento Global o GPS. ¿Un caso de identidad equivocada? ¡Facebook!
La tecnología ha vuelto obsoletos a algunos recursos narrativos clásicos: los caminos que no se cruzaron, los problemas de comunicación, la incapacidad de contactar a alguien. Tales trucos no pasan la prueba de credibilidad cuando hasta los destinos más remotos cuentan con cobertura inalámbrica. («Éste es Ulises. ¿Podría alguien consultar el camino a Ítaca? Busquen la ruta «sin sirenas».)
¿Qué importancia tiene la pérdida para la narración si personajes desde el Bosque de Sherwood hasta las Puertas del Infierno pueden conectarse instantáneamente, si no es que constantemente?
Mucha, y por lo menos parte de ella es personal. Recientemente terminé mi segundo thriller, o por lo menos eso creí. Cuando se lo envié a varios amigos que son muy buenos escritores, recibí la siguiente retroalimentación: el protagonista y su novia no pueden pasarse todo el libro sin poder ponerse en contacto. No en la era del teléfono celular.
Entonces, comencé a hablar con colegas escritores y descubrí un creciente antagonismo hacia los dispositivos de comunicación de hoy.
«Queremos un mundo donde haya distancia entre las personas; de ahí es de donde proviene la gran narración», dijo Kamran Pasha, escritor y productor de «Kings», drama de televisión basado en la historia de David. Comenta que hasta el desarrollo de la Biblia habría sido víctima de la conectividad. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, los hermanos de José lo arrojan a un pozo. Es recogido por comerciantes de esclavos y llevado Egipto, un giro crítico en la narración del Éxodo que esfundamental para el judaísmo. Imagínese si, en lugar de eso, hubiera pedido ayuda por teléfono desde el pozo. «Es gracioso pensar que si José hubiera tenido un iPhone, no habría judaísmo», dice.
¿Debemos ahora borrar la tensión latente durante cientos de páginas mientras los personajes se preguntan, por ejemplo, qué le pasó a un amante? Sin duda, Rick Blaine se habría librado de la dolorosa incertidumbre de por qué Ilsa lo dejó plantado en la estación de tren en «Casablanca». («¿Porqué no llegó? ¡Se suponía que nos íbamos a escapar juntos! Hmm, revisaré mis mensajes… Ah bueno, eso tiene sentido. Ahora a ver si la puedo encontrar en Google Earth…»)
¿Cómo habría cambiado el destino de Alexander Portnoy, personaje de Philip Roth, si su tía le hubiera enviado un correo electrónico a una tienda de abarrotes en internet para que simplemente les llevaran el hígado a domicilio? Muchos malentendidos subyacentes esenciales en las comedias de Shakespeare desaparecerían con un simple mensaje instantáneo: ¿Puedes aclarar qué eres: hombre o mujer?
Los thrillers, por supuesto, tienen mucho tiempo de beneficiarse de la tecnología, que ofrece nuevas herramientas para el descubrimiento.
Pero la tecnología también ha perjudicado al género. El autor de bestsellers Douglas Preston recuerda un momento revelador, afines de los 90, cuando escribía con Lincoln Child. Su personaje era una mujer que estaba siendo perseguida por un callejón oscuro de Nueva York, aparentemente incapaz de encontrar ayuda.
«Le dije: ‘Lincoln, tiene un celular’. Él dijo: ‘Bueno, quizá los lectores no se den cuenta»‘, comentó Preston. Finalmente reubicaron la escena al metro, donde, en esa época, no había recepción celular.