¿Por qué será que la gente teme aquello que desconoce? Tenemos tanto miedo al cambio que no comprendemos el esfuerzo que conlleva quedarnos en el mismo lugar, cuando todo a nuestro alrededor sigue su curso. ¿Tan poca confianza tenemos en la vida, en nosotros? … Pensamos que si nos dejamos llevar por la vida, no estamos tomando parte en las decisiones que determinarán esa misma vida… Siempre elegimos, no podemos escapar de la elección, pero hay tantos conceptos que no comprendemos, tantas nociones mal interpretadas y lo que es peor, generalizadas, que llegamos a creer que vivir el momento es desligarse de la responsabilidad de elegir el futuro; que aceptar lo que nos pasa es no desear el cambio; y que pensar que siempre nos sucede lo que nos tiene que suceder no es más que una excusa para quedarnos donde estamos…
Cuando alguien dice en voz alta, por ejemplo, que siempre nos sucede lo que nos tiene que suceder, el primer pensamiento que cruza por nuestra mente suele ser “entonces de qué sirve hacer cualquier cosa, si de todas maneras nos sucederá lo que nos tenga que suceder, mejor me siento a esperar, qué sentido tiene gastar energías si de todas formas lo que me tenga que pasar me va a pasar”… Ahora quisiera explicar esto desde otra perspectiva:
El primer concepto que quiero sacar a relucir es el siguiente: “Creamos nuestra realidad a partir de nuestras creencias”. Según algunos, esto es un proceso que va más allá del terreno de las actitudes, y lo llevan al terreno de la física cuántica, adjudicando al pensamiento la capacidad de influir en las partículas cuánticas, y por otro lado, esta es una idea comúnmente aceptada en los círculos esotéricos. Pero incluso si no manejamos conceptos de física cuántica ni somos demasiado amigos de las corrientes de pensamiento más esotéricas, hay que reconocer que las creencias que albergamos sobre nosotros mismos y sobre la realidad en general, determinan las actitudes y reacciones que tendremos a lo largo de nuestra vida, ya sea frente a determinados sucesos o frente a otras personas, así como la respuesta emocional que tendremos frente a un determinado acontecimiento. Es también cierto que reaccionamos ante las actitudes de los demás, así como ellos reaccionan frente a las nuestras; por lo que es lógico suponer que en cierta medida, las actitudes que otros tengan frente nosotros, así como la opinión que tengan sobre lo que somos, están determinadas en gran medida por lo que creemos sobre nosotros mismos… Esto nos enfrenta con una cuestión fundamental: “Tanto la manera en la que nos tratan los demás, así como la opinión que tienen sobre nosotros, no son casuales, y dependen en mucho de nosotros mismos, ya que son reacciones frente a las actitudes que generan nuestras creencias”… Si tomamos esto como premisa, entonces nos daremos cuenta de que al menos nuestra vida social está determinada en gran medida por nuestras creencias.
Si nuestras realidad en el plano de las relaciones interpersonales está determinada por nuestras creencias, entonces es inevitable que en este plano siempre nos suceda lo que nos tiene que suceder, aunque eso no sea lo que nos agrade, ya que será un reflejo de y una reacción frente a nuestras creencias. Y es lo que nos tiene que suceder, aunque más no sea para darnos cuenta de que no nos gusta y tener la posibilidad de cambiarlo. Esto nos saca de nuestro confortable sillón interior, y nos ubica en una situación en la que ya no somos pasivos frente a la vida; una situación en la que no podemos escondernos detrás de la actitud de víctima y pensar que los demás nos tratan mal o bien por una cuestión externa que no manejamos, o por una maldición cósmica.
Las creencias son además las que generan nuestras reacciones emocionales frente a cualquier suceso. Si creemos que algo es vergonzoso, sentiremos vergüenza al experimentarlo. Pero en otro lugar del planeta, en una sociedad en la que las creencias culturales difieran, el mismo suceso puede resultar de lo más natural. Hoy, por ejemplo, nadie discrimina a una persona que toma café en un bar, porque culturalmente nos inculcaron la creencia de que el café es una sustancia “permitida”, y reaccionamos emocionalmente de acuerdo con esa creencia. Pero hace 150 años, el café era visto como una sustancia prohibida, como lo es hoy la marihuana, porque se lo consideraba “una droga”… ¿Cómo puede algo ser «bueno» y «malo» a la vez? Sólo cuando comprendemos que el significado moral depende de nuestras creencias y no del objeto o suceso en sí mismo, vemos que esta idea es posible.
Un suceso es básicamente neutral, somos nosotros quienes les damos significado “positivo” o “negativo” de acuerdo con las creencias que tengamos frente a ese suceso…
Pero en general, nuestras creencias sobre el mundo están tan bien escondidas que nuestro paradigma se vuelve invisible, hasta olvidarlo por completo y llegar a pensar que no existe; lo que nos lleva a adjudicar connotaciones morales inherentes a los hechos. De ahí se desprenden frases como por ejemplo “Así es la vida”, y toda clase de generalizaciones que no hacen más que corroborar nuestro papel de víctima.
Muchos pensarán: “Entonces este tipo está diciendo que todo es subjetivo, y que matar no es algo malo, y que hasta podría llegar a ser algo bueno”. Creemos que matar es malo, porque creemos que la vida es preferible a la muerte, y sólo por eso. Pero no sabemos en realidad lo que la muerte es, ni lo que implica fuera del ámbito físico. Si, por ejemplo, creyéramos sinceramente que la muerte es preferible a la vida, o que hay realmente vida después de la muerte, y que esa vida es preferible a esta (y no me refiero a la pseudocreencia religiosa de los que predican que irán al cielo y actúan como si no hubiese nada después de la muerte; estoy hablando de una creencia sincera); si “honestamente” creyéramos que la muerte es preferible a la vida, entonces nuestra respuesta emocional frente a la muerte sería completamente diferente a la de alguien que creyera lo contrario, así como nuestra actitud frente a la idea de asesinato. Pero como no sabemos qué es la muerte en realidad, ni conocemos los detalles sobre lo que es estar “muerto”, optamos lógicamente por creer que la vida es preferible, porque es lo único que conocemos y porque es lo único “seguro” que tenemos.
Pero quisiera ir más allá. Hoy dije que nuestras creencias determinaban nuestra realidad en el plano de las relaciones interpersonales. En verdad, determinan nuestra realidad en todos y cada unos de los aspectos, ya que lo que creamos sobre el mundo, sobre la realidad y sobre nosotros, determinará la manera en la que nos sentiremos frente a ese mundo, esa realidad, y nosotros, y por lo tanto nuestra manera de actuar y vivir…
Si, por ejemplo, paramos a tres personas frente a un mismo cuadro, la primera quizá esté prestando atención a la textura de la tela, la segunda podría estar deleitándose con los colores, y la tercera estaría pensando en cuánto podría vender el marco. El cuadro está ahí y es el mismo para todos. Cada cual se enfocará en algún aspecto o en otro conforme a su propia capacidad, y tomará y descartará lo que considere preferible o no, de acuerdo con sus creencias. En definitiva sus creencias serán la lente que enfocará su atención hacia determinados aspectos y la desviará de otros, y lo mismo sucede frente al mundo, la realidad y frente a nosotros mismos.
Nadie puede ser más que lo que cree que es, no porque no lo sea, sino porque actuará de acuerdo a lo que crea ser.
Un cambio de creencias puede hacernos enfocar la atención en un aspecto de la vida o del mundo que antes ignorábamos, modificando nuestra realidad subjetiva, sin que el mundo haya cambiado externamente, ya que las creencias determinan la manera en la que filtramos la realidad… Y la manera en la que juzgamos la realidad es la que determina nuestras acciones. Lo que hay que comprender, lo verdaderamente importante, es que al modificar nuestra realidad subjetiva, cambiará con el tiempo también nuestra realidad objetiva, porque las actitudes que nazcan de ese cambio subjetivo, modificarán inexorablemente nuestra realidad objetiva en todos sus aspectos.
Alguien que cree que es indigno de recibir amor, por ejemplo, se sentirá miserable por más que lo quieran, porque su creencia le hará enfocar la atención en cualquier detalle que corrobore que nadie lo quiere. Incluso si alguien lo quisiera de un modo tan evidente que fuera imposible de ignorar, esta persona jamás llegaría a confiar por completo en ese amor, y estaría esperando el momento en el que “finalmente” se descubriera que ese amor era falso… Una persona que cree que no es digna, jamás será feliz, aunque esté rodeada de todo el amor del universo. Lamentablemente, como las creencias generan nuestras actitudes, lo más probable es que esa persona actúe de manera que genere, aunque sea inconscientemente, el rechazo de los demás, para poder de esa forma seguir alimentando su creencia original… Y con el tiempo, lamentablemente, conseguirá eso en lo que tan enfocado está… el rechazo.
Así comienza el círculo vicioso que nos lleva a pensar que lo que creemos sobre nosotros y sobre la realidad es en realidad una característica inmutable, en lugar de una creencia. Y como la respuesta exterior se corresponde con nuestra creencia, llegamreos a creer que las cosas “son así”, por lo que jamás intentaremos cambiarlas.
Lo mismo sucede con aquello que creemos sobre el mundo. El mundo tiene infinitos aspectos, pero nosotros enfocaremos nuestra atención en aquellos que se correspondan con nuestras creencias, ignorando todos los demás. Y siempre esperaremos que el mundo cambie, cuando lo que muchas veces necesitamos es cambiar nuestra manera de filtrar ese mundo. Un director de orquesta seguramente advertirá aspectos de una sinfonía de Beethoven, que el oyente inexperto pasará por alto; y sin embargo la obra está ahí para que cada cual interprete lo que sea capaz de interpretar. La sinfonía no es más simple o más compleja solo porque alguien no es capaz de apreciar sus detalles. Lo mismo sucede frente al mundo, la realidad y nosotros.
Si comprendemos esto, veremos que “siempre nos sucede aquello que nos tiene que suceder”, porque siempre nos sucede lo que merecemos, y no como premio o castigo de nadie, sino porque al pensar, sentir y actuar de acuerdo con nuestras creencias, lo que nos sucede es siempre una reacción generada por esas actitudes… Además hay que tener en cuenta que de la totalidad del suceso, tomaremos y descartaremos los aspectos que se correspondan con nuestros filtros, juzgando el suceso como “bueno” o “malo” conforme estos…
En definitiva, todas las nociones que parecen inherentes a la realidad, incluso las nociones de “bueno” o “malo”, dependen del sistema de creencias (paradigma) que hayamos adoptado. Por eso la mejor manera de cambiar nuestra vida es hacernos conscientes de las creencias que albergamos, comprendiendo en qué momento llegamos a aceptarlas, y por qué. Si vemos que los resultados de esas creencias nos hacen miserables, entonces depende de nosotros comprender que esas creencias pueden cambiarse por otras que nos hagan más felices, y empezar así el camino de expansión de nuestra realidad… Hay creencias que restringen y creencias que expanden, creencias que nos tornan impotentes y creencias que nos dan el poder de cambiar nuestra vida. La sola creencia en nuestra capacidad de cambiar nuestras creencias, nos da la posibilidad de empezar a cambiarlas…