El médico que acabó matando niños

El autismo es una grave enfermedad que está extendiéndose notablemente desde los años 80 del pasado siglo. En sus formas más severas provoca graves trastornos de la inteligencia y la sociabilidad que incapacitan a quien la padece y causan enormes sufrimientos a sus familias. No se conocen las causas y no hay tratamientos que hagan más que aliviar algunos síntomas, en algunos casos. Esta terrible enfermedad no justifica, sin embargo, algo mucho peor: la muerte comprobada de niños en Gran Bretaña por enfermedades prevenibles mediante vacunación. La culpa es de la asociación falsa entre una vacuna y el autismo; una asociación causal espúrea pero respaldada por una famosa publicación científica en la reputada revista médica The Lancet. Esa publicación ha sido retirada por la revista, y el doctor Andrew Wakefield, su principal autor, ha sido condenado por la organización médica británica acusado de falsificar e ignorar datos y de fraude. Ahora ha sido expulsado de un instituto creado para defender sus ideas: ideas que no han hecho gran cosa por los pacientes de autismo, pero han provocado muertes.

Los primeros síntomas del autismo suelen detectarse en el desarrollo del niño entre los 18 y los 24 meses de edad. La vacuna combinada MMR (Measles-Mumps-Rubella, sarampión-paperas-rubeola) se administra a los niños británicos a esa edad. Esta asociación en el tiempo entre la vacuna y la aparición de los síntomas es la base de la correlación causal entre ambas cosas: un típico caso de la falacia conocida como ‘Post hoc ergo propter hoc’ (después de, luego a causa de). Los angustiados padres de niños autistas recordaban en muchos casos que los primeras sospechas sobre el comportamiento de sus hijos se habían producido después de la vacunación.

Pero el vínculo quedó sellado con la publicación en The Lancet de una investigación que describía síntomas intestinales en niños autistas e insinuaba (sin afirmar) la asociación entre la vacuna MMR y el autismo. El artículo, firmado por el doctor Wakefield y una docena de investigadores más, fue recogido por la prensa. La consecuencia fue el inmediato desplome en el Reino Unido de las tasas de vacunación, y la multiplicación de casos de estas enfermedades, prácticamente erradicadas. Si bien es cierto que la Rubeola y las Paperas no suelen ser enfermedades mortales (aunque pueden tener graves consecuencias, como esterilidad, sordera o abortos), el sarampión mata a un 0,2% de sus pacientes. La campaña antivacunación basada en el trabajo de Wakefield está directamente relacionada con al menos dos muertes que se habrían evitado. La mala asociación entre causas y efectos mata.

La mayoría de los cofirmantes del artículo retiraron su firma. Se descubrió que Wakefield no había hecho públicas conexiones financieras con sectores interesados en culpar a la vacuna de la epidemia de autismo. No había mecanismo biológico alguno que pudiese conectar la vacuna (o sus componentes, como el preservante Timerosal) con los síntomas de la enfermedad y su desarrollo. Nadie fue capaz de reproducir los resultados. Por fin el Consejo General Médico (organismo encargado de mantener los estándares de calidad en la medicina británica) realizó una investigación que concluyó a finales de enero de este año con una severa condena del doctor Wakefield, su investigación y sus conclusiones. La revista The Lancet, por su parte, retiró formalmente la publicación a principios de febrero por errores metodológicos y falsificación de datos. El doctor Wakefield ha sido despedido de su puesto directivo en la clínica especializada estadounidense Thoughtful House; actualmente no puede ejercer la medicina ni en el Reino Unido ni en Estados Unidos.

Este triste y terrible caso deja de manifiesto las dificultades y los riesgos en la investigación médica, cuando se trata de establecer cuáles son las causas de las enfermedades. Porque identificar mal una causa no sólo provoca tratamientos innecesarios y contraproducentes, sino que significa que el verdadero causante queda impune para seguir matando. Es muy fácil explicarlo todo mediante misteriosas conspiraciones con base en la avaricia y la maldad. Es mucho más difícil comprender los detalles de las investigaciones epidemiológicas, que están relacionados con enormes números y complejas estadísticas en las que intervienen numerosos factores. El aumento en el número de casos de autismo, por ejemplo, podría deberse simplemente a un mejor diagnóstico, y no a que haya más enfermos. Es loable querer descubrir las causas de enfermedades tan terribles, sean cuales sean, para evitarlas y curarlas. Pero las malas causas son peores que ninguna. Y la falta de escrúpulos no está solo de la mano de las macrofarmacéuticas y los gobiernos.

Pepe Cervera | rtve.es