La escritora Erica Jong reflexiona sobre la maternidad y cómo se ha convertido en una prisión para la mujer moderna
A menos que haya vivido en otro planeta en los últimos 20 años, se habrá dado cuenta de que sufrimos una prolongada orgía de maternofilia. Las estrellas de cine embarazadas muestran orgullosas sus vientres y las coloridas revistas en las cajas registradoras de los supermercados no se cansan de describir la inagotable felicidad de los papás famosos. Tener y criar hijos ha pasado a convertirse en el máximo objetivo en la vida de las mujeres. ¿Qué importa que haya ahora mismo suficientes niños abandonados en el planeta para hacer que la reproducción sea innecesaria? Narcisistas de profesión como Angelina Jolie y Madonna quieren sus propias minirréplicas además de los niños africanos y asiáticos que coleccionan para promocionar su apertura de mente. En los reportajes fotográficos, no suelen aparecer las niñeras que las ayudan. Quieren vendernos la idea de que todo este tema de los bebés es indoloro, fácil y barato.
En Estados Unidos, la Biblia para educar a los niños es El Niño (Desde el nacimiento hasta los 3 años), de los doctores William y Martha Sears, que predica la educación basada en el «vínculo paternal»: la madre lleva el bebé a cuestas, duerme con él y se ajusta a sus necesidades. Cómo hacer esto y a la vez ganarse el pan no se discute casi nunca. Simplemente, asumen que una es lo suficientemente acaudalada. Si hay otros cuidadores en el plan, son invisibles. Se supone que la madre y el padre pueden ocuparse de todo. Si a esto le añadimos los dictámenes de las prácticas ecológicas, o sea comidas caseras y pañales de tela, nos topamos con el nuevo ideal. Todo es poco para el bebé.
También se asume que «madre» y «padre» son términos exclusivos, pese a que en otras culturas se aplican a una amplia gama de tíos, abuelos y otros adultos. El parentesco no es exclusivamente biológico. La cooperación en el cuidado de los niños es obviamente conveniente, pero algunos antropólogos creen que también cumple un propósito mayor: una multitud de cuidadores aumenta las capacidades cognitivas de bebés y niños pequeños. Cualquier familia donde haya padres, abuelos, niñeras y otros adultos involucrados comprende lo rápido que los niños se adaptan. Seguramente esto los prepare mejor para la vida que sólo verse las caras con sus padres estresados. Algunos de estos padres estresados ahora reconocen odiar al doctor Sears y su mujer, calificándolos como meros colonialistas condescendientes enamorados con la violencia noble.
Puede que en el futuro el concepto de «vínculo paternal» sea recordado como una curiosidad, pero hoy en día se da por hecho que podemos perfeccionar a nuestros hijos según cómo los criemos. Muy pocos se cuestionan la idea, y los padres se matan para esculpir hijos excepcionales. Se trata de una carrera altamente competitiva.
Así, no es un milagro que el libro de Elisabeth Badinter, El conflicto: La mujer y la madre, se haya convertido en un bestseller en Francia (pronto será publicado en todo el mundo). Badinter se atreve a poner en duda el vínculo paternal bajo el argumento de que esas expectativas supuestamente benignas victimizan a las mujeres mucho más de lo que lo hicieron jamás los hombres.
Las mujeres ya no sienten sólo que siempre deben estar ahí para sus hijos sino que también deben darles el pecho, preparar sus comidas y lavar sus pañales reciclables. Es una prisión para madres y representa un contragolpe a su libertad, al igual que los movimientos antiabortistas.
Cuando una madre famosa como la supermodelo Gisele Bündchen declara que todas las mujeres deberían estar obligadas a darles el pecho a sus criaturas, está repitiendo una propaganda de «padres verdes», tal vez de forma inconsciente. Las madres ya se sienten lo suficientemente culpables como para que encima les den más normas sobre cómo cuidar a sus hijos. A mí me encantaba dar el pecho. Mi hija lo odia. Las madres deben ser libres para elegir.
En realidad, nada es más maleable que la maternidad. Nos gusta pensar que ser madre es algo inmutable y decretado por la ley natural, pero de hecho ha provocado la aparición de prácticas tan disparatadas como los pagos con bebés y el infanticidio. La maternidad posesiva, casi patentada, que consideramos natural hoy en día habría sido una maldición en otros momentos históricos. Actualmente, la maternidad es una cuestión de glamour y, en ciertos círculos, los niños se han convertido en el accesorio de moda.
¿Acaso es incluso posible satisfacer las necesidades de padres e hijos a la vez? En las sociedades agrarias, cargar a su bebé podía ser la norma, pero la cultura corporativa de ahora apenas da margen para poder dedicar un cuarto a las madres que les dan el pecho a sus hijos. No hablemos siquiera de llevarlos al trabajo. Así que parece que se ha diseñado una nueva tortura para las madres: una serie de expectativas que las hace sentir incompetentes independientemente de la pasión con la que cuiden a sus bebés.
Trato de imaginarme cómo habría sido mi vida si hubiera seguido los consejos de la educación basada en el vínculo parental cuando era madre soltera y principal sostén de la familia. Tendría que haberme llevado a mi hija a mis conferencias, entrando y saliendo de aeropuertos, estudios de televisión y hoteles. Era imposible. Nuestros horarios no podían ser más divergentes. Así que recurrí a las niñeras, dejé a mi hija en casa y me sentí culpable por mi sentimiento imperfecto de apego.
Vivimos tiempos de retraimiento contra las políticas sociales progresistas, y las mujeres que hoy en día persiguen una vida política le deben más a Evita Perón que a Eleanor Roosevelt. Las «mamá oso» tipo Sarah Palin nunca reconocen las dificultades de tener y criar hijos. Tampoco admiten recibir ayuda. El bebé se ha convertido en la herramienta política del momento.
En el siglo XIX, la primera ola de feministas soñaba con cocinas y guarderías comunitarias. Cien años después, lo más cerca que hemos llegado a esas comodidades son las franquicias de comida rápida que engordan a nuestros hijos y las niñeras de familias menos favorecidas que nos ayudan a criar a nuestros niños mientras los suyos están en casa con los abuelos. Nuestras antepasadas estarían consternadas de ver lo poco que hemos transformado el mundo de la maternidad.
Ninguno de esos patrones de maternidad está grabado en nuestro ADN. Ser padres es distinto en diferentes partes del mundo. Nuestro mito cultural es que el cuidado del bebé es sumamente importante y eso ha llevado al concepto de «madre helicóptero», la agobiante supervisión de cada una de las experiencias y problemas del niño y que puede llegar a prolongarse hasta el momento en que se va de casa. También se ha traducido en la omnipresente ansiedad (de padres e hijos) y la profunda decepción que algunos padres sufren cuando sus hijos se vuelven menos manejables durante la adolescencia.
Renunciar a su vida por un hijo crea expectativas que están destinadas al fracaso cuando, de forma inevitable, el hijo quiere distanciarse. Además, estos cuidados hiperatentos tampoco ayudan a criar adultos independientes. Los niños que nunca tienen que resolver problemas por sí mismos llegan a creer que no son capaces de hacerlo.
En las oscilaciones del feminismo, las teorías sobre la crianza de los hijos han jugado un papel importante. Hasta que las mujeres sigan siendo el género más responsable de los niños, somos nosotras las que nos arriesgamos a perder más al aceptar la perspectiva de la «violencia noble» de la maternidad, con sus ideales de apego y naturalidad. Necesitamos librarnos de la culpa sobre nuestros hijos, no incrementarla. Necesitamos que alguien nos diga: «Háganlo lo mejor que puedan. No hay reglas».
—Erica Jong es novelista, poeta y ensayista y sus 20 libros se han publicado en todo el mundo. «Miedo a volar» es su novela más conocida, con 20 millones de copias.