En los inicios de 1959, el destacado psicólogo cubano Gustavo Torroella, que había terminado estudios en la Universidad de Columbia, fue llamado por Ernesto Guevara, “El Ché”, con el objetivo de crear un grupo especializado en el ámbito de la psicología. Cada viernes, el líder revolucionario, que sentía gran simpatía por la psicología y el psicoanálisis, sostenía una reunión con ese grupo para organizar y diseñar un proyecto de asesoría al Ejército Rebelde, que en aquella época estaba necesitado de una adecuada evaluación, educación e instrucción. En una de esas reuniones, el Ché preguntó si era mejor llevar adelante entrevistas individuales o tests. Como el ejército era muy grande y el tiempo era limitado se decidió que era preferible utilizar tests. El Ché escribió a Torroella una nota de presentación para el director de Cubana de Aviación y le dijo: “Ve y búscalo en el Hotel Habana Hilton; dile que te facilite un viaje a Nueva York y utiliza estos 300 dólares para que compres lo que consideres necesario”. Más tarde, ya en el hotel, el director de la aerolínea escribió en una servilleta de papel del restaurante la autorización para el pasaje que el empleado de la agencia de viajes expidió inmediatamente. Tal vez esta fue la primera petición que la Revolución de 1959 hizo a la psicología.
Sería difícil encontrar un ejemplo mejor de la manera en que la vida nacional ha marcado el devenir de la psicología cubana post revolucionaria que esta anécdota que me relató, pocos meses antes de desaparición física, el entrañable e incansable Torroella, testigo durante más de 60 años del largo proceso de desarrollo de la psicología en el país.
Pero no trataré aquí de los primeros cincuenta años de la psicología cubana, reportados con este mismo título por ese otro creativo constructor que fue Bernal del Riesgo (1955), tampoco de los fecundos antecedentes del siglo XIX. Una historia detallada de la psicología en Cuba, donde se rescaten las múltiples (aunque dispersas) investigaciones y publicaciones sobre el tema sigue siendo una deuda no saldada con todos los que la hacemos y la harán. 2
Como en otros trabajos que he publicado sobre la psicología en América Latina y Cuba (de la Torre, 1981, 1983a, 1983b, 1983c, 1991, 1995, 2002, 2008; de la Torre y Calviño, 1996, 2000) en este no se trata de hacer un “informe oficial” del estado de la psicología cubana. Se trata sobre todo de ofrecer informaciones generales y algunas interpretaciones personales. Aquí escribo mi punto de vista como activa constructora de la psicología de mi país desde 1966. Y, como punto de vista al fin, tal vez sea compartido en algunos aspectos por otros colegas, pero puede también no serlo en otros y por otros.
La psicología en Cuba, su desarrollo, su propia existencia, están marcadas por su escenario natural, Cuba. Con la Revolución de 1959, la apenas naciente psicología – que de otra manera no hubiese sido muy diferente a la del resto de los países de la región – experimentó su “big bang”: una eclosión, ruptura y re-constitución, que influyó definitivamente en el curso que esta disciplina tendría en los siguientes cinco decenios.
Las definiciones políticas del Gobierno Revolucionario cubano y sus formas particulares de concreción, marcan desde un inicio algunos rasgos propios, tal vez distintivos, de la profesión de psicólogo en Cuba.
El carácter “emergente” del ejercicio de la profesión. Es decir esencial y primariamente vinculado a las demandas sociales, a la situación del país, a los contextos. En este sentido, un psicólogo con una mirada prioritariamente marcada por el compromiso con la transformación social.
El carácter “estatal” de los vínculos profesionales. Todo el ejercicio profesional de la Psicología se enmarca dentro de las prácticas estatales, que son gratuitas para todos (personas e instituciones), remuneradas por el salario como funcionario público, e instituidas por las políticas del partido, el estado y el gobierno.
El carácter “ideológico” de la cosmovisión profesional. Es decir un profesional que asume mayoritariamente la ideología del marxismo como sustento de su trabajo y de sus modelos conceptuales.
El carácter “político” de las prácticas profesional. El sentido de la profesión se centra en el ejercicio de un conjunto de tareas (funciones) que tienen un carácter político esencial. Lo que demanda la adscripción de la disciplina y del profesional al proyecto (programa) político del gobierno.
Los profesionales de la Psicología, en el macro del diseño socio político de la revolución son concebidos como especialistas de la revolución, por la revolución y para la revolución. “Una universidad para los revolucionarios”, “Dentro de la revolución todo. Contra la revolución nada”. Fueron estas las marcas que desde el propio inicio, especialmente desde el muy debatido discurso del líder de la Revolución “Palabras a los Intelectuales”, en junio de 1961, delinearon el curso ulterior del desarrollo de la psicología y otras ciencias sociales. Eran los momentos en que la práctica de los psicólogos, precisamente, se organizaba en escuelas, departamentos y servicios.
Desde aquí, y con una mirada prospectiva, es posible establecer “momentos críticos”, etapas de cambio, crecimiento, desarrollo.
Los años 60: la emergencia de la práctica.
Después de 1959 una de las prioridades del desarrollo de la educación superior en Cuba fue la fundación de dos escuelas de psicología: una en la provincia de Las Villas, en el centro del país, en 1961; otra en La Habana, capital de la república, en 1962. (Morenza, 1985; Sansón, Rodríguez, & Guevara, 1980; Mitjans, Cairo, Morenza, Moros & Rodríguez, 1987; Corral 2004; Herrera, & Guerra, 2004).
Los primeros formadores de los psicólogos de la revolución fueron profesionales de la psicología, la psiquiatría y la pedagogía que no abandonaron el país al triunfo de la rebelión armada (Bernal del Riesgo, Gustavo Torroella, Ernesto González Puig, Aníbal Rodríguez, María Teresa Sansón, Armando Martínez, Noemí Pérez Valdés, Juan Guevara, René Vega Vega, Diego González Martín y otros).
Algunos de ellos tenían reconocida y activa militancia política en las acciones que llevaron al derrocamiento de la tiranía en el poder. Otros, simplemente, habían permanecido en el país a pesar de las difíciles y cambiantes circunstancias. Todos constituyeron el sustento real del nacimiento de una psicología con rasgos propios y marcas nacionales.
Los primeros profesionales de la psicología formados con la revolución en las escuelas antes referidas, se graduaron en 1966. Junto a sus profesores se propusieron encontrar y construir espacios de participación profesional en muchas de la múltiples tareas que demandaba el desarrollo del proceso revolucionario (ver Colectivo de Autores, 1964; Escuela de Psicología, 1964, Sociedad de Psicólogos de Cuba, 1990; González, 1995; Tovar, 2001). El estudio de nuevas comunidades, la introducción de la psicología en el sistema de salud, la universalización de la enseñanza, la creación de círculos infantiles, los cambios en relación a la participación de la mujer en la sociedad, el estudio de los procesos migratorios, el trabajo social con poblaciones marginales, el trabajo en los centrales azucareros, y muchos otros problemas de vital importancia fueron los escenarios, las aulas sociales, en que se comenzaron a formar las primeras generaciones de psicólogos. El propio Ché, venido de un país con una importante tradición en psicoanálisis y en psicología social psicoanalítica manifestó temprano interés en la creación de un departamento de psicología cuando estuvo al frente del Ministerio de Industria, un departamento que diera respuesta a ciertas demandas de la naciente sociedad.
La década del 60 está marcada por un movimiento migratorio de profesionales que afectó la enseñanza en las universidades; la psicología no fue una excepción. Ya en la segunda mitad de esta década, las escuelas de psicología sostenían la docencia en sus aulas con estudiantes que asumimos la tarea de “catedráticos universitarios” sin haber concluido nuestra formación profesional. El éxodo de profesionales y profesores universitarios, produjo un movimiento muy fuerte de alumnos ayudantes, de donde emergieron muchos de los profesores titulares y doctores en ciencia de hoy, graduados de las primeras generaciones de psicólogos de las escuelas de psicología de La Habana y Las Villas.
La orientación teórica de las investigaciones y de otras actividades prácticas fue muy diversa (heterodoxa y ecléctica) y solo dependía en muchos casos de la orientación que tuviesen los profesores y psicólogos que quedaban responsabilizados con ellas. Algunos de los primeros psicólogos sociales, con un entrenamiento típicamente norteamericano, dirigieron encuestas y surveys acerca de la reforma agraria, el comunismo, los prejuicios y otros tópicos sociales (Rodríguez, 1964, 1989; Casaña, Fuentes, Sorín y Ojalvo, 1984, Barrios y González, 1970, Díaz y Piñera, 1985; Arenas y González, 1998). Otros llevaron a cabo estudios de ética laboral, selección de personal, temas de psicología social en los centrales azucareros, entrenamiento y desarrollo organizacional, y también continuaron sus estudios previos en los campos de la educación, la consejería y la orientación (ver, por ejemplo, Torroella, 1961). Tal vez por el desarrollo previo de algunas especialidades es que fue posible que muy temprano apareciera una revista especializada (que llenó el espacio de una revista más general) como fue el caso de Psicología y Educación aparecida en 1964.
La diversidad era mucha; se conducían trabajos investigativos y prácticos en comunidades de desarrollo de acuerdo a los estándares norteamericanos, pero también, en colaboración con algunos psicólogos venidos de Argentina que tenían muy buena base en trabajo grupal, se avanzaba en la enseñanza en psicodrama, los grupos de discusión y operativos. El centro de gravedad de todo este proceso en franca ebullición era la demanda operativa de la sociedad. Adiestrarse en instrumentos de vinculación y acción con los problemas emergentes del país. De modo que lo que nos acercó a los enfoques marxistas no fue precisamente la teoría, aunque teníamos libros de Rubinstein, Luria, Leontiev y Vigotsky, sino el modelo intencional de ejercicio profesional. La psicología se acercaba al marxismo por sus intenciones, no por sus paradigmas.
Los sesenta fueron los años del “eclecticismo renacentista comprometido”, al decir de Manuel Calviño. Todo lo viejo al fuego. Todo lo que respiraba modernidad, transformación, crítica al mundo burgués, era bienvenido. Lo fundamental era el compromiso con un proyecto social con el que soñábamos transformar el país. Son los años de oro de la Revolución Cubana. Los años de “la efervescencia revolucionaria”. Estábamos más preocupados por la construcción de un nuevo mundo que por la construcción de teorías (de la Torre, 1981). Fueron los años en que en los pasillos de la Escuela de Psicología de la Universidad de La Habana se dialogaba con Freud y con Leontiev, con Marcuse y con Fraisse. Nos acompañaban en un coro armónicamente inconexo las voces de Wallon, Festinger, Arana, Engels, Piaget, Rubinstein, Allport, Smirnov, Debray, Dalton, Marx, Lewin. Un olimpo heterodoxo salvado para la revolución de la mano de la práctica.
De esta manera, después de la Revolución Cubana, las transformaciones que ocurrieron, cambiaron en gran medida el curso del desarrollo profesional en el país. Las nacientes profesiones se tiñeron de los nuevos y múltiples colores. La psicología no fue una excepción; como escribió el poeta español Antonio Machado, estábamos “haciendo camino al andar”. Esto contrastaba con la situación de gran parte de América Latina donde las influencias dominantes eran las importadas de la psicología de Estados Unidos, usadas para tratar de demostrar que la psicología (sea conductista, comunitaria, humanista o de otro tipo) podría cambiar el curso y las perspectivas de nuestros países sin necesidad de “revoluciones”, de “política” o de “cambios dramáticos” – lo cual era perfecto para los intereses de Estados Unidos (de la Torre, 1981, de la Torre y Calviño, 1986).
No obstante, no éramos los únicos en el continente interesados en psicologías críticas, nacionales y liberadoras, en críticas a la psicología por su falta de vínculo con las realidades nacionales y las demandas liberadoras. En aquellos años había otros psicólogos latinoamericanos haciendo sus revoluciones. En un plano muy superior se encuentra el pensamiento de Paulo Freire e Ignacio Martín Baró. También los trabajos de José Miguel Salazar y Maritza Montero fueron una contribución importante a una psicología con un fuerte acento político (para una amplia referencia a los textos y aportes los autores mencionados ver de la Torre 1991, 1995; Burton 2004a, 2004b; Burton y Kagan, 2005; ¸Kagan, 2002). En este contexto se destaca, adelantándose políticamente a todos, la corriente crítica latinoamericana dentro del psicoanálisis liderado por Marie Langer (ver Langer, M., Bauleo, A.; Volnovich, J. C. y otros, 1971, 1973).
Solo que los cubanos, asilados del mundo, aislados de América latina, por una decisión unilateral y siniestra del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, no podíamos conocer, contactar y estrechar lazos con los que, también sin saberlo, compartían, de diversas maneras, trinchera con nosotros.
Los años 70: continuidad y dependencia
En consonancia con la tendencia que dominaba en el país de acercamiento a la Unión Soviética, tras los sucesos del 68 en Checoslovaquia y después de la fallida “Zafra de los Diez Millones” – que para algunos es la evidencia de las imperfecciones de los estilos voluntaristas y desproporcionadamente centrados en la búsqueda de soluciones a los problemas económicos en la movilización política – la psicología se encamina a estrechar los vínculos con el país de los soviets.
El país avanza hacía el modelo soviético de institucionalización. La Unión Soviética, más allá de aspectos críticos que nunca fueron desconocidos desde nuestra isla, mostraba en fachada una economía sólida que no solo daba garantía de justicia social al interno del país, sino que tenía capacidad de favorecerla en sus aliados. Se contemplaba el ingreso de Cuba al sistema de economías mancomunadas de los países socialista, el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) como algo que ofrecía grandes ventajas.
Una vez que las tareas urgentes y los retos de los sesenta habían sido identificados, y seguían siendo enfrentados, se entró en un nuevo decenio marcado por un mayor interés en la teoría y por buscar coherencia en nuestro trabajo. Muchos de los psicólogos cubanos, comenzaron en la búsqueda de las bases y postulados fundamentales de lo que se llamaba en la época una “Psicología Marxista”, acorde a la ideología y la práctica revolucionarias. Fue entonces que la orientación histórico-cultural, los modelos conceptuales de los discípulos de Vygotsky, se volverían la base teórica de la psicología cubana, en un escenario de múltiples diferencias, matices y acentos (Arias, 1999; Calviño, 1997; Mayo, 2000; Febles, Selier y Fernández, 2000; Bermúdez y Rodríguez, 2000; Labarrere, 2000; Fariñas, 2000) 3.
Desde esta realidad es fácil comprender que este período de los años 70s para la Psicología se caracterizó a la vez por la continuidad de logros anteriores y por la asimilación acrítica, casi reproductiva, de los modelos imperantes en los países socialistas, especialmente de la Unión Soviética, sin una profunda elaboración o conexión con nuestras tradiciones culturales. Esto no quiere decir que no hubiesen contribuciones propias y avances en educación, proyectos sociales y en la psicología, sobre todo, en el campo de la salud; pero -junto a otras políticas erróneas, como la excesiva desconfianza con las teorías, los profesionales y las instituciones que no tuviesen su origen en campo socialista- se manifestó una relativa disminución de la creatividad y la riqueza de la psicología en el país. Aquí históricamente se perdió, en el caso de la Psicología y de otras ciencias sociales, la posibilidad de establecer una continuidad y un despegue, en la que lo nuevo – las ideas del marxismo-leninismo y consecuentemente las de los diferentes enfoques de la psicología, hubieran podido perfectamente germinar en el seno de nuestra cultura, preñada de ideas, que se remontaban a los inicios de la constitución de la propia nacionalidad cubana.
La excepción más sobresaliente fue el desarrollo de la psicología de la salud. Este campo, donde antes de los años noventa trabajaban más de 1500 psicólogos, fue un ejemplo de capacidad creativa, de asimilación de múltiples influencias y de ajuste de la especialidad a los requerimientos y las necesidades de desarrollo en la esfera de la salud. Se puede decir que los psicólogos cubanos iban más adelante que otros en la creación de un concepto novedoso y de importancia internacional: la psicología de la salud; también de psicología “en la comunidad”, diferente y más democrática que la “psicología comunitaria” surgida en Estados Unidos (García Aberasturi, 1978, 1980, 1985; González Valdés, 2002; Grau, 1998; Morales, 1997; Morales y Grau, 1998; Pérez Lovelle, 2004; Actas del Primer Seminario Internacional de Psicología en la Comunidad, 1980). Para que esto sucediera se dieron varios factores como las demandas que el sistema de salud hacía a la psicología para el apoyo a los programas priorizados, por un lado, y por otro lado, la falta de desarrollo (o la limitación a áreas como la neuropsicología o la patopsicología) de la psicología de la salud (o más bien de la enfermedad mental) en los países socialistas. Estas coyunturas, más la capacidad, creatividad y energía de los más destacados promotores de la psicología de la salud en Cuba, favorecieron el hecho de que este campo fuera menos afectado que otros por la tendencia a seguir o imitar a la psicología soviética, aunque el auge de la psicología de la salud tuvo también sus pérdidas y omisiones como es el caso del relativo abandono de la psicología clínica y de la psicoterapia, cosa que hace años se ha recuperado.
Los psicólogos de la salud fueron los primeros que, después de la Revolución, se organizaron bajo la dirección de un grupo nacional que tenía la misma jerarquía que los otros grupos estrictamente médicos (1969), los que primero se unieron como sociedad (en 1972 se formaron, aunque se legalizaron jurídicamente a fines del decenio) y los primeros que organizaron congresos y encuentros nacionales (ver Sociedad Cubana de Psicología de la Salud, 2008). En otros campos también hubo desarrollo y aportes, por ejemplo en la educación, pero lo más relevante de la práctica profesional de esa década fue que los primeros graduados que fueron ubicados en el Ministerio de Salud Pública tuvieron que ser creativos para encontrar maneras de insertarse y ser reconocidos dentro de los servicios de salud, y esto lo lograron con su trabajo en las instituciones comunitarias, los servicios de salud mental, hospitales maternos, prevención y promoción de salud y en un amplio campo de atención a enfermedades crónicas que eran atendidas con enfoques multidisciplinarios que, por supuesto, incluían la valoración de componentes psicológicos. La idea era demostrar la utilidad de la psicología como algo más que como un apoyo a la labor de psiquiatras en el diagnóstico o en la realización de tests psicológicos, que era la manera en que gran parte de la psicología se había desarrollado en Cuba y otros países latinoamericanos.
Con relación al acercamiento a la Psicología Soviética, lo que ubico como problema no es la psicología soviética en sí misma, sino la reproducción de las experiencias y enfoques provenientes del campo socialista, sin un análisis crítico de las teorías, las experiencias y sobre todo del contexto en las que estas habían emergido. Es interesante, por ejemplo, que mientras yo dedicaba un enorme tiempo a criticar la reproducción acrítica que gran parte de la psicología latinoamericana hacía de la psicología en Estados Unidos (de la Torre, 1981, 1983a, 1991, 1995; de la Torre & Morenza, 1982; de la Torre & Calviño, 1986) no pude ver nuestras propias imitaciones; se necesitaba cierta distancia para darnos cuenta de que tal vez – de diferentes maneras y con diferentes intenciones – nosotros estábamos haciendo lo mismo con las teorías de la URSS y del resto del campo socialista. Pero esta distancia a lo mejor era difícil en medio de una etapa que estuvo marcada por una tendencia bastante cerrada a lo nuevo.
En comparación con los luminosos años sesenta, como hace poco trataba de recordar “se pasó de leerlo todo, publicarlo todo y debatirlo todo, a recoger de circulación las obras recién publicadas de Freud o cualquier libro que rozara con el pétalo de una rosa la imagen de la Unión Soviética, o que tratara de insinuar una mancha o polémica sobre la URSS o el socialismo” (2008, p1).
De todos modos la psicología fue, prácticamente, la única disciplina social que mantuvo desde los sesenta una formación estable y una actividad profesional creciente, lo que no ocurrió con la sociología, la filosofía y otras disciplinas sociales, que se vieron entorpecidas (y las carreras cerradas) por decisiones dogmáticas y mediocres tomadas durante el periodo llamado por Ambrosio Fornet “quinquenio gris de la cultura cubana”. (para ampliar sobre el tema ver Fornet, 2007 y Arango, 2007).
En los finales de los 70s se diseñó un proyecto de formación postgraduada para los profesores de la ya Facultad de Psicología de la Universidad de la Habana que explica en gran medida lo que hemos relatado anteriormente. Muchos de los que fuimos a hacer estudios de postgrado en la antigua URSS pudimos apreciar el amplio desarrollo real de la psicología académica en diferentes universidades y el desfavorecido estado de la psicología como profesión. Pudimos valorar, también, los efectos devastadores que produce en las ciencias el asumir un enfoque único, por muy fructífero que sea y por mucho logros que hubiere reportado en el área de la investigación científica de la psicología del desarrollo y la educación. Pudimos apreciar el descontento de catedráticos e investigadores por su falta de actualización en diversos temas de la psicología, debido a las restricciones impuestas, durante decenios, a la literatura original de autores llamados “extranjeros”, “burgueses” y por ende portadores de “veneno ideológico”. En mis propios escritos de la época, a pesar de los logros y aportes que pudieran contener, distingo un modo de escribir y hasta de pensar que hoy en día sería incapaz de reproducir. Vivimos, en fin, la época del “inmovilismo”, inicio del lamentable final de un período que nació con una de las más grandes y justas revoluciones del siglo XX, la Revolución de Octubre.
Mientras los sesenta fueron años de emergencias y de soluciones creativas; los setenta fueron de consolidación de los logros previos y de búsqueda de una base teórica basada en el marxismo (en los planes de estudio, en las bases teóricas y metodológicas de las investigaciones y en los programas de trabajo en diversas esferas). El surgimiento de un pensamiento más maduro y propio tuvo lugar y fue favorecido precisamente por las mismas influencias que por un lado nos hicieron bastante dogmáticos, pero, por otro – aunque pueda parecer contradictorio – nos formó y nos permitió seguir adelante. Junto con Calviño “considero que el periodo “ruso” de la Psicología en Cuba fue de suma importancia, que sentó las bases para una profundización de la orientación social de la Psicología. Más aún, desde allí, con la autosuficiencia imprescindible para el despegue, comenzaron a aparecer las elaboraciones propias” (Calviño 2008. p.11).
Los años 80: la elaboración de perfiles propios.
No hay dudas de que el decenio de los ochenta fue para Cuba “tiempo de cosecha”. Treinta años favoreciendo una política de desarrollo social produjo al final de este decenio un nivel decoroso de satisfacción de las necesidades sociales, excelentes niveles de servicios médicos gratuitos para todos, y una educación masiva hasta niveles universitarios y de posgraduación. La integración social se favoreció. El desempleo crónico se eliminó. Se erradicaron la malnutrición y la pobreza extremas. Para ilustrar, la mortalidad infantil bajó a menos de 12 por cada mil niños nacidos vivos y la esperanza de vida subió hasta los 75 años. La calidad de la vida se incrementó considerablemente y la situación económica del país permitió acciones generosas en términos de seguridad social, presupuestos y recursos para las actividades científicas y profesionales.
La actividad de la psicología en los años previos y el fortalecimiento y maduración en las maneras de hacer y pensar la disciplina, junto con el mejoramiento de las condiciones económicas favorecieron un salto cualitativo fundamental. Los éxitos alcanzados en el desarrollo de las grandes estrategias demandaban, a la larga, una mayor consideración de los factores individuales y diferenciadores, y la necesidad de considerar factores subjetivos relacionados con el incremento de la eficiencia, la productividad y la organización entre otros. Se requerían nuevos niveles de entrenamiento, instrucción y educación para garantizar la asimilación de las nuevas tecnologías. Todo esto se expresa, por supuesto, en una dinámica social a la que no podían ser ajenos psicólogos y psicólogas. Los errores cometidos también demandaban un impostergable proceso de rectificación en todas las esferas.
La situación profesional de la psicología en Cuba, desde inicios de los ochenta, produjo un avance cuantitativo y cualitativo considerable. Las exiguas graduaciones que caracterizaron los sesenta, y que comenzaron su aumento en los setenta, fueron conformando a fines del decenio un contingente de más de 1500 profesionales de la psicología con el consecuente aumento de los espacios de trabajo y las esferas de influencia social en que los psicólogos y psicólogas se insertaban. Así mismo, la mayor (aunque no suficiente) compresión por parte de los organismos del Estado de lo que podían hacer los psicólogos, la mayor precisión que logran los profesionales de la psicología de sus posibilidades de inclusión en las estrategias de desarrollo del país, tanto en la esfera productiva como en los servicios, elevan significativamente el estatus real de la profesión. De ser una profesión menos conocida y demandada en los setenta, pasó a ser necesaria, y en algunas áreas imprescindible, en los ochenta.
Son evidentes algunos acontecimientos que hablan de una ampliación de la actividad de profesionales de la psicología. Por solo presentar algunos ejemplos podemos decir que entre 1980 y 1990 tuvieron lugar en el país más del doble de los eventos científicos, congresos, seminarios y talleres de psicología que los que se organizaron en los años anteriores al triunfo revolucionario. Algunos ejemplos destacados fueron el restablecimiento de la Sociedad de Psicólogos de Cuba (1981) 4 el Primer Congreso de la misma (1986), los primeros Encuentros entre psicólogos cubanos y psicoanalistas latinoamericanos y de otras partes del mundo (1986,1988, 1990), el Congreso Interamericano de Psicología (1987), y, al final del período el Segundo Congreso de la Sociedad de Psicólogos de Cuba (1990) 5. Como nunca antes, levantaron sus voces psicólogos y psicólogas en las reuniones científicas de otros gremios profesionales (de psiquiatría, pedagogía, filosofía o historia de la ciencia, por ejemplo). La producción científica se multiplicó a través del Boletín de Psicología del Hospital Psiquiátrico de La Habana -cuya edición se inició a fines de los setenta-, la Revista Cubana de Psicología, que en 1984 reinició el intento que no se pudo estabilizar en los años cincuenta (ver Cairo, 1998, 2000), y la publicación de libros, monografías, obras colectivas y textos docentes. Se hizo evidente que los años ochenta marcaban un período de mayor creatividad para los psicólogos cubanos.
Todo esto hubiese sido imposible sin la elevación de la calidad de la profesión. Los ochenta también tienen rasgos distintivos en esta dirección. En sus primeros años se produjo un cambio importante en la estructura del perfil científico de la profesión con el aumento del número de psicólogas y psicólogos que mediante defensa de tesis, fundamentalmente en la URSS y en otros países socialistas, obtuvieron el grado de doctores en psicología. Al final de los setenta solo tres miembros del claustro de profesores de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana eran doctores; sin embargo, ya en 1990, más 20 profesores y profesoras (el 50% del claustro) ya éramos doctores en psicología. No se trata, por supuesto, de un hecho formal, de que en todo el país un importante número de psicólogos y psicólogas ostente un “título honorífico”. El hecho es que, en su mayoría, estos profesionales han ejercido una positiva influencia en el desarrollo de la psicología desde sus diferente espacios de actuación a través de la producción científica original de concepciones teóricas, la creación de procedimientos y estilos de trabajo, la formación especializada de otros y la creación de grupos de trabajo. Y así, en unión a otras personas que sin poseer el grado científico también han alcanzado altos niveles de desempeño, conformaron una avanzada profesional del desarrollo.
La elevación de la calidad de la profesión en los ochenta pasó también por el aumento sustancial, en volumen y calificación, de todo el sistema de superación postgraduada. Decenas de cursos, adiestramientos y estudios de postgrado aparecieron con fuerza en el trabajo de diversas instituciones docentes, científicas y asistenciales. Se abrió la posibilidad, también, de optar por grados científicos en el país y se crearon los tribunales nacionales de grados científicos en las principales especialidades; entre ellos el Tribunal Nacional de Grados Científicos en Psicología.
En los ochenta debutó un nuevo plan de estudios para las carreras de psicología en el país que resumió las experiencias acumuladas hasta el momento, el nivel de desarrollo logrado, y, de algún modo, las intenciones, aspiraciones y esperanzas de una buena parte del gremio; aunque, por supuesto, también las limitaciones propias de su contexto de elaboración. Estas incluían una profesión más eficazmente comprometida con el proyecto social del país; más capaz de dar respuesta, de una manera actualizada, a las demandas de la sociedad y de la propia Psicología, desde una formación más amplia, con una sólida concepción marxista de su ciencia.
Es necesario detenernos, aunque de manera breve o parcial, en otras evidencias que conforman lo que podemos llamar la especificidad de los ochenta. En el campo de las elaboraciones teóricas (epistemológicas, metodológicas, históricas) se incorporaron importantes vertientes del pensamiento psicológico que se expresan con bastante nitidez en la superación de la adopción, un tanto acrítica, del modelo de comprensión marxista propio de las diferentes escuelas soviéticas en su desarrollo anterior a los ochenta. Incluimos fundamentalmente las llamadas escuelas Vigotsky-Leontiev y Ananiev-Rubinstein, a través de la búsqueda de una visión más amplia y contemporánea de la repercusión del marxismo para la psicología. No es en modo alguno, en nuestro caso, la negación a ultranza de todo lo anteriormente conquistado por el pensamiento marxista. Muy por el contrario, se trata de una comprensión más científica, histórica y más marxista (incluyente y abarcadora de otros enfoques) de estas conquistas. Es muy característico de los ochenta lo que en más de un libro se ha tratado como “la asimilación crítica” de las teorías. En los ochenta hubo una búsqueda, un intento de recuperación e incorporación conscientes del pensamiento contemporáneo en la comprensión psicológica del ser humano y de los procesos de formación, enriquecimiento y despliegue de sus potencialidades. Esta apropiación consciente de los ochenta fue posible porque hubo un lugar desde donde apropiarse; un contexto referencial más maduro y más claramente definido (González Serra, 1990) y porque el enfoque histórico y cultural es el más propicio (por abarcador de todas las esferas de lo psíquico sin limitarse dogmáticamente a la conducta, el inconsciente, el ser o cualquier otra “parcela”) para un enfoque integrador no aditivo de la subjetividad.
Dentro de este contexto general es necesario destacar los desarrollos que se observaron como una “recuperación de lo particular” en algunas áreas como los estudios de personalidad, motivación, desarrollo moral, familia, grupos, comunidades y salud (en la publicación de 2006 trato de referir las más importantes figuras en diferentes áreas). En relación con problemas como los niveles de regulación de la personalidad, proyectos de vida, sentido personal y auto valoración, se reivindicó al sujeto como agente individual de las transformaciones sociales, como constructor de la vida de las personas, como una configuración subjetiva que es resultado de las historias personales y sociales de cada cual. Las aproximaciones institucionales y comunitarias, entre otras, trataron de entender las particularidades de los grupos en sus maneras específicas de asimilar y manifestar los procesos sociales.
Este énfasis en lo particular no debe ser entendido como el retorno, o más que el retorno el “refugio” en la individualidad, como se observa en muchas corrientes del pensamiento psicológico de Europa y de Estados Unidos. No es mirar hacia el “ego” o “más allá del ego” como únicas salidas a la decadencia, la hostilidad y la insatisfacción con la existencia social del ser humano. Es el acto de su creatividad individual en el que se depositan las grandes potencialidades de una sociedad que pretende ser más justa, más humana, y también es la comprensión más realista de lo que provocan en ese ser humano las contradicciones y deficiencias propias de la construcción de dicha sociedad. Cuando enfatizamos esta tendencia no estamos diciendo que es algo acabado o generalizado, solo se subraya una orientación, una intención que necesita extenderse, afianzarse en diferentes áreas y, por supuesto, generalizarse.
Todo lo dicho tuvo implicaciones y aplicaciones prácticas. Solo por poner algunos ejemplos concretos, en la esfera de la salud se presentan estudios de factores “personológicos” que inciden en las enfermedades agudas y crónicas y en la inclusión de psicólogos y psicólogas en un nuevo modelo de atención a la familia que le permite al profesional influir de manera directa y personalizada en grupos específicos tales como el de las personas ancianas, adolescentes en situaciones de riesgo o personas sometidas a estrés sostenido.
En el área de la educación sobresalen los esfuerzos por discutir y experimentar acerca de las peculiaridades del proceso de interiorización y, de manera más general, acerca de la aplicación de enfoques educativos desarrolladores y creativos. En relación con la aplicación de la psicología en la esfera sociolaboral, destacamos el énfasis en las características sociopsicológicas de dirigentes y colectivos de trabajo, así como una mayor atención a los problemas motivacionales que influyen en la productividad, la disciplina, la eficiencia y la creatividad de trabajadores.
Finalmente, los ochenta estuvieron marcados por el impacto de la revolución tecnológica. El desarrollo de las neurociencias, la cibernética, la introducción de tecnologías avanzadas, puestas al servicio del desarrollo económico y social del país, constituyeron un reto indudable a la profesión. No es casual entonces la aparición de grupos de psicólogos y psicólogas que, formando parte de equipos multidisciplinarios, orientaron su actividad profesional y movilizaron sus recursos creativos en la dirección de la aplicación de estas tecnologías al estudio de los procesos psicológicos y a la solución de problemas prácticos en salud y educación. Por ejemplo: en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, en coordinación con el Centro de Neurociencias de Cuba, y el Ministerio de Educación se generó el Laboratorio de Aprendizaje de la Escuela “Paquito Rosales”, una de las primeras escuelas cubanas en las que se puso en práctica la inclusión total, en la que estudiaron y aprendieron niños con necesidades educativas especiales y niños de escuelas primarias regulares del municipio Playa en Ciudad de la Habana. Este laboratorio de Aprendizaje fue una avanzada en dos direcciones fundamentales: la transdisciplinaria y la utilización de tecnologías de avanzada (documentos inéditos de Liliana Morenza).
Aunque no he abarcado en toda su amplitud los índices que caracterizaron a la psicología en Cuba durante los ochenta, y me he ubicado como partícipe y testigo presencial de los hechos – asumiendo la parcialidad que esto pueda traer consigo- creo poder sintetizar que en esta década:
Observamos nítidamente un verdadero crecimiento de la psicología en el país, sin dejar de reconocer las diferencias y rezagos (tanto en algunos lugares como en ciertos campos de trabajo);
Asistimos a un aumento de la calificación científica de los profesionales de la psicología, aunque con lagunas en la formación;
Participamos de una importante apertura a todo el complejo y rico mundo de la psicología mundial, pero es una apertura que no está exenta de prejuicios, rutinas y resistencias individuales;
Corroboramos un creciente interés por superar errores y dificultades, aunque no todos los errores fueron identificados o reconocidos ni todas las deficiencias fueron superadas;
Nos insertamos ampliamente en la búsqueda de soluciones a múltiples problemas que enfrenta el desarrollo socioeconómico de nuestro país;
Nos constituimos definitivamente como una profesión reconocida.
En síntesis, la psicología cubana de los ochenta vivió un período de pleno auge y desarrollo creativo; y también -como todo el país que sintió en la vida cotidiana una mejoría económica por los efectos de la incorporación de Cuba al bloque socialista – un renacer del optimismo basado en el mejor nivel de vida de la población y en una relativa superación de algunos de los errores propios de los setenta. Se sentaron las bases para que la psicología en Cuba se instaurara definitivamente como una profesión de impacto en la vida del país.
No obstante, terminados los ochenta se hizo evidente que era necesario un esfuerzo en algunas direcciones como era la mayor penetración en los problemas globales de nuestra vida económica y política, que para fines de la década daba muestras de nuevos peligros y dificultades. También resultaba evidente la necesidad de una mayor presencia de la psicología en la vida intelectual y cultural del país en su sentido más amplio, cosa que advertíamos desde fines de los 80s (de la Torre, 1991). Un empeño especial parecía necesitarse en la estabilización, diversificación y gradación de la enseñanza postgraduada, así como un vuelco de una concepción de formación de los psicólogos y psicólogas -que estaba cargada sobre su práctica científica e investigativa- hacia un crecimiento de su condición profesional. No menos importante resultaba la movilización de profesionales para la elaboración escrita y sistematizada de los logros y nuevas experiencias de trabajo. Los psicólogos cubanos, con honrosas excepciones, trabajábamos mucho más de lo que sistematizábamos, sistematizábamos mucho más de lo que publicábamos.
Así, aproximadamente, terminamos los ochenta. Y así comenzamos los noventa y queríamos seguir. Pero procesos traumáticos marcaron el inicio del decenio siguiente, y solo el compromiso, la responsabilidad y la calidad humana de psicólogos y psicólogas, unidos a los efectos favorables de los años anteriores, lograron, en situaciones extremadamente difíciles, conservar las conquistas esenciales de los ochenta.
Los años 90 y el período especial: crisis y emergencia de la vida cotidiana
Los noventa tienen una especial significación para la historia reciente de Cuba. En un período de solo tres años, tras la caída del Campo Socialista, Cuba perdió a su principal socio comercial, la extinta Unión Soviética, con quien tenía comprometido algo más el 85 % de su comercio exterior. El producto Interno Bruto de Cuba decreció cerca del 30 %. La entrada de combustible se redujo a más del 50%. El déficit fiscal se hizo 5 veces mayor. El bloqueo norteamericano lejos de debilitarse se acrecentó (Gott, 2004, CEPAL, 1997, Martínez, O., 2001). El país estaba cercano al colapso económico. Este periodo, llamado oficialmente “Período Especial”, y que todavía no termina, hubiese sido un motivo más que suficiente para desarticular la vida cultural, científica, social y económica de nuestro país.
Han pasado casi 20 años desde la caída del Muro de Berlín y mucho más de 15 desde que los cubanos comenzaran a sentir con mucha fuerza en su vida diaria ese acontecimiento. Desde la primavera de 1991 nos despertábamos cada mañana con una nueva escasez, un recorte de servicios o de electricidad, una nueva dificultad y algún nuevo problema. Ahora, tomando una relativa distancia, quisiera tratar de recapitular lo que vivimos con otros hombres y mujeres cubanos y con nuestra comunidad científica y profesional. El impacto de estos eventos en la psicología cubana tuvo lugar en dos direcciones fundamentales: una dimensión que pudiéramos llamar subjetiva y otra de carácter institucional.
La dimensión subjetiva, a su vez, puede analizarse en dos aspectos. Primero, la psicología como tema de estudio y la definición de sus alcances sufrieron considerables modificaciones, relacionadas con el descenso en la calidad de vida y el aumento de tensiones sociales asociadas a las insatisfacciones y tensiones de la vida cotidiana. Las demandas que se hicieron a los profesionales de la psicología no eran tanto de una praxis investigativa o científica, sino más cotidiana y profesional. Más aún, las prioridades del país para el trabajo de psicólogos y psicólogas se redujeron y se produjo una mayor concentración en las prácticas de salud y educativas. La ciudadanía estaba viviendo situaciones para las cuales no estaba preparada ni había adquirido modelos de actuación, y se vivían condiciones de crisis valorativa que algunos profesionales consideraban como crisis existencial. Lo cierto es que hubo fisuras que se observaron en la subjetividad del cubano y la cubana que de ninguna manera eran nítidas en los años precedentes: aumento de la incertidumbre, tolerancia con delitos menores, tendencia al individualismo como recurso de resolución de los problemas más cotidianos y elementales de la vida, dificultades en la integración social reforzadas por el distanciamiento en las posibilidades adquisitivas de diferentes grupos sociales. Algunos temas – poco frecuentes en la Cuba de los ochenta- ahora demandaban atención prioritaria, aún cuando los restantes asuntos no se abandonaban totalmente: frustraciones laborales y económicas por salarios cada vez más insuficientes, pobreza, problemas generacionales, alcoholismo, drogas, problemas nutricionales y dificultades propias de la población femenina que soportó las consecuencias más duras de la crisis (Domínguez, 1995, 1996; Espina, 2000, Campuzano, 1996, Nuñez, 2000; Hernández, 2001; Zabala, 2005, De la Torre, 2007).
En este contexto la psicología comenzó a dejar de lado algunas otras pretensiones y volvió a asumir un carácter más emergente, más de tratar de estar –una vez más- en las problemáticas específicas del contexto social, económico y político que vivía el país. Más aún, en las problemáticas específicas de la cotidianeidad, de la vida concreta. Se incrementó así el sentido de ayuda que es inherente a la práctica profesional de los psicólogos y psicólogas y Cuba empezó a vivir algunas de las situaciones que caracterizan a algunos países latinoamericanos. El trabajo psicológico enfrentó algunas de estas situaciones con cierta falta de referentes que generó la necesidad de indagaciones especiales. Estudios tales como el impacto del Período Especial en la familia cubana, la vida cotidiana y la construcción de la subjetividad, la educación, el desarrollo de la identidad nacional, la formación de valores, el impacto del turismo en la vida social, y muchos otros temas de carácter eminentemente social ocuparon un lugar privilegiado. Es interesante el hecho de la multiplicación en volumen y en receptividad de programas de orientación psicológica a la población en los medios de difusión (televisión, radio y prensa plana).
El otro modo en que la difícil situación de los noventa impactó en la dimensión subjetiva fue el propiamente individual. El psicólogo cubano no era solo un profesional estudiando qué pasaba con los cubanos y cubanas; era un cubano/a más que convivía con todas las situaciones tremendamente complejas que atravesaban al país. Entonces, y aunque parezca contradictorio con lo dicho sobre el sentido de ayuda, la actividad profesional se resintió por las dificultades de la propia vida cotidiana. Si antes la vida cotidiana entraba en la psicología solamente para favorecer su desarrollo, ahora ocasionaba también serias dificultades al profesional. Esto supuso la búsqueda de una suerte de convivencia entre la proyección social de la práctica profesional y el impacto personal de dichas prácticas u otras en el afrontamiento de las demandas vitales. Ayudar y ayudarse.
En cuanto al impacto institucional el primer problema era naturalmente el de los pocos recursos y presupuesto. Como era de suponer, toda la actividad de subvención y financiamiento por parte del Estado a las instituciones donde trabajaban más de 3000 psicólogos y psicólogas del país se redujo considerablemente. A pesar de que el gobierno mantuvo en el primer nivel de prioridad a la salud y a la educación, ámbitos donde precisamente trabajaba la mayoría de los profesionales de esta disciplina, los recursos de las instituciones fueron muy escasos. Efectos inmediatos de esto se observaron en los problemas tecnológicos que dificultaron el trabajo de laboratorios, en la ausencia de materiales básicos y en los graves problemas bibliográficos incluyendo la disminución o desaparición casi total de publicaciones periódicas nacionales y de bibliografía proveniente del exterior o de producción nacional. Todo esto fue más difícil para las regiones distantes de la capital que no contaban con el movimiento de entrada y salida de profesionales extranjeros que suplían en muchas oportunidades estas carencias. Unido a todo esto, existía una reducción profunda de fondos disponibles para adiestramiento en el exterior, participación en eventos internacionales e invitación de especialistas foráneos. Al mismo tiempo las instituciones dieron prioridad a las líneas de investigación especialmente vinculadas a los intereses estatales contextuales, lo que exigía modificar líneas de trabajo.
Con algunas excepciones –como las experiencias de las filiales de Santiago de Cuba y Cienfuegos- se produjo una reducción en la regularidad y calidad de las actividades de la Sociedad de Psicólogos y de sus filiales y secciones. Los eventos regulares, incluyendo, por ejemplo, los Congresos de la Sociedad de Psicólogos de Cuba y los amplios y exitosos encuentros entre psicólogos cubanos y psicoanalistas de América Latina y algunos otras partes del mundo, languidecieron hasta el punto de que al final de los noventa la Sociedad de Psicólogos de Cuba estaba al borde de su desaparición. Otros grupos como la Sociedad de Psicólogos de la Salud fueron capaces de organizar algunos eventos, pero casi todos los grupos (sociedades, secciones, filiales y equipos de trabajo) perdieron dinamismo y entusiasmo. Al mismo tiempo, otros eventos, enfocados en asuntos más específicos, emergieron (sexualidad, género, familia, discapacidad, identidad, etc.); y simultáneamente, nuevas iniciativas –como la Convención Internacional de Psicología y Ciencias Humanas (Hominis)- florecieron debido más al esfuerzo, entusiasmo y capacidad de recuperación de sus organizadores o promotores que a la propia fuerza de las instituciones que formalmente los respaldaban.
Esto estuvo matizado por los conflictos que teníamos como profesionales y como protagonistas. Nuestro compromiso con los grandes objetivos e ideales del proyecto revolucionario y, a la vez, nuestras contradicciones con decisiones y políticas concretas, con la manera en que muchos de esos ideales eran “resueltos” en la práctica. Teníamos el deseo de contribuir al estudio y solución de diversos males sociales, pero no siempre nuestras voces eran escuchadas o nuestros criterios tomados en cuenta, lo que representaba uno de los mayores retos para la profesión.
A mediados de los noventa Cuba debía hacer serios cambios para recuperar su economía, para promover las inversiones extranjeras y para rediseñar el intercambio comercial con el mundo. Para lograr esto se introdujeron nuevas leyes como la expansión del trabajo por cuenta propia, la autorización para que dentro del país circulara el dólar norteamericano, la autorización de ciertos negocios familiares y del mercado campesino, y muchas otras más. Hubo psicólogos que simultanearon sus tareas profesionales con otras impensables para todos anteriormente. No faltó el escepticismo en algunas personas; no faltó el sentimiento de impotencia; no faltaron los que creían que no había nada que hacer; tampoco el abandono de la profesión y del propio país mediante la emigración – afectándose la continuidad del trabajo previo. Pero también, como sucede con toda crisis, aparecieron nuevos caminos y se buscaron soluciones tanto en la vida privada como en lo institucional.
En 1994 la economía cubana comenzó a mostrar los primeros signos de recuperación con el incremento del PIB. En 1996 este progreso macroeconómico comenzó a sentirse, aunque muy discretamente en la vida cotidiana. Los nuevos tiempos y los nuevos problemas no solo tuvieron una implicación negativa o traumática; también estimularon la creatividad y la capacidad de establecer y desarrollar nuevos campos de trabajo e investigación.
Aunque no se puede resumir una situación tan compleja de manera esquemática o simple, se pudiera decir que la crisis de los noventa se expresó de tres maneras principales:
Algunos continuaron realizando sus labores y fueron capaces incluso de hacer progresos profesionales; de escribir, estudiar y publicar a pesar de las carencias y dificultades. Instituciones más fuertes como las que se ubican dentro del sistema de salud respaldaron algunas actividades y mantuvieron otras; por otro lado el prestigio y el reconocimiento de algunos profesionales les permitió encontrar fuentes de ingreso y desarrollo (mediante organización de eventos, desarrollo de proyectos, ofrecimiento de nuevos servicios, promoción de cursos internacionales, etc.).
Otros profesionales o grupos que no tenían estos apoyos encontraron en la crisis el estímulo para buscar nuevas alternativas, nuevos campos de trabajo con posibilidades de desarrollo.
La mayoría de los profesionales tuvo un decaimiento en la calidad de los intereses colectivos y se dieron prioridad a muchas soluciones individuales (contratos de trabajo en el exterior, cambio de puesto de trabajo, abandono del trabajo profesional para dedicarse a trabajos mejor retribuidos como por ejemplo los del turismo, y, por último, pérdida de eficiencia o de calidad). Era casi imposible evitar estas pérdidas en un contexto en que era difícil hasta el simple traslado al lugar de trabajo cada mañana.
Era y sigue siendo una situación extraordinariamente compleja. Mientras en algunos lugares se observaba deterioro y ausencia de alternativas, en otros se advertían signos de continuidad y de creación. A pesar de problemas particulares, hubo una relativa continuidad en la psicología de la salud, del deporte, la educación, la orientación y la terapia sexual, la familia, la mujer, la publicidad y el trabajo con personas discapacitadas. Hubo aportes en la investigación de problemas sociales como la pobreza, la corrupción, la prostitución, el VIH, los valores, la marginalidad, la identidad nacional, etc., y la bibliografía psicológica comenzó a hacerse más accesible y demandada por el amplio público. También los libros de psicólogos cubanos comenzaron a figurar en un contexto cultural más amplio y a ser valorados y hasta premiados. En los servicios de salud se realizó un tremendo esfuerzo para mantener ciertos logros en la atención primaria (Morales 1996; Infante, 2004; Louro, 2004; Molina 2004; Sarduy y Alfonso 2004; Zas, 2001) y, al mismo tiempo, se mantuvo el interés por el mejoramiento del nivel profesional de la psicología, a través de grados científicos y otros tipos de educación postgraduada. Por ejemplo en la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana se incrementó significativamente el número de profesores con grado científico obtenidos en Cuba y en el exterior; y se abrió una nueva facultad en Santiago de Cuba.
La apertura del país a ciertas inversiones desde el extranjero, la aparición de empresas mixtas con capital extranjero, y empresas de otros países, el impresionante desarrollo que el turismo iba adquiriendo en ese decenio, favorecieron el aumento de profesionales de la psicología trabajando en áreas como entrenamiento y selección de profesionales para empresas, el marketing y las relaciones públicas así como la gerencia. Esto significa que a la misma vez que cuantitativa y cualitativamente decayó el trabajo de los psicólogos, se diversificó. Pero esta diversificación no tuvo lugar sin obstáculos, especialmente en las dos esferas más exitosas para la revolución cubana: el sistema social y la educación.
La Psicología de la Salud, que ya tenía un nivel de reconocimiento nacional e internacional elevado, se vio amenazado por éxodo de profesionales hacía esferas económicamente más atractivas, y hacia el exterior. Este problema no afectó el progreso previamente desmostado en la calificación de los profesionales y en el prestigio social de la profesión, pero sí afectó la cobertura y la continuidad de este trabajo que debe ser creativo preventivo y de alta calidad. Este éxodo fue mayor en las zonas turísticas donde los profesionales (principalmente los más jóvenes) buscaban maneras de incrementar sus ingresos y acceder a mejores condiciones laborales. (Referencias personales de Jorge Grau).
Algo similar sucedió en la Educación: justo después de haberse establecido el espacio (aprobado la plaza) de trabajo del psicólogo en la escuela esto se vio afectado por las mismas condiciones anteriores. Por otro lado, la urgencia por resolver la falta de profesores y otros asuntos que afectan la educación masiva, ha generado problemas a los cuales ya debíamos dedicarnos porque teóricamente están muy bien pensados por los profesionales cubanos. Uno de los principales es la necesidad de formar sujetos activos así como de abandonar definitivamente toda práctica docente bancaria o repetitiva (Fariñas, 2005), haciendo realidad el pensamiento martiano de que la educación no debiera ser “echarle al hombre el mundo encima, de modo que no le quede por donde asomar los ojos propios, sino dar al hombre las llaves del mundo, que son la independencia y el amor, y prepararle las fuerzaspara que lo recorra por sí, con el paso alegre de los hombres naturales y libres” (Martí, 1853).
Por otro lado, era necesario encontrar nuevas soluciones para estimular el trabajo a nivel comunitario, lo mismo en salud que en educación y otras esferas. Para entender esto basta pensar que la posibilidad de participar en eventos, intercambios con el exterior etc., parecía mayor en centros docentes y de investigación así como en institutos especializados. El psicólogo sentía que los consultorios, las aulas y los espacios comunitarios no les ofrecían las mismas posibilidades. El abandono de ciertos puestos de trabajo tradicionales, no fue un problema exclusivo de la psicología, sino uno de los más serios problemas que nuestra sociedad ha enfrentado y aun enfrenta hoy. La dificultad para que las personas satisfagan sus necesidades a partir de la remuneración salarial sin tener que acudir a diversas formas de “resolver” sus necesidades.
Todo este proceso ha tenido su impacto en la Psicología, por un lado la necesidad que manifestábamos en los 90 -con relación a ganar más participación en distintas esferas de la vida social y cultural del país- de alguna manera se cumplimentó y tuvo una apertura bastante considerable en el nuevo siglo. No solo como una meta que tenía que ser alcanzada, sino como una respuesta inevitable a las situaciones que habíamos enfrentado. Los problemas que se originaron durante los noventa generaron nuevos tópicos de trabajo de investigación y trabajo y los psicólogos fueron demandados por instituciones culturales, institutos de investigación, y algunas nuevas organizaciones. La Psicología como profesión atraviesa la crisis con todas las contradicciones descritas, pero más prestigiosa, aceptada y consultada. Aumenta también considerablemente el diálogo interdisciplinario y transdisciplinario.
Con el nuevo milenio, la producción de libros de psicología se ha visto representada en las últimas ediciones de la Feria Internacional del libro de La Habana. Así, por ejemplo, en 2004 se presentaron una docena de libros, sobre historia de la psicología (Valera, 2003), discapacidades físicas (Colli 2003), asuntos de personalidad adolescencia y educación (Baxter, 2003; Castro, 2003; Fernández 2003; Rico, 2003); estudios de familia (Torres, 2003) y otros.
Por otro lado la enseñanza universitaria se ha diversificado y ampliado con la apertura de nuevas centros municipales de educación superior, adjuntos a las universidades cubanas, con el objetivo de facilitar las posibilidades universitarias de personas jóvenes y prevenir la marginación. Enseñar o impartir docencia en las nuevas ramas de la Educación Superior -dónde la psicología es una de las opciones más demandadas- es una de las opciones laborales para los graduados universitarios. Esta opción les facilita un ingreso complementario, y un espacio parta estudiar discutir y ponerse al día (Roberto Corral, comunicación personal).
Al mismo tiempo que se diversificaban los espacios laborales, no sólo se introducen nuevas temáticas y problemas de investigación que se reflejaron en un aumento notable de las publicaciones, sino además, se enriquecía la Psicología con nuevos enfoques y se observaba una tolerancia mayor hacía lo nuevo. Estos cambios exigieron de un esfuerzo colectivo y de una respuesta organizacional, que dieron lugar a una nueva reactivación de la Sociedad de psicólogos de Cuba en 2002. La dirección de la Sociedad de Psicólogos de Cuba, elegida en junio del 2002, comenzó inmediatamente a trabajar en los estatutos de la sociedad, al mismo tiempo que se creaban los comités provinciales y las más de 15 secciones de trabajo; entre ellas por sólo citar algunos ejemplos se crearon o reactivaron secciones de terapia de grupo y psicodrama, psicoanálisis, psicología y sociedad, psicología especial etc. Actualmente, la Sociedad de Psicólogos de Cuba (que recientemente ha cambiado su nombre por Sociedad Cubana de Psicología) tiene filiales en todas la 14 provincias de Cuba, y una membresía de más de 1000 especialistas. Pero esta relativa recuperación que ha llegado con el nuevo milenio, enfrenta serios retos.
El mundo actual es tan injusto y complejo que no parecen existir, para Cuba, otras opciones que no sean, por un lado, el orden neoliberal, francamente en crisis y muy desacreditado (deterioro del medio ambiente, enriquecimiento de pocos, guerras, inseguridad, hambre y carencia total de protección a los más desposeídos) y, por otro, el socialismo, que aspira a la justicia social, pero que en Cuba ha estado acompañado por escasez, burocracia y dificultades en el orden de algunas libertades personales, que sujetan el desarrollo de las fuerza productivas. Todo esto matizado por fuertes olas migratorias, que amenazan la estructura demográfica del país, y que en los últimos años responde más a problemas económicos que políticos. A todo lo anterior se suma la inmovilidad que se observa en la toma de urgentes y necesarias decisiones, en la falta de debate (o de soluciones a lo debatido) y en el surgimiento de un sentimiento de desesperanza que parece minar a una parte considerable de la sociedad cubana actual.
No es fácil ser cubano. Algunos esperan de nosotros, y en especial de los científicos sociales, la descripción fundamentada de un infierno que Cuba no es, mientras otros pretenden escuchar relatos de un paraíso que Cuba, como dijera Galeano, tampoco ha logrado crear. Cuba enfrenta problemas económicos muy serios, algunos impuestos por las políticas de las administraciones de los Estados Unidos, que nos han condenado a 50 años de un bloqueo injusto, inhumano y que va en contra de todos las decisiones tomadas en muchos de los foros internacionales que reconocen el carácter ilegal y atroz de esta medida, pero también por las propias insuficiencias y errores de adentro.
Cuba se encuentra hoy en una coyuntura muy compleja y dramática que amenaza con destruir lo que se ha logrado en estos años de sacrificio. Por este motivo suelen postergarse muchos debates necesarios -con la esperanza de que así se consolida la unidad del pueblo frente a un enemigo cercano y poderoso. Soy de las que creen que esto es solo una ilusión. No importa la dimensión real de las amenazas externas e internas, siempre deben construirse espacios de debate y reflexión, asociados a la toma de decisiones, porque a la mayoría de los cubanos les gustaría trabajar por el crecimiento económico y social de nuestro país y por la preservación de los logros del socialismo en Cuba, que demostró al mundo que un país pobre puede plantearse y sostener un proyecto de justicia social. .
El compromiso con el mejoramiento de la calidad de vida de todos los cubanos y con el desarrollo del país, junto a la orientación histórico y cultural de la psicología – inspirada en la tradición del pensamiento de Vigotsky y de otras escuelas asociadas al mismo origen- son dos de las características principales que distinguen a la psicología cubana. Nuestra aspiración es que las mismas puedan preservarse a pesar de los problemas. A la misma vez, estas características pueden constituir nuestras principales amenazas. El compromiso debe ser crítico y a la vez estar apoyado en un mayor trabajo colectivo y teórico. Enfrentamos el reto de superar la falta de atención a los proyectos colectivos, provocada entre otras cosas por los problemas que hemos tratado de reflejar. También necesitamos profundizar en la investigación y elaboración teóricas (ver Cairo, 2000; Calviño, 2004, 2008) ya que – debido a cierto acomodamiento o falta de tiempo- no siempre está a la altura de los debates actuales en el mundo de la disciplina ni de los asuntos que demandan nuestra atención y enfrentamiento. Por último, debemos trabajar por hacer una psicología menos “habanera” que movilice en torno a los debates que buscamos a todos los profesionales que durante casi medio siglo se vienen formando en el país.
Ratifico lo que dije en la celebración del pasado día del psicólogo en la Universidad de La Habana (2008). Sigo creyendo que la psicología, por su naturaleza, es tal vez una de esas profesiones que más pueden ayudar a entender y a resolver los problemas sociales. No es la única, ni la mejor, pero es importante. Si algo nos ha enseñado la experiencia es que no podemos esperar a que nos pidan opinión. Tampoco podemos callar lo que pensamos o investigamos. Siempre tenemos que decir, polemizar, batallar y sobre todo HACER. Nunca tener miedo de decir. Como no lo tienen muchos jóvenes que en el arte, por ejemplo, a veces dicen tanto o más que nosotros en nuestras investigaciones.
Yo diría que estamos obligados a un mayor estudio, polémica y autocrítica; a una mayor valentía política como profesionales. “Para que las nuevas generaciones que nosotras mismas engendramos no sigan abandonando el país para siempre; para que contribuyamos al entendimiento del verdadero origen de nuestros males; para que no se confunda la falta de motivación por el trabajo insuficientemente remunerado, con la pérdida del valor del trabajo (y no es un juego de palabras); para que no se tema más a la aparente riqueza de unos cuantos, que a la pobreza de todos; para que detrás de lo legal no circulen o neguemos los vicios; para que todos podamos ser cada día más auténticos y sinceros; para que recordemos que no hay identidad y pertenencia sin motivación por lo que se hace, sin verdadera participación”.
Por mi parte, no concibo ningún trabajo teórico o histórico si no viene acompañado por la esperanza y el estímulo que representa la contribución a un mundo mejor, que debe ser posible para todos, con la participación de todos; o, como dijera José Martí, el más grande de todos los cubanos: “con todos y para el bien de todos”.
Carolina Luz de la Torre Molina | Psicología para América Latina