Con corredores computarizados que «guardan» acciones por sólo unos segundos y mercados que pueden oscilar marcadamente en cuestión de instantes, la inversión a largo plazo parece estar al borde de la extinción.
Quizás esto es inevitable. Resulta que el pensamiento a corto plazo está profundamente arraigado en la forma en que funciona el cerebro humano. Nuevas investigaciones sugieren que para evitar que el frenesí del corretaje lleve a su cuenta a la ruina, debe contrarrestar algunas de las tendencias más básicas que hacen del Homo sapiens la más inteligente de todas las especies.
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