Arni Hole recuerda el impacto dentro de la comunidad empresarial de Noruega, en 2002, cuando Ansgar Gabrielsen, el Ministro de Comercio e Industria del país, propuso una ley que requeriría que el 40 por ciento de todos los integrantes de los consejos directivos corporativos fueran mujeres.
«Hubo, literalmente, gritos de asombro», dijo Hole, directora general del Ministerio de Igualdad. «Fue un verdadero tratamiento de choque».
Incluso en esta sociedad férreamente igualitaria, donde el 80 por ciento de las mujeres noruegas trabaja fuera del hogar y la mitad de los ministros del gobierno actual es del sexo femenino, la idea parecía radical, no tanto por su meta como por la simple magnitud del cambio que requeriría.
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