Del techo de cristal a una alfombra de vidrios rotos
Durante mi infancia en la Corea de la posguerra, recuerdo preguntar sobre una tradición que observaba: las mujeres que iban a dar a luz dejaban sus zapatos en el umbral y, tras atravesarlo, miraban hacia atrás con temor. “Se preguntan si alguna vez volverán a poder calzar esos zapatos”, me explicó mi madre.
Más de medio siglo después, ese recuerdo me sigue obsesionando. En las regiones pobres del mundo todavía hay mujeres que hoy en día corren el peligro de morir durante el parto. La mortalidad materna es uno de muchos peligros que podrían evitarse. Con demasiada frecuencia, las niñas recién nacidas son sometidas a la mutilación genital femenina. Las niñas son atacadas en su camino a la escuela. El cuerpo de las mujeres se utiliza en las guerras como un campo de batalla. Las viudas son rechazadas y se ven empobrecidas.
Sólo podemos hacer frente a estos problemas mediante el empoderamiento de las mujeres como agentes de cambio.
Durante más de nueve años, he puesto esta filosofía en práctica en las Naciones Unidas. Hemos quebrado tantos techos de cristal que hemos creado una alfombra de vidrios rotos. Ahora estamos barriendo las ideas preconcebidas y los prejuicios del pasado para que las mujeres puedan avanzar y cruzar nuevas fronteras.
Yo nombré a la primera mujer Comandante de una fuerza de efectivos de las Naciones Unidas, e impulsé la representación de la mujer en los niveles superiores de nuestra Organización hasta alcanzar dimensiones históricas. En la actualidad, las mujeres son líderes en el ámbito de la paz y la seguridad —una esfera que antaño fue del dominio exclusivo de los hombres. Cuando llegué a las Naciones Unidas, no había mujeres al mando de ninguna de nuestras misiones de paz sobre el terreno. Ahora, casi una cuarta parte de todas las misiones de las Naciones Unidas están dirigidas por mujeres— cifra que no es ni mucho menos suficiente, pero que representa una mejora considerable.
He firmado casi 150 cartas de nombramiento de mujeres para puestos de Subsecretaria General o Secretaria General Adjunta. Algunas provenían de importantes instancias gubernamentales de prestigio internacional, otras han pasado a ocupar puestos de liderazgo en sus países de origen. Todas me ayudaron a demostrar cómo a menudo una mujer es la persona idónea para desempeñar una labor.
A fin de velar por que este progreso tan considerable sea duradero, hemos elaborado un nuevo marco que exige responsabilidades a todo el sistema de las Naciones Unidas. Donde antes se consideraba que la igualdad entre los géneros era una idea encomiable, ahora es una política firme. En el pasado, la formación sobre cuestiones de género era optativa; ahora es obligatoria para un número cada vez mayor de funcionarios de las Naciones Unidas. Antes, solo en unos pocos presupuestos de las Naciones Unidas se hacía un seguimiento de los recursos destinados a fomentar la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer; ahora es una norma en casi uno de cada tres, y suma y sigue.
Confucio nos enseñó que para poner el mundo en orden, debemos comenzar por nuestros propios círculos. Armado con la prueba del valor que aportan las mujeres dirigentes en las Naciones Unidas, he hablado en favor del empoderamiento de las mujeres por todo el mundo. En discursos en parlamentos, universidades y actos en la calle, en conversaciones privadas con dirigentes de todo el mundo, en reuniones con ejecutivos de empresas y en duras conversaciones con hombres poderosos que gobiernan sociedades rígidamente patriarcales, he insistido en la igualdad de la mujer e instado a que se adopten medidas para alcanzarla.
Cuando asumí el cargo, en el mundo había nueve parlamentos sin representación de la mujer. Hemos ayudado a lograr que esa cifra se reduzca a cuatro. En 2008 puse en marcha la campaña “ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres”; en la actualidad, decenas de dirigentes y ministros, centenares de parlamentarios y millones de personas se han sumado a este llamamiento a la acción.
Yo fui el primer hombre en firmar la campaña Él por Ella (HeForShe), y más de un millón de hombres más se han sumado desde entonces. Yo estuve al lado de los activistas que pedían el abandono de la mutilación genital femenina y celebré el momento en que la Asamblea General aprobó su primera resolución en apoyo de ese objetivo. Me hago eco del llamamiento de muchas personas que saben que las mujeres pueden impulsar el logro de nuestra ambiciosa Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
En este Día Internacional de la Mujer, me sigue indignando que se nieguen los derechos de las mujeres y las niñas, pero me siento alentado por las personas de todo el mundo que actúan con el convencimiento de que el empoderamiento de la mujer conduce al progreso de la sociedad. Dediquemos una financiación sólida, una valiente labor de promoción y una férrea voluntad política a alcanzar la igualdad de género en todo el mundo. No hay ninguna otra mayor inversión en nuestro futuro común.
Ban Ki-moon