Siempre que Anne Fishel y su familia hablan sobre las conductas que no están permitidas durante las comidas familiares, sale a relucir el Incidente del Yom Kipur.
Hace dos años, catorce personas se habían sentado a la mesa del comedor en Newton, Massachusetts, para marcar el fin del ayuno durante la festividad judía más solemne.
Fishel observaba a su alrededor y parecía que todo el mundo, su esposo, sus dos hijos, Gabe y Joe, y los amigos de ellos, disfrutaban lo que había cocinado y compartían la idea de que era una cena familiar importante.
Con la excepción, notó ella, de uno de los amigos de Gabe quien, al bajar furtivamente la mirada, enviaba mensajes de texto disimuladamente, y no sólo una o dos veces, sino a cada rato.
Fishel, quien dirige el programa de terapia familiar y de parejas en el Hospital General de Massachusetts, no tenía la intención de avergonzar al joven. Pero otra amiga de Gabe, sentada junto al infractor, le llamó la atención. «No deberías hacer eso aquí», lo amonestó, y no precisamente en voz baja.
«¿Porqué no?», respondió el joven. «Ni que estuviéramos en una cena formal o algo así»
Es la anarquía de los mensajes de texto, señala Cindy Post Senning, bisnieta de la experta en etiqueta Emily Post.»La gente envía mensajes de texto en todos lados», dijo.
Familiares e invitados que jamás mostrarían la mala educación de ponerse a hablar por teléfono en la mesa parecen pensar que no tiene nada de malo escribir mensajes de texto (o correos electrónicos o mensajes en Twitter) mientras comen.
A Post Senning le gustaría señalar que ello dista mucho de ser una buena costumbre. «Comer en familia es un acontecimiento social», dijo, en una entrevista telefónica, «no es simplemente para ingerir comida».
«Se debe estar consciente de que otras personas pueden ver cómo se mueven sus pulgares, aun cuando están sobre su regazo», manifestó. «Si están en una situación en la que la atención debería centrarse en los demás, no deberían ponerse a escribir mensajes». Y eso también aplica para los correos electrónicos.
«Tal vez la gente piensa que puede dividir su tiempo: escribir mensajes y hablar a la vez», dijo Harry Lewis, profesor de ciencias computacionales en la Universidad de Harvard y autor de «Blown to Bits: Your Life, Liberty and Happiness After the Digital Explosion» (Reducida a bits: Su vida, libertad y felicidad después de la explosión Digital). Tenga cuidado, advierte: no va a engañar a nadie.
Escribir mensajes de texto al estar comiendo se ha convertido en una problemática importante entre parejas que: asisten a terapia, dijo la terapeuta familiar Evan Imber-Black.
Agregó que, aparenternente a la hora de la cena, los hombres son los que no pueden pasar media hora sin teclear en sus teléfonos. (Lo opuesto aplica para los adolescentes, al ser las muchachas las que escriben mensajes constanternente).
«Creo que tiene que ver con la erosión de los límites entre el trabajo y la farnilia, en particular para los hombres que desempeñan cualquier tipo de actividad en la que, simplernente, les da miedo si no están trabajando casi las 24 horas», explicó Imber-Black.
En cuanto a los adolescentes y los mensajes de texto, dijo Danah Boyd, investigadora en Microsoft quien estudia las formas en que los jóvenes utilizan la tecnología, simplemente hacen lo que siempre han hecho: convivir con sus amigos.
El teléfono celular permite que la gente lleve su círculo social a la mesa. «Realmente no tienen que desconectarse», indicó.
Hay ocasiones en las que Boyd, de 31 años, aparta la mirada de la brillante pantalla de su iPhone y se da cuenta que su esposo, Gilad Lotan, un diseñador de Microsoft, le lanza una mirada de desaprobación desde el otro lado de la mesa.
Ambos llevan sus iPhones a la mesa, explicó, para usarlos como herramientas de conversación. Si debaten una interrogante, por éjemplo, podrían usar sus teléfonos para buscar la respuesta.
Tratan de no enviar mensajes de texto, dijo, «si es una cena en la que intentamos ponernos atención».
Los mensajes de texto y correos electrónicos están prohibidos en la mesa, en el hogar de Lydia Shire, en Weston, Massachusetts.
«A mi hijo nunca se le ocurriría escribir mensajes de texto en la mesa», aseguró Shire, chef y propietaria de un restaurante, en Boston. «Y tampoco lo haría si está cenando en la casa de alguien más».