¿Nuestras decisiones más importantes son tan frías y racionales como suponemos? Según el columnista de The New York Times David Brooks, los más recientes estudios de la mente humana indican que esto no es tan así: en su libro The Social Animal, de reciente aparición en EE.UU., redefine los alcances del viejo inconsciente freudiano y otorga un lugar central a la emoción
Sabe por qué un equipo tiene más posibilidades de ganar cuando juega de local? No porque los jugadores se sientan más cómodos y conozcan de memoria hasta la última arruga de la cancha.
Nada que ver
Según Moskowitz y Wertheim, dos neurobiólogos que se animaron a publicar sus investigaciones por primera vez junto a las curvilíneas chicas de Sports Ilustrated -la revista de deportes-, el fenómeno se explica porque, en tierra de locales, los árbitros dejan de ser imparciales. Aunque no lo quieran.
Suena coherente: inconscientemente se asustan. No quieren que los apabullen, que los insulten y, aunque con toda su alma intenten ser ecuánimes, lo cierto es que empiezan a favorecer al equipo local. ¿Broma? No. Esto es ciencia. Neurociencia, según David Brooks, el autor del bestseller The Social Animal , la teoría que en los próximos años no sólo revolucionará la forma en que hemos venido entendiendo la mente, sino también la economía, las ciencias sociales y, por cierto, la política.
El libro que, aunque Forbes y Newsweek advierten que no es bueno ni para los científicos ni para quienes quieren aprender de ciencia, y menos para los amantes de la buena literatura, claramente ofrece una forma sui géneris de entender qué es lo que realmente queremos cuando queremos algo. Sin complicados argumentos, explica cómo es que hasta las decisiones más racionales estarían controladas por la gran estrella rockera del nuevo siglo: el inconsciente.
Según Brooks, un periodista que se ha pasado los últimos años leyendo cuanto paper de psiquiatría, psicología y neurociencia haya pasado por sus manos, todo lo que elegimos en nuestras vidas sería el resultado de una red neuronal que envía señales (los «scouts») desde el backstage del cerebro al medio ambiente, incluidas las redes sociales en las que twitteamos, vivimos, socializamos. Es lo que delinearía nuestro carácter y lo que nos ayudaría a (o impediría) conseguir nuestros objetivos.
¿Cómo hace Brooks para explicar algo tan denso? Pues construyendo una rara novela -mezcla de ciencia, crónica y literatura de autoayuda- en la que sus personajes no están muy lejos de ser sofisticados avatares de un videojuego. De hecho, todas sus vidas (juventud, madurez, vejez) ocurren en una década. Brooks lo quería así: un mundo donde lo que realmente importa es el presente.
En el libro de Brooks hay algo especialmente adictivo: junto con los personajes y sus acciones, el lector encuentra fichas y resúmenes universitarios con los últimos avances en neurociencia, todos los cuales aclaran por qué las cosas pasan como pasan. Aunque a veces uno crea que pasan porque sí.
«Las coincidencias -dice Brooks- le dan a las relaciones un aura de destino que sin duda no es así».
Ahí está la pareja. En su casa de invierno en Aspen.
Erica y Harold son un matrimonio de clase media alta. Gente en ascenso, informada y conectada. El tipo de personas probablemente suscrita a la revista The Newyorker .
Erica y Harold son algo andróginos. Erica es una ambiciosa, dulce y exótica ejecutiva chino-mexicana. El, un tipo culto, sofisticado, de perfil bajo, experto en historia, que no se hará mayor problema cuando se entere de que Erica le ha sido infiel en una aventura que, por cierto, a ella le ha importado nada.
Erica ama incondicionalmente a su marido. No se lo cuestiona. Tampoco su vertiginosa carrera que comienza cuando, en un restaurante, se encandila con el magnetismo de la dueña. Es entonces cuando Erica entiende que ella también vestirá trajes, será una líder, una mujer en el poder; primero trabajando en las oficinas del Partido Demócrata, luego en Davos. Erica, claramente, conoce mejor el éxito que la ambición. Lo demuestra cuando dirige su propia compañía de cable.
Erica y Harold se divierten. No viven en una burbuja. Ellos son la burbuja. Y todo en torno a ellos huele a felicidad: el olor del cuero nuevo en la SUV último modelo. El olor al tabaco en la terraza del W.
Pero, ¿es tanta la felicidad?
En su vida íntima, Harold y Erica juegan tenis, andan en bicicleta. Su amor -dice Brooks- no nació junto a los primeros efluvios de la primavera, sino gracias a suficientes dosis de dopamina. Y otros químicos.
El sustrato que sostiene The Social Animal son al menos 30 años de investigación sobre qué es realmente el cerebro, cómo nos relacionamos con la gente, qué es el amor, cómo vemos el mundo y, lo más importante, ¿realmente necesitamos lo que queremos? Si a una mujer le gusta un hombre alto, ¿es porque se imagina junto a él con sus flamantes nuevos tacos? ¿O porque su inconsciente sabe que cada centímetro de altura significa (ahora está comprobado) un ingreso superior?
¿Son Harold y Erica realmente triunfadores? ¿O en realidad son víctimas de un juego mental que no han podido entender ni controlar? Leyendo, uno duda a ratos de que Brooks tenga la respuesta.
Brooks vive en Bethesda, en Washington DC, cerca de un taller oficina donde prepara su columna de los viernes en televisión. También escribe allí sus notas para The New York Times. «Una de las cosas que hay que saber para ser columnista -dice- es que la gente te odia».
Hace ya algunos años, Brooks fue el primero en identificar (gracias a lo que él llamó la «sociología cómica») a los célebres «bobos» o burgueses bohemios que, a fines de los años 90, se presentaban ante el mundo haciendo ostentación de su retórica hipster , techie , antibebes, a todas luces responsables de la fiebre gourmet , foodie , que terminó dominando el mundo.
En sus columnas, Brooks se ha especializado en despotricar contra quien sea. Y se ha especializado en fundamentar sus opiniones con estudios científicos, preferentemente ligados a la neurociencia, gracias a los cuales deja en evidencia la torpeza de las políticas oficiales en materia educativa, sanitaria, económica y demás.
Criaturas irracionales
En medio de la crisis subprime, por ejemplo, Brooks escribía: «Tenemos un sistema financiero basado en la noción de que los banqueros son criaturas racionales que jamás podrían hacer algo estúpido en masa. Pero nos equivocamos». Inquieto, una y otra vez se pregunta: «¿Por qué el mundo racional ha triunfado sobre el emocional a un costo tan grande?» Líderes como Paul Berman lo han defendido diciendo que «no es de derecha ni de izquierda, [Brooks] es un crítico social con mucho talento para revelar los sinsentidos de la nueva vida burguesa».
Particular obsesión de Brooks es la clase media emergente, la clase en el poder. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Qué es lo que quieren? Estas son preguntas frecuentas en sus columnas. Y para responder encontró a su mejor aliado en la ciencia. Así, si una semana se pregunta si hay que subir el sueldo en tal o cual área de la producción, Brooks discute poniendo sobre la mesa el estudio de Helper, Kleiner y Wang, publicado en el National Bureau of Economic Research, que asegura que la satisfacción de los empleados mejora si se bonifica la producción colectiva en vez de la personal. Para discutir otro tema, cita a Peetz y Kammrath, quienes han descubierto que la gente romperá sus promesas primero con la gente que ama y luego con las que no.
Las estadísticas le fascinan. Dice que los niños que no aprenden a esperar tienen, una vez adultos, altas probabilidades de depender de las drogas y el alcohol. En entrevistas que dio ha contado que fue el mismo ejercicio de revisar los avances científicos en relación con cómo funciona la mente lo que le permitió escribir The Social Animal .
Su obsesión por la neurociencia le había dejado claro que, en los últimos años, el viejo inconsciente de Freud había sido redefinido, dando lugar a un nuevo concepto (un nuevo inconsciente) que sería el verdadero responsable de todas nuestras acciones conscientes. Lo de Freud es conocido: mientras más moralista sea una persona, más inconsciente tendrá. La neurociencia, sin embargo, ha dicho lo contrario: es el inconsciente el que genera la moral. Vale aclarar que el inconsciente de Freud es diferente al que ha estado investigando la neurociencia. ¿Muy complicado? Investigadores han logrado afirmar que los seres humanos tomamos nuestras decisiones más importantes desde la incertidumbre; eso, porque el verdadero responsable de nuestros actos conscientes es un área del cerebro que no está al alcance de la conciencia.
Brooks lo explica: «El inconsciente ha sido asociado a lo impulsivo, a lo impredecible. Pero ese concepto ha sido revisado, y ahora sabemos que el inconsciente puede ser realmente brillante y hacer conexiones creativas. Es más, el inconsciente es gregario. Te quiere ver hacia afuera y estar bien conectado, en comunión con el trabajo, la familia, los amigos, el país y las causas sociales».
En resumen, Brooks advierte que nos aproximamos rápidamente a un mundo en el que debería empezar a ganar lo intuitivo sobre lo racional.
Según Brooks, esta ciencia que comienza a revelar los secretos de cómo funciona la mente nos ayuda a llenar el hueco que nos ha dejado la teología y la filosofía. Bajo su entendimiento, en los últimos años se ha gestado una revolución cognitiva que nos permitirá ser enfáticos al afirmar que las emociones son aún más importantes que la pura razón y que las conexiones sociales son aún más determinantes que las elecciones individuales, la intuición moral o la lógica abstracta. Brooks asegura, finalmente, que la percepción tiene más peso que el cada vez más pasado de moda coeficiente intelectual.
Qué alivio
La mente consciente, insiste el periodista norteamericano, se centra en el poder del individuo. La mente interior, el nuevo inconsciente, en cambio, busca las conexiones. ¿Qué es lo que, en verdad, explicaría la gran crisis que hay hoy en el mundo? Pues que ambos mundos siguen distanciados.
Ahora podemos voltear y analizar, con los ojos del autor, nuestro propio mundo. ¿Qué pensar? De todo lo que pasa: ¿somos espectadores o cómplices?
Probablemente David Brooks tiene más preguntas que respuestas. Esa es otra de las particularidades de un libro que ha comenzado a hacer historia.
A lo largo de los siglos se han escrito multitud de libros sobre cómo tener éxito. Pero estas narraciones por lo general se dan en el nivel superficial de la vida. Describen los colleges a los que va la gente, la capacitación profesional que adquiere, las decisiones que toma conscientemente, y los consejos y técnicas que adopta para crear contactos y avanzar. Estos libros se centran a menudo en una definición externa del éxito, que tiene que ver con el coeficiente intelectual, la riqueza, el prestigio y los logros mundanos.
Esta historia se narra un nivel más abajo. Esta historia de éxito pone el énfasis en el rol de la mente interior, el reino interior de las emociones, las intuiciones, las tendencias, los deseos, las predisposiciones genéticas, los rasgos de carácter, y las normas sociales. Este es el reino en el que se forma el carácter y en el que la gente gana experiencia de «calle».
Estamos viviendo en medio de una revolución de la consciencia. En los últimos años genetistas, neuro-científicos, psicólogos, sociólogos, economistas, antropólogos, y otros han logrado grandes avances en la comprensión de los bloques con los que se arma la prosperidad humana. Y un descubrimiento central de estos trabajos es que no somos primordialmente productos de nuestro pensamiento consciente. Somos primordialmente productos del pensamiento que se da por debajo del nivel consciente.
Las partes inconscientes de la mente no son vestigios primitivos que tienen que ser dominados para poder tomar decisiones sabias. No son oscuras cavernas de impulsos sexuales reprimidos. En vez de ello, las partes inconscientes de nuestra mente son la mayor parte de nuestras mentes, donde se toman la mayoría de las decisiones y tienen lugar muchos de los actos más impresionantes del pensamiento. Estos procesos sumergidos son los canteros donde están plantadas las semillas de nuestros logros.
En su libro, Strangers to Ourselves («Extraños para nosotros mismos»), Timothy D. Wilson, de la universidad de Virginia, escribe que la mente humana puede absorber 11 millones de piezas de información en cualquier momento dado. La estimación más generosa es que la gente puede ser consciente de cuarenta de estas. «Algunos investigadores -señala Wilson- han llegado a sugerir que la mente inconsciente hace virtualmente todo el trabajo y que la voluntad consciente podría ser una ilusión». La mente consciente simplemente confabula historias que tratan de encontrar sentido en lo que la mente inconsciente hace por su cuenta.
Wilson y la mayoría de los investigadores de los que hablaré en este libro no llegan tan lejos. Pero creen que los procesos mentales que son inaccesibles a nuestra consciencia organizan nuestro pensamiento, moldean nuestros juicios, forman nuestro carácter y nos proveen las capacidades que necesitamos para prosperar. John Bargh de Yale sostiene que así como Galileo «desplazó a la tierra de su lugar privilegiado en el centro del universo», esta revolución intelectual desplaza la mente consciente de su lugar privilegiado en el centro de la conducta humana. Esta historia la desplaza del centro de la vida cotidiana. Apunta a una manera más profunda de prosperar y una definición diferente de éxito.
Sergio Paz / Traducción de Gabriel Zadunaisky | El Mercurio / La Nación