El absurdo, aliado del intelecto

Person thinking or dreaming postersEn muchas ocasiones, la vida nos presenta situaciones absurdas, como salidas de un libro de Lewis Carroll. Experiencias que, en definitiva, violan toda lógica y expectativa.

El filósofo Soren Kierkegaard escribió que tales anomalías producían una profunda «sensación de absurdo» y no fue el único que las tomó en serio.

Ahora, un estudio sugiere que, paradójicamente, esta misma sensación puede ayudar al cerebro a advertir patrones que de otra manera no podría, en ecuaciones matemáticas, en el lenguaje, en el mundo en general.

«Estamos tan motivados a liberarnos de ese sentimiento que buscamos el significado, la coherencia en otra parte», dijo Travis Proulx, investigador de la Universidad de California y autor del estudio publicado en la revista Psychological Science . «Estudiamos ese sentimiento en otro proyecto y pareció mejorar algunas formas de aprendizaje.»

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Mantener la coherencia

En una serie de nuevos estudios el doctor Proulx y Steven J. Heine, profesor de psicología de la Universidad de la Columbia Británica, sostienen que estos descubrimientos son variaciones del mismo proceso: mantener el significado o la coherencia. El cerebro evolucionó para predecir y lo hace al identificar patrones.

Cuando esos patrones se quiebran, el cerebro busca algo a tientas, cualquier cosa que le dé sentido. Puede retornar a un ritual conocido, pero también puede dirigir su atención hacia afuera y advertir un patrón nuevo. La necesidad de encontrar un patrón coherente hace que sea más factible que el cerebro lo encuentre.

«Hay que realizar más investigación sobre esta teoría», dijo Michael Inzlicht, profesor de psicología de la Universidad de Toronto, Canadá.

En el último estudio, Proulx y Heine evaluaron a estudiantes universitarios a los que se les dio un cuento absurdo basado en El médico rural, de Franz Kafka. El médico tenía que hacer una visita a un niño que tenía un terrible dolor de muelas. Pero, al llegar, encontró que el niño no tenía ningún diente. Los caballos que habían tirado del carruaje comenzaron a hacer de las suyas; la familia del niño comenzó a sentirse molesta. Luego el médico descubre que, después de todo, el niño tiene dientes.

La historia es apremiante, vívida y sin sentido; kafkiana. Luego de leerla, los jóvenes estudiaron cuarenta y cinco series de 6 a 9 letras, tales como «X, M, X, R, T, V». Luego realizaron una prueba sobre las series de letras y eligieron las que pensaban que habían visto antes en una lista de sesenta series similares. De hecho, las letras estaban relacionadas de una manera muy sutil con algunas que aparecían antes o después de otras.

La prueba mide en forma estándar lo que los investigadores llaman aprendizaje implícito: conocimiento adquirido sin conciencia o intención. Los estudiantes no tenían idea de los patrones que sus cerebros estaban percibiendo. Pero lo hicieron y eligieron un 30% más de series y acertaron el doble en comparación a un grupo de 20 estudiantes que habían leído otro cuento, coherente.

«El hecho de que el grupo que leyó la historia absurda identificara más series de letras sugiere que estaban más motivados a buscar patrones que los otros estudiantes -dijo Heine-. Y el hecho de haber sido más eficaces significa, pensamos, que formaron nuevos patrones que no hubieran podido formar de otra manera.»

Las imágenes cerebrales de la gente que evalúa anomalías o que trabaja en dilemas inquietantes muestran que la actividad en el área de la corteza llamada del cíngulo anterior se agudiza notablemente. Cuanta más actividad se registra, más motivación o habilidad para buscar o corregir errores en el mundo real, según un estudio reciente.

Los investigadores familiarizados con el nuevo trabajo afirman que podría ser prematuro incorporar cortos cinematográficos de David Lynch, por ejemplo, o composiciones de John Cage en los programas escolares. Porque nadie sabe si exponerse al absurdo puede ayudar a la gente con aprendizaje explícito como memorizar el francés.

Por otro lado, los estudios han encontrado que quienes se dejan llevar por lo extraordinario tienden a ver patrones donde no existen, lo que los hace inclinarse por teorías conspirativas, por ejemplo. La urgencia por el orden se satisface en sí misma, según parece, más allá de la calidad de la evidencia.

Sin embargo, el nuevo estudio apoya lo que artistas experimentales, viajeros habituales y otros buscadores de lo nuevo han dicho siempre: al menos en algún momento, la desorientación alienta el pensamiento creativo.

Benedict Carey / Traducción de María Elena Rey | The New York Times