En muchas ocasiones, la vida nos presenta situaciones absurdas, como salidas de un libro de Lewis Carroll. Experiencias que, en definitiva, violan toda lógica y expectativa.
El filósofo Soren Kierkegaard escribió que tales anomalías producían una profunda «sensación de absurdo» y no fue el único que las tomó en serio.
Ahora, un estudio sugiere que, paradójicamente, esta misma sensación puede ayudar al cerebro a advertir patrones que de otra manera no podría, en ecuaciones matemáticas, en el lenguaje, en el mundo en general.
«Estamos tan motivados a liberarnos de ese sentimiento que buscamos el significado, la coherencia en otra parte», dijo Travis Proulx, investigador de la Universidad de California y autor del estudio publicado en la revista Psychological Science . «Estudiamos ese sentimiento en otro proyecto y pareció mejorar algunas formas de aprendizaje.»