Los estudiantes pasarán una parte importante de su tiempo interactuando con aparatos inteligentes que les ayudarán a aprender individualmente, a su ritmo y a su estilo
¿Por qué podemos lanzar móviles mejores cada pocos meses, y coches mejores todos los años, pero no somos capaces de decir que hemos mejorado el sistema educativos incluso a lo largo de varias décadas? La pregunta es pertinente en casi todos los países del mundo.
Creo que hay una respuesta simple a la pregunta: reconocemos que fabricar móviles y coches y edificios requiere establecer una profesión formal relacionada con el cuerpo de conocimiento en cuestión y un ecosistema de competencias sinérgico. Tenemos expertos que entienden la electrónica por detrás de la pantalla del móvil y su diseño; de hecho, todo un ejército de investigadores y tecnólogos trabajan, por ejemplo, en crear módulos inalámbricos más eficientes ¡que sean un 10% más pequeños o livianos que los actuales!.
Si hiciéramos lo mismo en educación, tendríamos, en todos los países, muchas entidades investigando sobre cómo aprenden los niños a leer en su idioma materno, cómo se entienden los conceptos científicos, qué impacto tiene el tamaño de la clase en el aprendizaje, y en qué puntos se equivocan los niños cuando aprenden a resolver las ecuaciones lineares. Pues no lo hacemos. Y por eso tenemos teléfonos móviles mejores cada pocos meses mientras que la educación sigue languideciendo, década tras década.
No sólo se puede cambiar esto, sino que es nuestro deber cambiarlo si queremos que nuestros hijos tengan un futuro mejor. Y la respuesta, en mi opinión, no es un planteamiento filosófico, tipo “descentralizar” o “centralizar” o “delegar más en los profesores”, o incluso “más» o “menos” “pruebas”, sino crear y fomentar de forma muy sistemática una “Ciencia del Aprendizaje” que genere un cuerpo de conocimiento.
La ciencia del aprendizaje
Un mito persistente de la educación es que enseñar a los niños no es física cuántica, que tenemos todas las respuestas y nos falta la voluntad política o que los profesores son ineficientes, o que hay un defecto administrativo por detrás del fracaso de nuestros sistemas educativos. La verdad es que probablemente nadie en el mundo hoy sepa cómo solucionar nuestros problemas educativos. Admitir esto es un paso importante.
Pongamos un ejemplo sencillo: Todos los niños necesitan aprender qué son los números decimales. Por eso tenemos cientos de miles de textos o capítulos sobre el tema de los decimales. Pero al mismo tiempo, todo profesor necesita información sobre cómo enseñar el tema. El o la profesora debería saber a qué dificultades se enfrentan los niños para entender los conceptos en decimales, y qué soluciones y estrategias funcionan para resolver dichas dificultades con distintos tipos de niños. Como es lógico, por tanto, debería haber miles de textos disponibles sobre esos temas. Sin embargo, en cualquier lugar del mundo, a un profesor le costaría encontrar siquiera algún texto o capítulo que leer antes de entrar en la clase de decimales.
Una Ciencia del Aprendizaje sería un campo interdisciplinar, con elementos de la educación, la psicología, las ciencias cognitivas, la informática, la inteligencia artificial y las neurociencias. Concretamente, estudiaría las ideas falsas que tienen los estudiantes respecto a distintos conceptos, y qué estrategias servirían para atajarlas. Intentaría contestar a preguntas relacionadas con dificultades que tienen los estudiantes con la lectura, y qué estrategias son útiles. Se adentraría en la teoría, pero también estaría firmemente afincada en la práctica.
Se ha argumentado que la institución social que más se parece a la escuela (con sus uniformes y horarios) es la cárcel. El problema de aprender de memoria, el énfasis en ciertas aptitudes—muchas veces a costa de otras—, el sinsentido de la educación formal, los títulos, las notas en las vidas de millones de estudiantes son problemas que plagan la educación en la mayoría de sociedades. Irónicamente, el objetivo de la educación es despertar pasiones y hacer florecer los talentos de cada cual y ayudar a que cada uno los descubra.
Creo que las evaluaciones de resultados (que muestra qué aprenden los niños y hasta qué saben los profesores) son importantes. Pero la evaluación debe estar bien diseñada, y debe ser de impacto reducido. Una evaluación de impacto reducido implica que las acciones que se emprenden a razón de las mismas deben respaldar y centrarse en la mejoría, no en el castigo. Estas evaluaciones ayudarían a sacar a relucir claramente los retos educativos: un requisito previo a dedicar la energía a solucionarlos.
La necesidad de un nuevo plan de estudios
El mundo ha cambiado, debido a fuerzas como la globalización y la tecnología. La educación del futuro tiene que prepararse para un mundo diferente. Aptitudes como la colaboración y la conciencia de distintas culturas (algo que no se ha recalcado lo suficiente en los planes de estudio actuales) deberían tenerse en cuenta. El aprendizaje personalizado tendrá que dejar de ser un término de moda, y convertirse en algo que permita a cada uno de los estudiantes descubrir y desarrollar su propio talento.
El aprendizaje personalizado significa que no se agrupará ni enseñará a los estudiantes en clases conformadas únicamente por estricto orden de edad, sino que se promoverán y desarrollarán los intereses individuales. Un plan de estudios elemental, troncal, consistiría en ciertas cosas que conocemos bien: lenguaje, matemáticas y ciencias, y también ciertos aspectos olvidados en las aulas tradicionales, como la creatividad y las artes, y otros aspectos nuevos (como el pensamiento emprendedor) que también deberían ser parte del plan de estudios troncal.
Una vez un estudiante completa las clases obligatorias, podría adentrarse en las materias de su elección. Un estudiante podría profundizar más en fracciones, otro en las pirámides de Egipto, y un tercero en las barreras de coral. Todo ello será posible cuando se utilice de verdad la tecnología para que el aprendizaje se entreteja de pasión. La inteligencia artificial se nutrirá de datos de millones de estudiantes y ayudará a los niños a aprender de forma más eficiente y con los métodos que mejor les cuadren. Como hay dos tipos de escalas de aprendizaje (una, los millones de estudiantes que necesitan recibir una educación de calidad, pero otra escala que existe sólo en la mente de cada niño) la individualidad sólo puede florecer cuando la vastedad del aprendizaje está a disposición de todos y cada uno de los niños, a su elección.
El futuro del aprendizaje
Si logramos llegar a esto, la escuela del futuro será muy distinta y mucho más fascinante e interesante que las escuelas de hoy. Los estudiantes pasarán una parte importante de su tiempo, creo yo, interactuando con aparatos inteligentes que les ayudarán a aprender de forma individualizada, a su ritmo y a su estilo. Pero esto no significa que haya menos interacción personal.
En el tiempo restante, los niños interactuarán con otros niños guiados por un adulto. Este “profesor” sería muy distinto de los profesores de hoy, sería un experto en identificar y sacar el potencial a relucir. En esta sesión, los niños se contarían unos a otros, emocionados, lo que hubiesen aprendido. El adulto les presentará a expertos que también estarían apasionados ante la perspectiva de conocer a niños inteligentes con interés y talento en su misma especialidad. Los niños aprenderían aptitudes sociales, como dar y recibir comentarios y encajar el fracaso y trabajar en equipo: aptitudes críticas para las que las escuelas de hoy a menudo no tienen tiempo.
Si podemos aportar el trabajo, arduo, que necesitamos hoy, la promesa de una educación plena que ayude a cada persona a contribuir a la sociedad y a ocupar su puesto será una realidad.
Sridhar Rajagopalan es Fundador de Iniciativas Educativas (EI), India, experto de Fundación de la INnovación Bankinter.