Muchos haitianos, que duermen en campamentos, en la calle y en los patios de las casas desde el terremoto del 12 de enero, se sienten a merced no solamente de los elementos, sino de aquellos que se aprovechan de la desgracia de otros.
Tantos casos de violaciones ocurren sin ser reportados en Puerto Príncipe que las estadísticas cuentan sólo una parte de la historia. Pero las cifras existentes, provenientes de la policía o de asociaciones de mujeres, indican que la violencia contra las mujeres ha aumentado dramáticamente en los meses posteriores al terremoto. Los secuestros son poco frecuentes, pero también se han incrementado y «la amenaza es constante», dijo Antoine Lerbours, vocero de la Policía Nacional Haitiana.
Malya Villard, directora de Kof aviv, organización popular que apoya a víctimas de violaciones, señaló que la presencia de miles de prisioneros que escaparon durante el sismo agravó un ambiente donde la inseguridad y la desesperación se alimentan mutuamente.
Villard dijo que las dos docenas de trabajadoras sociales de Kofaviv, en Puerto Príncipe, han ofrecido terapia a 264 víctimas desde el sismo, tres veces la cifra en un período equivalente el año pasado. Los arrestos por violación son menos, 169 a nivel nacional hasta mayo, pero se han realizado más arrestos en los últimos meses que durante el mismo período el año pasado.
Desde el terremoto, grupos internacionales de ayuda han expresado sus preocupaciones sobre la violencia contra las mujeres, en especial en los campamentos bajo su vigilancia. La iluminación deficiente o inexistente, las letrinas sin cerrojos, las duchas contiguas de hombres y mujeres, y la inadecuada protección policiaca han figurado entre los problemas.
Recientemente, la seguridad en ocho campamentos grandes se ha mejorado con patrullajes y puestos policiacos conjuntos de las Naciones Unidas y los haitianos; aproximadamente 100 mujeres policíasbangladeshíes llegaron afines de mayo para lidiar con la violencia sexual en tres de ellos. Pero hay unos 1.200 campamentos en todo Haití.
El 10 de mayo, Rose, una joven escultural que está estudiando cultora de belleza, salió a comprar unas galletas. Un oficial de policía a quien ella conocía le hizo señas para que se subiera a su auto sin identificación, dijo. Y lo hizo. Entonces dos hombres le ordenaron al oficial salir del auto, se llevaron la pistola del oficial y huyeron con Rose.
Los hombres la empujaron a la parte trasera del auto e hicieron que se acostara boca abajo. Ella no sabe a qué vecindario la llevaron, pero había muchas casas destruidas. Cuando protestó al entrar a una, la abofetearon, dijo, y la obligaron a pasar por la entrada colapsada.
Tocándose la pelvis mientras hablaba, Rose dijo que los hombres se habían turnado, violándola siete veces. «O quizá ocho», dijo, cerrando los ojos.
El oficial de policía se presentó en la casa de Rose la mañana siguiente para decirle a la familia lo que había sucedido. «Esperó toda la noche mientras nosotros estábamos en vela, aterrorizados», dijo el cuñado de Rose. «El estaba buscando su auto. Le preguntamos: ‘¿Qué hay de Rose?’ y él contestó ‘ Labuscaremos, pero ellos los contactarán primero'».
Los secuestradores usaron el teléfono celular de Rose para hacer lallamada. Lo pusieron en «altavoz» y la golpearon en repetidas ocasiones para que la familia pudiera escucharla gritar de dolor.
«Exigieron 50 mil dólares estadounidenses», relató su tío.
La familia logró recaudar dos mil dólares en gourdes, la moneda nacional haitiana, entre los vecinos. El dinero fue dejado en un sitio la noche del domingo. A las tres de la mañana del lunes, Rose, vendada, fue puesta en la parte trasera de un mototaxi. Cuando llegó a casa, cayó en posición fetal en la puerta.
Rose ya se había bañado y cambiado de ropa, sin saber que eso frustraría la recolección de evidencia. Pero de todas maneras la policía no sugirió hacerlo, dijo la familia.
Cuando la policía se marchó, Rose fue en auto a una clínica de Médicos Sin Fronteras.
La enfermera dijo que la clínica había atendido aunas 60 víctimas, en mayo.
Cuando Rose fue llamada a una de las tiendas de campaña para ser sometida al examen médico, tambaleó, mareada de hambre. La enfermera le dio un par de paquetes de galletas. La enviaron casa cargada de condones y cajas de pastillas: antibióticos para enfermedades venéreas, tratamiento anti-VIH, pastillas para vaginitis y analgésicos.