Recursos del Yo: mecanismos adaptativos y defensivos

Señales de peligro

¿Qué hacemos cuando nos encontramos ante un conflicto? La presencia de una situación conflictiva provoca sensaciones desagradables, también llamadas tensiones, las cuales actúan como señales que nos advierten de un peligro: el de un desequilibrio en nuestro psiquismo. Las formas que adquieren esas tensiones reciben diferentes nombres de acuerdo con el área de la conducta sobre la cual predominan, dejando sentado que siempre están involucradas las tres que consideramos en el esquema de Pichón Riviére. Un aumento de tensión puede producirse con predominio en la mente y entonces la llamamos ansiedad (algunos de cuyos síntomas pueden ser: sensación de desasosiego, incapacidad para concentrarse, dificultad para dormir); puede predominar en el cuerpo y entonces recibe el nombre de angustia (la cual puede manifestarse con: dificultad para respirar. falta de voz, problemas intestinales, transpiración profusa, temblor): finalmente cuando su origen está predominantemente en el mundo externo lo denominamos miedo (a los perros, a los truenos). Estos tres estados son de desequilibrio y nuestro Yo intenta inmedia­tamente volver a un estado de equilibrio disminuyendo la tensión. Para lograrlo cuenta con dos tipos de mecanismos: por una parte, los llamados mecanismos adaptativos, que actúan o intentan actuar sobre la realidad misma, modificándola para que no nos altere. A éstos recurrimos cuando cruzamos la vereda para no encontrarnos con un perro que nos parece poco amistoso o bien cuando sacamos del cuarto a un hermanito que está revol­viendo todo a su paso y nos pone nerviosos; por otra parte existen también los llamados mecanismos de defensa que actúan inconscientemente y no modifican la realidad sino que intentan disminuir la ansiedad que ésta nos provoca. Comencemos por analizar los mecanismos adaptativos

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Los chicos juegan

Vayamos a una plaza y sentémonos cerca del arenero donde suelen jugar los niños pequeños. Elegimos para observar a uno que juega tranquilamente con su balde y su pa­la. Mientras nos parece que se trata de un nene feliz, enarenado hasta las cejas, aparece caminando a los tumbos por la arena un potencial compañerito de juegos. Todo va bienhasta que el recién llegado, con la boca llena de caramelo, sin pedir permiso, decide jugar con el mismo balde y la misma pala del primero. Éste no se hace rogar, se levanta con dificultad porque los pañales tienden a volverlo a sentar a pesar suyo y con un certero golpe de mano recupera su balde tirando al otro al suelo.

En este ejemplo surge un conflicto, aparece o suponemos que aparece ansiedad o angustia en el dueño del balde y la pala ante la posibilidad de perderlos y se llega a una solución. A este tipo de solución se le denomina de ataque o agresión y es una salida posible ante una situación frustrante. ¿Qué significa frustración? Es la condición en la que queda una persona a la cual se le niega la satisfacción de una pulsión o un deseo. En el caso el primer nene se ve frustrado en el deseo de seguir jugando y reacciona para tratar de lograr su satisfacción.

Los adultos no suelen reaccionar del mismo modo que los niños, aunque no es raro el recurso de resolver a trompadas un choque entre automovilistas, pero el mismo mecanismo de ataque o agresión puede aparecer de maneras menos directas. Mientras el nene defiende sus juguetes en el arenero, el papá se acerca a comprar una bebida al kiosco. Cuando por fin logra ser atendido, la bebida que le dan está tibia. Puede quedar callado y sentirse frustrado pero reacciona y dice: «Déme otra, bien helada por favor» y se la cambian. En este caso logra lo que quiere utilizando un mínimo de su agresión, sólo lo necesario para defender sus derechos.

Volvamos al arenero, una vez que el nene recuperó sus herramientas de juego, se le acerca su hermana mayor, de seis años, quien quiere construir una complicado castillo de arena para el cual le es indispensable la pala que no trajo porque ya es grande para esos juegos. Con una sonrisa forzada le dice al hermanito: «Me la prestas, ¿no?» y se aleja con la preciada pala para construir su obra de arte. El hermanito se queda frustrado, grita, pa­talea y llora pero sabe que la batalla está perdida de antemano frente a la hermana que es más fuerte que él y ya aprendió que el enfrentamiento no le conviene. Opta por la huida o retirada, es decir decide no enfrentar a su hermana directamente. El mismo mecanismo elige una señora viejita al cambiarse de banco, ya que se había sentado cerca del lugar donde unos chicos juegan al fútbol arriesgando recibir un pelotazo. Ambos, la señora y el nene, saben medir sus posibilidades de cambiar la realidad y evitan una frustración mayor.

Cuando el papá de los chicos vuelve del kiosco encuentra llorando al menor y pre­gunta qué pasó. Llama a la hermanita para que ambos lleguen a un acuerdo. El nene acepta como sustituto de su pala un hermoso palito que con todo cariño su hermana le buscó en el arenero y que se supone suficiente para desarrollar su habilidad como arqui­tecto hasta que esté terminado el castillo. En este caso actuó como mecanismo la compo­nenda o sustitución que nos permite, cuando hemos llegado a cierto grado de madurez, aceptarlas. Mientras tanto, el chofer de un colectivo y un señor que tuvieron un leve cho­que en la esquina de la plaza conversaban tranquilamente intercambiando datos de sus respectivas compañías de seguro. Ellos también apelaron a la componenda para superar sus frustraciones.

Estos tres mecanismos: ataque o agresión, huida o retirada y componenda o sustitu­ción son llamados mecanismos adaptativos porque intentan modificar la realidad o nues­tra posición en ella.

Defendiéndonos de la ansiedad

La teoría psicoanalítica entiende que contamos también con mecanismos que actúan inconscientemente y cuyo papel es el de evitar o disminuir la ansiedad que surge del con­flicto entre las pulsiones y aquello que la realidad permite. Que las pulsiones no puedan expresarse es fuente de acumulación de tensión, la cual asume la forma de ansiedad, y el yo se defiende de esas sensaciones desagradables a través de los mecanismos de defensa. A diferencia de los adaptativos, los de defensa no actúan sobre la realidad sino sobre la ansiedad que la situación genera.

Normalmente, cada persona dispone de diferentes mecanismos de defensa que implementa en distintas situaciones. Uno o más de ellos son, sin embargo, predominantes en cada uno y éste es un elemento importante ya que permite caracterizar un tipo de personalidad.

Sigmund Freud comenzó por describir el mecanismo llamado represión a partir de sus observaciones en el estudio de las pacientes histéricas. A partir de allí se abre todo un capítulo de investigaciones referidas a este tema. Siguiendo a su padre, Anna Freud, psicoanalista especializada en el tratamiento de niños, describió varios otros a lo largo de sus investigaciones. También lo hizo a partir de sus observaciones de bebés, la psicoanalista Melanie Klein, discípula de Freud que desarrolló su carrera en Inglaterra. Más recientemente Jacques Lacan, psicoanalista francés, describió un mecanismo que no formaría par­te de los normalmente implementados por las personas sino que sería propio de la psico­sis, al cual denominó fordusión.

Observando a bebes

Un bebé es un ser impotente ante la realidad que lo rodea y por ese motivo, expuesto a sufrir ansiedad y angustia. Su vida psíquica es el Ello en estado puro, pulsiones que exigen perentoriamente satisfacción y ante las cuales él no puede hacer nada ni tampoco puede esperar, ya que no se nace sabiendo esperar. En un primer momento todo lo que percibe del mundo es caótico: a veces siente hambre y es alimentado; otras veces esto no ocurre tan rápidamente como lo necesitaría; lo mismo puede suceder con su necesidad de mimos, de calor, de estar seco y limpio. Desde el nacimiento se va a ir instalando en él un embrión de Yo dentro del cual se pondrán en marcha mecanismos inconscientes, me­canismos de defensa. Melanie Klein, observando a lactantes, definió aquellos que utiliza­rían los bebés para calmar sus tensiones.

Uno de ellos es la proyección. Cuando el bebé no es alimentado, cambiado o mima­do, se manifiestan en él fuertes pulsiones destructivas generadoras de tensión y el modo de soportarlas es ubicarlas fuera de sí. El bebé cargado de odio no es «malo» sino que siente que hay fuera de él una «madre mala» en la cual proyecta todos sus sentimientos agresivos. En realidad, ya que no es capaz de formar una imagen completa de su madre en los primeros meses de vida y su vínculo principal es con el pecho, lo que siente es que hay un «pecho malo». La proyección es un mecanismo primitivo al que apelamos durante toda la vida cuando no nos resulta fácil reconocer defectos en nosotros. Consiste en echarle a los otros la culpa de todo lo que nos pasa. La superstición está basada en este mecanismo en la medida en que se proyecta en personas, objetos o situaciones, cualida­des y capacidades para generar daño. También las personas fanáticas la usan de manera muy intensa cuando adjudican a alguien en particular, un «chivo expiatorio», todo aquello que consideran malo, pero que, por supuesto, está fuera de ellos. La proyección es en­tonces la operación por la cual el sujeto expulsa de sí y localiza en otro (persona o cosa) sentimientos, deseos que no reconoce o rechaza de sí. Para el bebé no es suficiente crear una imagen de «pecho malo» que se haga cargo de sus pulsiones agresivas. Necesita también que esa imagen atemorizante esté alejada de la otra imagen de «pecho bueno», aquella que lo alimenta y hacia la cual derivan sus pulsiones eróticas. Para lograr mantener separados los «dos pechos» que crea en su mente recurre a la escisión. Cuando la madre lo alimenta y lo mima, es el «pecho bueno» el que aparece en su mente. Cuando tarda en alimentarlo o en cambiarlo, el bebé no lo siente como una ausencia sino como el «pecho malo» que se hace presente. El bebé no puede en los primeros estadios de la vida formarse una imagen completa de su madre y menos aún reunir ambas mitades en una sola persona.

La escisión es un mecanismo primitivo que suele ser superado rápidamente en la vi­da. La estructura de los cuentos infantiles con personajes puramente buenos y totalmente malos, muchas películas de indios malos y caballería buena, y la mayoría de las telenove­las de heroínas sufridas y buenas enfrentadas a perversas enemigas de su felicidad, satis­facen una necesidad infantil de ver todo en blanco o negro, sin matices ni términos me­dios. De todos modos no es raro que también en la adolescencia aparecezcan ciertas ten­dencias a ver el mundo así, de manera poco tolerante, y un seguidor de un grupo musical puede negarse a escuchar música de otros porque sólo la que le gusta es «buena». La ma­durez supone ir superando el uso de este mecanismo y manteniendo los propios gustos, desarrollar capacidad para probar algo distinto, reconocer gustos ajenos y tolerar las dife­rencias. En resumen, la escisión puede definirse como el mecanismo por el cual el bebé percibe al objeto de sus pulsiones eróticas y destructivas dividido en objeto «bueno» y objeto «malo».

Una variante de la escisión que aparece normalmente en los adultos es la disocia­ción. Por ella dos ideas o sentimientos coexisten en la persona sin que la misma pueda reunirlas. Alguien puede sentir temor y deseo de subir a un avión y la coexistencia sub­siste a través de la posibilidad de separarlos en nuestra mente. También puede disociarse un afecto de la imagen mental ligada a él. Es lo que le ocurre a un cirujano que en el mo­mento de operar disocia la imagen del cuerpo cortado del afecto que pueda provocarle, para poder hacer su tarea. Cuando la disociación falla no podemos, por ejemplo, separar el nombre de una persona que no nos gusta de su imagen y, sin saber por qué, no queremos usar ese mismo nombre para ponérselo a un hijo.

Pero volvamos a observar al bebé. Éste no sólo intenta expulsar lo malo, también incorpora imágenes agradables de las experiencias placenteras que vive. Esto lo hace a través de otro mecanismo denominado introyección el cual, alrededor de los dos años, cumple una importante función. Hemos visto que el bebé nace con su Ello y va formando poco a poco su Yo; a partir de los dos años logra incorporar normas de su mundo externo pautas de conducta que los padres van enseñándole. La incorporación de esas normas: produce inconscientemente a través de la introyección y constituye la base del Superyo. Con ella el sujeto (bebé) incorpora a su mente imágenes de objetos (sus padres) y cualidades propias de esos objetos.

Dejemos ahora a los bebés y veamos qué otros mecanismos aparecen más adelan en la vida y se mantienen activos en la adolescencia y en la vida adulta.

Mas adelante en la vida

Cuando vamos al cine nos ocurre a veces que salimos caminando o hablando con el héroe o la heroína de la película. Lo que nos ha sucedido es que actuó en nosotros mecanismo de identificación que utilizamos desde la infancia, primero con nuestros padres, luego con maestros, parientes, profesores, amigos, artistas. De todos ellos obtenemos identificaciones parciales que luego producen una síntesis particular que es nuestra propia personalidad. Este mecanismo aparece también ante situaciones que no sabemos resolver y, sin darnos cuenta, las enfrentamos identificándonos con nuestros padres, otras personas importantes afectivamente para nosotros, lo cual nos protege al hacen sentir que estamos actuando como lo hubieran hecho ellos. Una variante particularmente interesante de este mecanismo la constituye la identificación con el agresor. Esto puede ocurre cuando se encuentra una persona en frente con una figura que ejerce autoridad sobre ella y que aparece como peligrosa. La reacción en este caso puede ser la de identificarse con ese personaje temido y autoagredirse. Ejemplo de esta situación es el de un alumno que se presenta a dar un examen y falla la primera pregunta. El profesor le dice: «Usted no sabe nada», el alumno puede anlienarse y optar por identificarse con el profesor a pesar suyo, no pudiendo contestar a par­tir de allí nada correctamente, demostrando que, efectivamente, «no sabe nada».

En resumen, la identificación es el proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de éste. Es la base de la organización y diferenciación de la personalidad.

La publicidad provoca a menudo otro mecanismo que los seres humanos utiliza­mos desde chiquitos, la idealización. Por ella los más variados productos parecen perfectos. Este mecanismo lo hemos utilizado a menudo con nuestros propios padres. Los pa­dres que solucionan los problemas, arreglan o reponen los juguetes rotos, sacan el miedo cuando se acerca la noche, son figuras idealizadas por sus hijos. Se los ve como Superman y Supermujer hasta la adolescencia, etapa en la cual, a veces con gran sufrimiento, esas imágenes idealizadas son reemplazadas por otras más reales. Pero hay que tener en cuenta que este mecanismo aparece siempre a lo largo de la vida y uno de los momentos en el cual se refuerza es durante el enamoramiento. El enamoramiento consiste precisa­mente en considerar al otro/a perfecto/a, más allá de lo que indique la realidad. Una per­sona que hasta hace poco veía con cierta objetividad a otra, en un momento dado se ena­mora y no permite que nadie le señale defectos, tampoco los ve, todo lo que percibe a partir de ese momento es solamente perfecto.

Por otra parte, el Yo es parte del Superyo, y esta instancia se forma justamente a partir de la capacidad de idealizar. Incorpo­ramos un ideal de lo que debemos ser, tal como lo esperan nuestros padres y las demás personas importantes que nos rodean y, a lo largo de la vida, hacemos constantes esfuer­zos para acercarnos a éste. La posibilidad de lograrlo y por lo tanto de sentir satisfacción con uno mismo, se produce cuando hemos incorporado un ideal que no es inalcanzable, sino una imagen interna que estimula el esfuerzo pero que es posible de alcanzar. La idealización se define entonces, como el proceso por el cual se llevan a la perfección las cualidades y el valor de un objeto.

Hay momentos en los que a pesar de que las situaciones son claras ante nuestros ojos no aceptamos reconocerlas como son.

Cuando nos dicen que una persona, a la que vimos ayer por ejemplo, ha sufrido un accidente, nuestra primera expresión es: «¡No puede ser!». Otras veces, al mismo tiempo que expresamos un deseo, sin darnos cuenta negamos el querer realizarlo, porque no nos parece bien hacerlo. Por ejemplo, podemos decir: «No es que yo no tenga ganas de ir al cine, pero…», aunque para todo sea claro que no tenemos la menor gana de hacer eso hoy. Esto puede ocurrir también con sentimientos que no nos gusta reconocer en nosotros mismos, como por ejemplo, la envidia. Así puede darse que alguien diga, ‘sin darse cuenta que lo está haciendo: «Yo no envidio a Cecilia, pero lo cierto es que siempre con­sigue todo lo que quiere.» Y si se le hace notar la envidia que demuestra, no está dis­puesta a reconocerla. A este mecanismo se le ha dado el nombre de negación. Por el mismo, la persona a pesar de formular un deseo, idea o sentimiento hasta entonces repri­mido, sigue defendiéndose negando que le pertenezca.

Una combinación importante de mecanismos de defensa fue descrita por Melanie Klein con el nombre de defensas maníacas. La persona manifiesta una estructura defensi­va compuesta por: escisión, negación, idealización y control omnipotente de los objetos. Son personas que ante un mundo que ven en blanco o negro, niegan sus ansiedades, idealizan su capacidad y se sienten aptos para controlar la realidad como si fueran omni­potentes. Todo este conjunto los lleva a sentirse eufóricos, incapaces de asumir sus fraca­sos y frustraciones y susceptibles de caer en adicciones.

Represión, se dice que un pensamiento o un deseo está reprimido cuando pertenece a nuestra vida inconsciente. Puede ocurrir que siempre haya sido inconsciente por ser una representación ligada a pulsiones primiti­vas, de las primeras épocas de la vida, que la censura encerró en lo Inconsciente. O bien, que alguna vez hayan sido conscientes y que, al producirnos dolor su recuerdo, las haya­mos reprimido y por lo tanto olvidado. En el desarrollo normal de una persona la repre­sión instala las censuras separando así lo Inconsciente de lo Preconsciente-Consciente y al Preconsciente de la Conciencia. En este sentido es un mecanismo estructurante del psiquismo, formador de su arquitectura. Sabemos que la represión puede fallar y aparecen entonces fenómenos como los furcios del lenguaje por ejemplo, los que llevan a decir jus­tamente aquello que uno quería pero que sabía que no debía decir en ese momento o a esa persona. Como ejemplo de furcio se puede tomar al de alguien que siente molestia ante el despliegue de riqueza de otro que da una gran fiesta y cuando se lo presentan pretende ser educado y decir «mucho gusto», pero lo que surge como falla de la represión es «mucho gasto».

La represión no está ligada en relación al funcionamiento normal del yo sino dentro de una enfermedad psíquica, la histeria. En ésta el proceso es el si­guiente: una persona sufre un suceso traumático a nivel psíquico (se entera que su gran amor se casa con otra mujer); lo reprime (olvida el suceso haciéndolo inconsciente); gene­ra un síntoma (por ej. la parálisis de un brazo y la mano con la cual hubiera querido pe­garle una cachetada al hombre que la ha dejado de lado). Para la persona en cuestión no aparece en su conciencia la menor relación entre los hechos de su vida y su síntoma y es solamente a través del trabajo psicoanalítico, dirá Freud, que se puede establecer la cone­xión y así superar el síntoma. La represión es el mecanismo por el cual la persona intenta rechazar o mantener en el Inconsciente representaciones (pensamientos, deseos, recuer­dos) ligados a una pulsión que si aparecieran en el Preconsciente producirían displacer.

Cuando nos referimos a los chistes mencionamos al desplazamiento como un meca­nismo constituyente de algunos de ellos. Con el mismo se logra cambiar el interés de un tema a otro estando el segundo de alguna manera relacionado con el primero. Algo se­mejante ocurre, no ya con un tema sino con un afecto, cuando el mismo se desplaza de la representación mental de una persona a otra. Es lo que ocurre cuando un empleado siente odio hacia su jefe que lo ha tratado mal y lo desplaza hacia otro automovilista al volver hacia su casa, aunque este último no haya hecho nada que justifique tal reacción. Debe existir sí algún lazo que permita unir la imagen mental del jefe con la del otro auto­movilista (pueden ser ambos igualmente pelados, vestir de manera semejante, etc.).

El desplazamiento significa entonces el pasaje del interés, de la importancia o del afecto de una representación mental a otra relacionada con la anterior por lazos de semejanza.

Es común oír que un padre o una madre cuenten con desaliento que su hijito de dos años, que parecía haber dejado los pañales, volvió a necesitarlos cuando nació su hermanita. En ese caso el niño que ya había superado una etapa en su desarrollo retrocedió a la anterior. Del mismo modo, no es raro que una persona adulta que pasa sus días tomando complejas decisiones, pueda tener deseos de ver películas de argumento muy simple o leer historietas de las que conoce todo el desarrollo desde su infancia, en sus ratos de descanso. El mecanismo que estamos describiendo se denomina regresión y se estimula ante situaciones que generan ansiedad llevándonos a apoyarnos en otras que, por conoci­das y superadas, nos dan más tranquilidad. Los franceses suelen decir: «retroceder para saltar mejor», y esto puede aplicarse a la regresión, entendiendo que la misma permite reunir fuerzas en una situación conocida para enfrentar otras nuevas con más aliento. Al­gunos autores consideran que éste es un mecanismo que se refuerza en la adolescencia justamente porque la misma significa la activación de pulsiones muy intensas desencadenantes de ansiedad. Así se explica que un adolescente vuelva a mirar dibujitos animados junto a su hermano de seis años cuando un año antes consideraba que era una actividad totalmente superada, o que sienta enormes deseos de comer chupetones o tener un mu­ñeco de peluche. En resumen, dentro de un proceso psíquico que implica una trayecto­ria o un desarrollo, se llama regresión al mecanismo que significa un movimiento en sentido inverso desde un punto ya alcanzado hasta otro situado anteriormente.

Algunas personas tienen una gran tendencia a enfrentar situaciones que les producen ansiedad o angustia dando razones que «expliquen» lo que les pasa. Decimos entonces que están racionalizando o intelectualizando la situación.
En esos momentos no emergen en ellos los afectos que el hecho les produce sino solamente lo que opinan sobre el tema. Un ejemplo sería el de un chico a quien su novia le dice que la relación se ha terminado y él no demuestra ningún sentimiento ante esto, sino que se dedica a hablar en general sobre las relaciones humanas, el amor, etc. El mecanismo correspondiente se denomina intelectualización y puede definírselo como el proceso por el cual la persona intenta dar una forma discursiva a sus conflictos y a sus emociones con el fin de controlarlos.

Ha quedado para el final de este tema el mecanismo de defensa que Freud describió como más maduro. Así como la sublimación es en química el pasaje de un sólido a gas o viceversa, la sublimación dentro de nuestro psiquismo sería un mecanismo que nos per­mite transformar nuestras pulsiones, tanto las sexuales como las agresivas, en hechos crea­tivos. El uso del término sublimación también remite a «sublime», adjetivo utilizable para calificar una obra de arte. En la medida en que las pulsiones sexuales y agresivas no pue­dan encontrar satisfacción y generen tensión, la sublimación permitir canalizarlas a través de la producción de una creación artística o de una investigación científica que son bene­ficiosas para uno mismo y para los demás. Así, una persona con talento artístico ante la agresión que le genera una situación, no grita, no pega, sino que toma un cincel y realiza una escultura. O bien un poeta enamorado sin posibilidad de retribución del sentimiento, escribe hermosas poesías a las que deriva su necesidad insatisfecha.

Di Segni de Obiols,  S. Psicología, Uno los otros. Editorial AZ | Psicotemas