¿Cómo abordar a los hijos varones cuando llega la hora de tratar temas vinculados con la intimidad? Aquí, una guía para salir airosos del trance.
Una colega de la clínica, pediatra y madre, se preguntaba hace un tiempo si todavía seguíamos enseñándoles a nuestros hijos varones la anticuada norma de etiqueta de los ascensores: primero las mujeres.
Todas protestamos, diciendo que no nos gusta demasiado cuando los hombres sacan a relucir la táctica del ascensor -los ascensores de hospital suelen estar repletos, y lo mejor que uno puede hacer, si está cerca de la puerta, es salir lo antes posible-, pero tuvimos que admitir que nos parecía bien que nuestros hijos adolescentes conocieran el truco.
Cuando uno le pregunta a la gente si cree que hay lecciones específicas que los hijos varones deben aprender, todos saltan de inmediato del tema de los ascensores al del sexo, aunque quizá sea solamente la gente con la que me relaciono yo.
Después de todo, el sexo es un tema sobre el que los pediatras damos muchos consejos, y formular esos consejos sin hacer presunciones desagradables sobre la sexualidad adolescente es bastante complicado.
A los adultos nunca les ha resultado fácil tratar este tema con los adolescentes de manera honesta y razonable, y tampoco es fácil hoy en día. Vivimos inmersos en un desfile interminable de imágenes hipersexualizadas, y la banda de sonido de fondo es el lamento constante de los adultos sobre la exposición de los niños a ese desfile de imágenes. Los hechos de violencia durante las citas y las salidas son cada vez son más frecuentes, incluyendo algunos incidentes, protagonizados por celebridades, que cobraron notoriedad. Y todo el tiempo hay alguna película nueva que muestra a los varones adolescentes como cabezas huecas obsesionados con el sexo y negados para el sexo al mismo tiempo.
En la imagen oficial del mundo que obtenemos al mezclar todo eso, los varones aparecen como criminales en potencia y las chicas como potenciales víctimas.
William Pollack, psicólogo de la Universidad de Harvard y autor de Real Boys: Rescuing Our Sons From The Myths of Boyhood (Owl Books, 1999, sólo disponible en inglés), asegura que el modo en que hablamos de sexo con nuestros hijos varones suele estereotiparlos y herir sus sentimientos.
«Un chico me dijo: «Nos tratan como delincuentes. Tenemos necesidades sexuales, pero también necesitamos otras cosas», me comentó el doctor Pollack.
Debe de existir alguna manera de hablar del sexo y las relaciones más allá de los detalles anatómicos, y un modo de charlar de lo que sucede en el colegio o lo que sale en la tapa de la revista People.
Mi amigo el doctor Lee M. Sanders, profesor asociado de Pediatría de la Escuela de Medicina Miller, de la Universidad de Miami, me comentó: «Hace seis o siete años, una madre me dijo: «Doctor, crío a mi hijo sola, y me preocupa el modo en que veo que trata a las chicas. ¿Podría hablar con él del tema?»».
Con el tiempo, Sanders incorporó esa conversación a sus consultas de rutina con pacientes varones de más de 12 años de edad: «Hablamos del respeto, de si se sienten o no respetados en sus propias familias, del respeto que sienten por sus madres, del respeto que ven que tienen los otros hombres hacia sus propias madres y hermanas; ¿pensás que eso se aplica también a las otras chicas que conocés?
«Al principio los ponía muy incómodos tocar el tema -agrega Sanders-, pero ahora me acostumbré a hablar con ellos y ellos conmigo.»
¿Entonces hay lecciones específicas que los varones deban aprender? El psicólogo Michael G. Thompson, autor de Raising Cain: Protecting the Emotional Life of Boys (Ballantine, 2000, sólo disponible en inglés), dice que no se trata de una cuestión de género, sino de chicos que se comportan bien y chicos que se comportan mal: todos deberían aprender las mismas lecciones de cuidado y consideración hacia el otro, incluso a ceder el asiento en el colectivo.
«Creo que en este mundo bastante incivilizado los modales pueden llevarte muy lejos -dijo el doctor Thompson-. A esa edad y en estos días, el simple respeto por los adultos ya es bastante.»
Thompson agrega que los varones deben aprender a desplegar sus buenos modales. «Yo a los chicos les enseñaría que hay muchos adultos que tienen miedo de los adolescentes, de su agresividad, y pienso que la buena educación es el modo más seguro que tiene un muchacho de demostrarle al mundo adulto que es bueno y confiable.»
Por su lado, Sanders cree que en este tema es válido hacer distinciones de género. «Quizás se deba a que tengo dos hijas y no tengo hijos varones», aclara.
«Las chicas merecen mayor respeto -asegura-. Debemos enfocarnos en lograr que las chicas tengan más autoridad dentro de sus relaciones, en especial en sus relaciones con el sexo opuesto. Yo me considero un verdadero feminista en ese sentido.»
Como pediatra que tiene dos hijos y una hija, reconozco la necesidad de enfatizar el tema de los modales y el respeto de los varones en su tránsito hacia la adolescencia y la madurez, y de ayudarlos a comprender las consecuencias y obligaciones que se derivan del aumento de su fuerza física y tamaño corporal. Y reconozco que sobre todo en función de su propia seguridad y protección, los varones deben comprender que hay personas -hombres y mujeres- que los verán como potenciales depredadores y que frente a una situación ambigua, los considerarán culpables automáticamente.
Pero como soy una feminista a la antigua, me gusta enseñarles a mis hijas los mismos principios fundamentales que enseño a mis hijos: que es preferible pasarse de educado y amable; que en el mundo abundan la confusión, la duda y la ambigüedad, en especial cuando uno es joven; que jamás hay que aprovecharse de las dudas del otro; y algo que es igual de importante: que la adolescencia debe ser una etapa de alegría, afecto, crecimiento y descubrimiento.
Es una pena que parte de lo que uno debe enseñarles a los hijos acerca del sexo y las relaciones implique recordarles que en el mundo hay gente mala, que deben alejarse de ella, cuidarse, y no callarse la boca cuando alguien los lastima o los presiona. Pero es algo que todos tienen que saber, y todos deben contar con esa promesa de apoyo por parte de los adultos. Debemos transmitir ese mensaje sin definir a algunos de nuestros hijos como criminales de por sí y a otros como víctimas de por sí, porque eso es un insulto para todos.
Y hablando de insultar a todos, yo también les enseñaría una lección mucho más difícil de digerir: que la gente a veces toma decisiones estúpidas, que a veces uno decide hacer algo y después se arrepiente de haberlo hecho, y que eso no nos hace necesariamente buenos o malos, aunque sí puede hacernos infelices. Pero más sabios.
¿Entendieron, chicas y chicos? Y ahora, si me hacen el favor de salir del paso, me gustaría bajarme del ascensor.
Dra. Perri Klass | The New York Times
(Traducción: Jaime Arrambide)