Desde hace años, los psiquiatras saben que los niños que sufrieron maltrato o descuido corren un riesgo elevado de desarrollar posteriormente problemas mentales, que van desde la ansiedad y la depresión hasta la adicción y el suicidio.
El vínculo no es sorprendente, pero suscita una pregunta científica crucial: ¿El maltrato provoca cambios biológicos que pueden incrementar el riesgo de sufrir estos problemas?
Durante la última década, varios investigadores de la Universidad McGill, en Montreal, liderados por Michael Meaney, han demostrado que cuidados maternos afectuosos alteran la expresión de genes en los animales, lo que les permite moderar sus respuestas fisiológicas al estrés. Estos «amortiguadores» biológicos son transmitidos más tarde a la siguiente generación: los roedores y primates no homínidos biológicamente preparados para controlar el estrés tienden a cuidar mejor a sus propias crías, según Meaney y otros investigadores.
Ahora, por primera vez, tienen evidencia de que el mismo sistema funciona en los humanos. En un estudio de víctimas de suicidio dado a conocer en la publicación Nature Neuroscience, los investigadores en Montreal reportaron que las personas que sufrieron maltrato o descuido en su infancia presentaron alteraciones genéticas que reforzaban su probabilidad de mostrarse biológicamente más sensibles al estrés.
En el estudio, científicos de McGill y el Instituto de Ciencias Clínicas de Singapur compararon los cerebros de doce personas que habían tenido infancias difíciles y se habían suicidado, con los de doce personas que se habían quitado la vida, pero no habían sufrido abuso o descuido en su juventud. Los científicos determinaron la índole de la educación de los individuos mediante entrevistas extensivas con sus familiares, así como un examen de sus historiales médicos.
Cuando una persona sufre estrés, la hormona conocida como cortisol circula en gran cantidad y pone al cuerpo en alerta. Entre otras formas, el cerebro reduce esta ansiedad física al producir, en las células cerebrales, receptores que ayudan a eliminar el cortisol, lo que inhibe el sufrimiento y protege a las neuronas de una exposición prolongada a la hormona, que puede ser dañina.
Los investigadores descubrieron que los genes que codifican estos receptores eran aproximadamente 40 por ciento menos activos en individuos que habían sido maltratados cuando niños, en comparación con los demás. Encontraron diferencias igualmente impactantes entre el grupo víctima de maltratos y los cerebros de doce individuos de control que no habían sido maltratados y cuya causa de muerte no era el suicidio.
Los expertos indican que, debido a diferencias individuales en la maquinaria genética que regula la respuesta al estrés, muchas personas manejan su sufrimiento a pesar de haber tenido infancias horribles. Otras pueden encontrar consuelo en la compañía de otros, lo cual les ayuda a regular el inevitable dolor que conlleva el vivir una vida plena.
Benedict Carey | New York Times