Que nuestra sociedad actual está viviendo un momento de apogeo del narcisismo como un tema central de la cultura, es un hecho en el que coinciden sociólogos, antropólogos o psicólogos y psicoanalistas. También es un hecho que el ego, la vanidad o la auto-exaltación, componentes del narcisismo, en parte son el resultado de una estrategia de adaptación de la especie humana y de los propios individuos en la especie.
Aún más, en nuestro mundo postmoderno el narcisismo se ha democratizado y se ha reforzado, ya no es exclusivo de una determinada élite social o artística. Hoy en día se potencia el individualismo, de la implicación y compromiso personal se ha pasado a los pactos temporales, o en palabras de Zygmunt Bauman hemos pasado de una sociedad sólida a una líquida. Se suple la ética por la estética, la historia como herramienta para conocer los procesos de la evolución de la humanidad en sus diferentes campos y, por tanto, útil para analizar nuestro presente y la toma de decisiones que (re)configura nuestro futuro representa lo viejo, lo nuevo son los flujos de acontecimientos sin ninguna conexión.
En las sociedades postmodernas, lo cotidiano está uniformado y la mayoría de los individuos están diluidos en las multitudes y atrapados por lo inmediato. Las cosmovisiones totalizadoras que marcaban la hoja de ruta de las personas están en crisis -religión, patria, proyecto global de vida, etc.-, estamos atrapados por lo inmediato, en un mundo que se mueve a velocidad de vértigo que nos obliga a vivir el momento, en busca de la especialización y actuando con un alto grado de pragmatismo. El proyecto global de sociedad se está diluyendo, los agentes políticos y económicos ya no te garantizan un puesto de trabajo o una carrera profesional, te están diciendo que potencies el individualismo, que seas autónomo, creativo, adaptativo a cada contexto, es decir, tienes que ser emprendedor, protagonista y único responsable de tu destino.
Esta necesidad de diferenciarse pasa por emerger entre la multitud, de resaltar en los universos socialmente homogéneos y es uno de los aspectos que acentúa una sociedad del narcisismo. Y en este contexto, es donde las redes sociales surgen como una oportunidad para que las personas puedan “controlar” la inteligencia comunicativa y, por tanto, son un reflejo de la competencia para diferenciarse, para captar la atención.
Captar la atención es la clave, cuando muchos jóvenes y no tan jóvenes cuelgan las fotos de sus vacaciones en Facebook o explica lo que está haciendo con sus amigos, cuando alguien escribe en Twitter cosas como “estoy en la T4 de Barajas”, “entro en una reunión”, “he estado con fulanito”, “llevo a mi hijo al parque”, “estoy comiendo una fabada”, “estoy en el proyecto X”, etcétera, o los adolescentes que se filman y exponen sus videos en YouTube, es una invitación a “Mira mi mundo, mírame”, una necesidad de exhibirse propia de una sociedad cada vez más narcisista. El imperativo social para existir es generar una conversación, ser interesante, divertido y original buscando cosas que contar para alimentar la maquinaría de la diferenciación.
En las redes sociales se vive un ajetreo constante en busca de la atención de los demás, es oferta y demanda, es economía de la atención y, por tanto, un recurso escaso que entra en competencia, donde unos compiten exhibiéndose y otros observando y practicando un voyeurismo activo a golpe de ratón “Me gusta” o te sigo. La motivación es competir para crear la marca personal y no por entrar en un proceso de socialización colaborativa. El objetivo es ponerse delante para que te sigan, ser el primero en la diferenciación, de ahí la importancia de las métricas –número de amigos, números de seguidores, número de visitas, etc.-, es una falsa sociabilidad, porque la atención se genera en base a una fachada de sentimientos y emociones destinadas a satisfacer la demanda de la comunidad. Se practica el “buen rollito online” donde es “obligatorio” la felicidad, el optimismo, la exaltación de los valores individuales, la ocultación de los problemas, la euforia perpetua, el buen humor y la ocurrencia como instrumento de pesca –maximizar la atención hacia mi red-, la burla sutil, la exageración de los sentimientos positivos – el guayismo-, o el cinismo edulcorado como instrumento de dominación simbólica sobre los individuos y sobre los acontecimientos.
Una carrera hacia la atención que no admite la crítica, la discrepancia es calificada de trolismo, un recurso fácil de convertir al crítico en un taimado salvaje. La búsqueda de la atención como hiperestimación con una percepción egocéntrica de la realidad, a través de la cual sólo acepta aquella realidad que refuerza su propia grandiosidad e intentando forzar a los otros a que les brinden su admiración incondicional mediante el control sobre sus actos o pensamientos.
En las redes sociales, hoy por hoy, se perpetúan las desigualdades, únicamente los más interesantes o los más divertidos son los que se benefician. Los mediocres, los sin cultura, los que no tienen un punto de vista propio, los antipáticos son las primeras víctimas de la discriminación social online y quedan relegado al voyeurismo.
Este es el paisaje de la Web 2.0. Unos medios sociales que, aunque no son responsables del narcisismo social, actúan como amplificador acentuando uno de los fenómeno de nuestra sociedad postmoderna consumista y convirtiéndonos en una especie de “homo sapiens inalambricus”.
¿Cuál es tu marca personal?