«Ningún hombre es demasiado bueno para gobernar a otro sin su consentimiento.»- Abraham Lincoln
Yo, yo, yo, yo…Mil veces YO, dos mil veces YO…YO al infinito… Nosotros no nos conocemos del mismo modo con que conocemos a los demás objetos, y nos distinguimos de ellos del mismo modo con que los distinguimos a ellos unos de otros. De esa manera sabemos que una silla no es mesa, que un gato no es ratón, y viceversa…Pero, ¿quién soy yo, quién eres tú? – Eh ahí el dilema. La dialéctica nos enseña algo muy claro: el yoísmo es el síntoma de la debilidad social que impera en estos tiempos. Debido a que no hay mitos ni creencias la gente se individualiza y lucha contra la masificación, cayendo en el extremismo yoísta.
El odio o repulsa hacia la intelectualidad, hacia los creadores (que no es lo mismo que decir creativo – creativo era Göebels), sólo encierran al YO en una concha anacarada de ignorancia, a quienes son yoístas, quienes creen estar por sobre todas las cosas y por sobre todos. Creen conocer a los otros YO como conocen la silla en que se sientan (aunque a veces se sientan en una bayoneta, y como decía Napoleón, “corren el peligro de pincharse el culo”). Verdad, que, a pesar de ser evidentísima, es negada por los Yoístas, por el mero hecho de querer fundar su filosofía en el YO, como ellos le conciben, si ya no dijeran clara y terminantemente, que ese conocimiento personal se tiene sin deberlo a la acción de los sentidos.
Pedro Mata y Fontanet escribía en el siglo XIX que “todo el yoísmo peca por su base, porque supone que nos conocemos, que tenemos conciencia de nosotros mismos de diverso modo que la tenemos de los demás objetos, y de un conjunto de medios de conocer forma una entidad a la que atribuye poéticamente lo que es propio de un ser inteligente y conocedor, designándole con la palabra yo; así como del conjunto de los demás objetos forma un total, el que designa, con las palabras no yo, frase ridícula y mezquina, que pudiera sustituirse con otra de más gusto y propiedad”.
La filosofía da para todo; en especial la dialéctica, la cual impide nos confundamos y caigamos en trampas intelectualoides de los yoístas que dicen saberlo todo. El problema es que el populacho, (que es diferente al pueblo) cae en el gambito alemán de atender a los gritos y pataletas del mentiroso yoísta, quien por lo general no escucha, no deja hablar a los demás y dice sólo lo que le dice su inconsciencia. De esta manera, muchas veces, nos encontramos con empresas, países, ministerios, manejados con el criterio absurdo de quien no distingue a un piojo de un cóndor, a pesar que uno salta y el otro vuela, a pesar de que uno es ave y el otro insecto. Por eso Fu-manchú decía filosóficamente: “las moscas no andan, vuelan”, ¿o fue mi abuelita quien lo dijo? La cuestión fundamental es que el yoísmo se está transformando en la cultura de miles de ignaros humanoides bestialis que se creen poseedores de toda la verdad y que se encierran en su ostra maldita, sin siquiera la perla de la duda de si lo están haciendo bien o mal. Estos, por lo general, gobiernan a los demás y dictan cátedra sin que se los pidan y, sin saber lo que realmente hacen pues su YO no les deja ver el bosque de su brutalidad.