Cuerpos acéfalos moran en una visión sin límites

yinkashonibare1Londres — A sus 47 años, Yinka Shonibare es una personalidad destacada del mundo del arte británico, pero una que esquiva intencionalmente una categorización simplista. Artista nigeriano-británico discapacitado que desafía continuamente los convencionalismos y estereotipos, a menudo mediante su uso emblemático de maniquíes acéfalos y telas africanas, produce obras suntuosamente estéticas y a menudo incisivamente graciosas.

A causa de una enfermedad que lo dejó parcialmente paralizado, Shonibare tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha. Por ello, a menudo parece como si ladeara la cabeza para ver las cosas con mayor claridad. Se trata de una impresión engañosa porque, como lo expresó Arnold L. Lehman, director del Museo de Brooklyn, posee la mirada segura de un artista «visionario»: «es capaz de hacer malabares tan brillantes con tantas ideas y expresarlas de una forma inmensamente atractiva y visualmente extraordinaria».

Shonibare no carece de críticos. El diario London Evening Standard calificó a su enfoque en la identidad cultural como «forzado, repetitivo y un poco varado en la década pasada», pero su obra es continuamente solicitada por museos del mundo entero, de acuerdo con los comerciantes de sus piezas, y rara vez se le encuentra sin exposición o proyecto significativo. El Museo de Brooklyn, en Nueva York, inaugura este mes una exhaustiva retrospectiva de mitad de trayectoria de su obra, la que viajará al Museo de Arte Africano del Instituto Smithsoniano de Washington, en noviembre.

La vida de Shonibare está concentrada en el East End, barrio londinense en vías de aburguesamiento, pero aún socialmente heterogéneo. Vive solo, al otro lado de la calle del departamento de Kayode, su hijo de 18 años, que estudia diseño de juegos computacionales.

Un día, cuando Shonibare tenía aproximadamente la edad actual de su hijo y acababa de ingresar a Wimbledon College of Art, se sintió mareado y se desmayó. Despertó en un hospital dos semanas después, incapaz de moverse. Le diagnosticaron una inflamación de la médula espinal, llamada mielitis transversa y recibió un pronóstico nada alentador: parálisis total.

El siguiente año fue «el período en que realmente toqué fondo», dijo. Pero gradualmente recobro una movilidad considerable y, luego de tres años en silla de ruedas, caminó de nuevo (aunque aún utiliza una silla en ocasiones).

Más importante para Shonibare fue que en 1984 pudo reanudar sus estudios artísticos, ahora en Byam Shaw School of Art, en Londres. «Me di cuenta de que, con un poco de ayuda, estaba bien. Podía hacer la mayor parte de las cosas», dijo.

Nacido en Inglaterra en 1962, cuando su padre estudiaba derecho en ese país, Shonibare recibió una crianza bicultural. Su familia regresó a Nigeria cuando él tenía tres años, pero conservó una casa en el sur de la capital británica. Él hablaba yoruba en casa e inglés en la escuela. Se sentía privilegiado, no desfavorecido.

La raza no es invisible en su producción artística: desde hace mucho tiempo, las telas africanas forman parte de su medio y su mensaje, y, en lo que llama su obra «inspirada por el espíritu del momento», Shonibare prefiere ubicar sus piezas en una era histórica diferente para no sentirse maniatado por los acontecimientos contemporáneos. En 2003, cuando reflexionaba sobre el imperialismo estadounidense y la guerra en Iraq, creó «Carrera por África». Puso a catorce hombres sin cabeza, «ni cerebro», en una mesa de conferencia decorada con el mapa de África, como si se tratara de líderes europeos repartiéndose el continente a finales del siglo XIX.

Estos últimos años, la talla artística de Shonibare se ha acrecentado. Figuró entre los finalistas del Premio Turner, el prestigioso galardón de arte británico, y el Príncipe Carlos le otorgó el título de miembro del Imperio Británico.

«Todas las cosas que supuestamente ‘sufro’ se han convertido, en realidad, en una enorme ventaja», dijo. «Hablo de raza y discapacidad. Se supone que son factores negativos en nuestra sociedad, pero son precisamente las cosas que me han liberado».

Deborah Sontag | New York Times