La vida es drama que en su sentido más profundo, significa que ocurren cosas buenas, malas y regulares. Los humanos, para defendernos de esa incertidumbre, generamos melodramas, que son como pequeños juegos u obras de teatro donde el argumento es fijo, nunca ocurre nada nuevo y los «actores» son siempre los mismos o similares.
Uno de los criterio de salud mental que manejamos es el de la movilidad de roles e ideologías. Esto quiere decir, que conviene no olvidar que todos compramos y vendemos, todos reímos y lloramos, todos somos víctimas y verdugos, etc. Esa «movilidad» de roles e ideologías, es sana, nos hace humanos y por lo tanto «dramáticos». El problema surge cuando nos «especializamos» en alguno de esos papeles (víctima por ejemplo). Entonces pasamos del «drama» al «melodrama», donde todo es estático y reiterativo con la intención de encapsularnos en una «vidita» cómoda y segura.
Una vez creado un determinado melodrama, de forma inconsciente buscamos actores o «cómplices melodramáticos», para poder representarlo y «mantenerlo en cartel» el mayor tiempo posible.
Un melodrama muy común es el que llamo «parejas chicles». Son esas parejas donde en realidad nunca ocurre nada, pasan de la bronca a la reconciliación con suma facilidad, nunca llegan a unirse o separarse del todo. Es como si estuvieran unidas por una vara rígida de un metro de longitud, de manera que si uno se acerca, el otro se aleja. El «juego» es un eterno «ni contigo ni sin ti».
Sabemos que el ser humano tiene una gran resistencia a cambiar, a pesar de que la única constante en la vida es el cambio.
Por lo tanto, los melodramas sirven para tener la ilusión de que no se cambia, de que se «congela» el tiempo y de que todo está bajo control. Nuestro psiquismo necesita de esos melodramas para mantener la ansiedad en niveles soportables.
Es como si uno va a ver por primera vez una película donde no sabe qué pasará al final. Esa incertidumbre, le produce un cierto malestar o ansiedad por temor a lo desconocido (drama). Pero si ha visto la película varias veces, como ya sabe lo que va a pasar (melodrama), la ansiedad desaparece. Como vemos, el melodrama siempre es un juego seguro porque siempre sabemos lo que va a pasar, pero es muy empobrecedor, porque nunca ocurre nada nuevo. Se cambia libertad por seguridad (más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer).
Lo más raro en términos psicológicos, es encontrar un hombre casado con una mujer; siempre se encuentra una madre con un hijo, dos hermanos, un padre con una hija, un sádico con un masoquista, etc. Es por eso que cuando haya un verdugo habrá una víctima, cuando haya un padre habrá un hijo… son parejas complementarias y necesarias, que «se buscan» para «calmarse» mutuamente, escenificando el correspondiente melodrama.
Si soy un experto jugador de mús., me rodearé de «cómplices» para jugar el juego que dómino. Si alguien me propone jugar al póker, me negaré porque no puedo arriesgarme a la ansiedad que me produce lo desconocido y el miedo a perder.
Sabemos que los melodramas se perpetuán gracias a los cómplices melodramáticos que dan la réplica permitiendo que el juego continúe. La resolución de cualquier conflicto melodramático pasa por cambiar los «cómplices melodramáticos» por «aliados dramáticos». Es necesario encontrar personas sanas que no entren en el juego cómplice que se les propone.
El primer aliado dramático debe ser el terapeuta. Este debe ayudar al paciente a darse cuenta del «consenso cómplice» en el que se mueve, identificando esos juegos empobrecedores y limitantes, que el paciente de forma inconsciente, representa una y mil veces. Una vez identificado el juego o melodrama, hay que ayudarle, mediante la interpretación, a que vea los actores o «cómplices» de ese melodrama en cuestión. Posteriormente, mediante la técnica de «repetir diferenciando para dejar de repetir» hay que mostrarle el camino para deshacerse de esos «cómplices» y empezar a rodearse de «aliados», que son los que le van a ayudar a enfrentar lo nuevo y desconocido que se llama «vida».
En una ficha anterior os hablé de un hombre que iba acumulando carreras universitarias. A su melodrama le bauticé con el nombre del «eterno adolescente». Para poder representarlo plenamente, necesitaba de cómplices que se lo permitieran. En su caso los cómplices melodramáticos eran sus padres. Estaba atrapado en no crecer y seguir siendo el eterno adolescente. Papel que dominaba, le reforzaban sus «cómplices» y al que era adicto.
Este paciente retrasaba su crecimiento e independencia todo lo que podía. En definitiva: se resistía a vivir el «drama» de la vida.
Cada melodrama encierra en sí mismo uno o varios conflictos. En este ejemplo, se vio que el conflicto nuclear era el miedo a crecer, pero dentro de este núcleo, al menos había otros dos conflictos, que eran el miedo a separarse de los padres y el miedo a entrar en la vida competitiva adulta.
Por eso, es bastante habitual que en las terapias, haya que trabajar paralelamente con los padres, hijos, novios o novias de los pacientes. Porque en general estos, de forma inconsciente, constituyen un «consenso cómplice» del paciente, que hay que «debilitar» para lograr su liberación dramática.