El valor de una sonrisa

Dicen que vivimos en una sociedad acelerada, que va a lo suyo, independiente y egoísta, que nos rendimos ante las dificultades y que no se lucha con suficiente entusiasmo por los ideales…

He pasado el mes de noviembre en un hospital.  No era yo la enferma, hubo momentos en los que lo hubiera preferido. En este caso era mi padre quien ha luchado como un valiente porque su corazón funcione como debe.

Durante ese mes ha habido días buenos, días regulares y días muy malos.

He visto a un personal sanitario que no tenía pausa y trabajaba en unas habitaciones pequeñísimas que obligaban a mover sillas, sillones, mesitas y camas cada vez que había que limpiar o que impedían sacar a un paciente de una habitación cuando el compañero vivía un momento de gravedad en su enfermedad.

He hablado y he escuchado a médicos que, retando al sueño y al aguante humano, aparecían a cualquier hora del día haciendo que su sola presencia supusiera un alivio, diera seguridad y se sintiera su dominio de la situación dando tranquilidad tanto a los pacientes como a sus familiares.

He reído con auxiliares que llegaban con una campana cantando “ha llegado la navidad” y se exponían al límite de que alguien pudiera pensar que la cordura las había abandonado.

He vivido llantos de familias que veían demasiado cerca el final mientras se suplicaba silencio a los grupos de personas que, animadas, esperaban una operación de poco riesgo, pero que esperaban en la misma sala.

No puedo decir que las condiciones fuesen óptimas, pero ante ellas, ese personal se crecía, afrontaba las situaciones y continuaba su rutina diaria.

Esta carta podría parecer un agradecimiento a todo este personal por el trabajo profesional, cercano, certero y siempre cariñoso que han realizado con mi padre; pero va más allá.

Esta carta es mi reflexión, mi convencimiento de que quiero vivir en esta sociedad.

Me siento orgullosa y feliz de que gente como el personal de la 2ª planta B  y de U.C.I. del Hospital Reina Sofía de Córdoba, no olviden que la sonrisa, la vocación sincera, el trabajo profesional y el cariño sin condiciones, curan tanto como el paracetamol, la nitroglicerina, un DAI o el seguril.

Un abrazo enorme y ánimo.

Isabel Mª Barragán Vicaria