El poder en la sociedad

«El poder puede ser utilizado para la competencia y la cooperación, en vez de para el dominio y el control» Anne L. Barstow

Las relaciones entre las personas son, en ocasiones, especialmente complejas. Están plagadas de influencias mutuas, unas son constructivas mientras otras pueden llegar a ser profundamente devastadoras. El poder es la capacidad para influir sobre los otros, para bien o para mal, puede suponer, por tanto, una bendición o una agresión.

Existen diferentes formas de ejercer el poder, a saber:

1. Poder coercitivo: el instrumento utilizado es el temor. Se trata de controlar la conducta de los demás a través de la intimidación, se les amenaza o se les hace percibir que si no cooperan pueden perder algún tipo de beneficio o experimentar represalias. No es una fórmula para influir sino para obligar.

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2. Poder utilitario: se trata de un intercambio, alguien disfruta de poder porque está en disposición de proporcionar algo que los otros necesitan con el fin, obviamente, de obtener, asimismo, algo a cambio.

3. Poder basado en principios. La persona que representa el poder es poderosa porque es creíble, respetada y honrada por los demás. Estos cumplen sus deseos porque están en la misma lucha, tienen los mismos intereses y siguen, libremente y con agrado, a la persona que consideran competente y digna de confianza.

Cada uno de nosotros puede elegir ser poderoso o impotente ante cualquier circunstancia de la vida. Sin importar lo frustrado que uno se sienta, sin subestimar las dificultades de la vida, siempre tenemos la oportunidad de emprender alguna acción, de pensar y creer que existe una opción. En el momento en que esta consideración se asienta en nuestra mente estamos siendo poderosos. Desarrollar esta cualidad para influir en los demás es cuestión de trabajo y tiempo.

El poder basado en principios, el sólido poder, es el que debemos elegir si deseamos que perdure. Está regulado por el respeto hacia las personas en las que deseamos influir, debe conducir a la interdependencia. Ambas partes toman decisiones y escogen alternativas a partir de lo que fue consensuado como más adecuado, correcto o excepcional. Este tipo de poder alimenta una conducta ética porque los implicados se sienten libres, asistidos, por tanto, por el deseo de expresar sus opiniones y razones en función de sus conocimientos, necesidades y expectativas.

Eisenhower lo expresó de la siguiente manera: «Prefiero convencer a un hombre para que empiece algo, porque una vez persuadido, lo seguirá haciendo. Si lo asusto, continuará haciendo las cosas mientras esté asustado y luego desaparecerá».

Es evidente que el ejercicio de poder requiere, además de respeto por los demás, capacidad de persuasión. Si se quiere convencer es necesario expresar sinceramente y con seguridad por qué queremos hacer algo y por qué deseamos que se impliquen en ese hacer, para ello se deben exponer las razones y argumentos que existen tras las determinaciones y/o peticiones. Conviene, por tanto, examinar nuestra conducta a fin de conocer si nuestras palabras, discursos o peticiones tienen capacidad para ser poderosas. ¿Ofenden cuando hablamos o creamos relaciones constructivas?

Otra condición, absolutamente necesaria, para ejercer poder es la amabilidad, el respeto por la vulnerabilidad ajena, el trato delicado y sincero. Se trata, sencilla y llanamente, de tratar a los demás tal como desearíamos ser tratados.

El binomio enseñanza/aprendizaje debe estar, igualmente, presente en cualquier situación en la que se desee ejercer poder. Las personas influyentes son aquellas que se enriquecen continuamente, que muestran interés por las personas sobre las que se ejerce la influencia. La idea que se ha de transmitir es que todos y cada uno son importantes y por ello están presentes. Una vez que esta idea sea considerada como verdad incuestionable por cada individuo éste se sentirá realzado, valorado, digno de manifestar cualquier opinión y, sobre todo, en la obligación moral de hacerlo, porque de lo contrario estará privando a los demás de consideraciones que pueden ser altamente enriquecedoras.

Por último, la coherencia. Se trata de la armonía entre pensamiento y acción. Ser coherente no significa que hagamos lo mismo con cualquier persona, en cualquier momento o lugar. Significa que ponemos en funcionamiento los mismos principios básicos cada vez que actuamos.

Todos, en definitiva, deseamos el poder. No se trata necesariamente de llegar a ser ministro o presidente de una multinacional, se trata de influir en las personas que nos rodean, hijos, amigos, compañeros, etc., a fin de obtener el respeto, la colaboración, el entusiasmo y la consecución de objetivos.

Si trabajamos en los principios expuestos, de forma serena, honrada y concienzuda, estamos en la senda adecuada para conseguirlo.

Es cuestión de tiempo.

Raquel Buznego | Fusion.com